A una señora aún le funciona su secadora después de 51 años

Se la regaló su novio -hoy su marido- el año que el hombre llegó a la luna

Mercedes Sáiz y su familia junto a la secadora prodigiosa.
Mercedes Sáiz y su familia junto a la secadora prodigiosa.
Manuel León
07:00 • 22 sept. 2020

Hace tres años, Mercedes Sáiz ya se asomó a este periódico porque había ganado un premio nacional de electrodomésticos vintage concedido por la marca alemana Miele. Con 48 años en el tambor, era la segunda máquina secadora más antigua de España en pleno funcionamiento, tras la que atesoraba una familia de Valencia con 50 años de uso. A la vuelta de este trienio y tras sumar 51 años en total en el tajo, ya se puede afirmar que el ingenio de Mercedes es líder en supervivencia en este país, tras haber dado de mano la de la ciudad del Turia.



Mientras tanto, Mercedes Sáiz sigue a lo suyo, sacando la colada tan seca como la mojama, como desde el primer día. Esta zapillera de pro, tiene ahora a su genuina matusalén en Lucainena de las Torres, el pueblo donde acude con su familia todos los fines de semana. "Yo ya pienso que nunca se va a romper, sigue igual que siempre, nunca se ha averiado, el único incidente que ha sufrido es que se despegó el cierre, pero mi marido que es un manitas le puso un pestillo nuevo", cuenta la mujer con el mismo orgullo que si hablara de un hijo aplicado.



Era 1969- el año que el hombre pisó la luna- cuando a Mercedes, su novio Juan Arroyo le regaló una secadora de ropa, un lujo asiático en aquella Almería aún de las blancas azoteas de Celia Viñas, donde la ropa se secaba tendida al sol con el viento de Levante.



Juan, técnico de electrodomésticos, acudió a Madrid a hacer un cursillo preparatorio, y en una de esas tiendas de los madriles, de grandes escaparates en la Gran Vía, se le ocurrió tirar la casa por la ventana y agenciarse uno de aquellos aparatos que eran toda una innovación en la España de Elena Francis de entonces, cuando aún se lavaba a mano sobre la piedra de las fuentes y las aguas residuales se vertían a pozos negros, a falta aún de alcantarillado. “Mi marido ha sido siempre muy de regalos sorpresa, un día vino también con un Suzuki Samurai  para mí envuelto en papel de celofán”, recuerda la mujer.



Ha pasado más de medio siglo de aquel obsequio y la reliquia, que conserva aún el brillo adolescente, se niega a claudicar. Va camino del récord Guinness y sigue achicando agua con la precisión de un reloj suizo.



Varias cosas quedan claras en esta historia: que no la compró en los chinos; que es la prueba del algodón de que la obsolescencia programada, el gran invento comercial de nuestra modernidad, no es un mito, teniendo en cuenta que, ahora, la vida media de un aparato gira en torno a los trece años, según el último informe de la Asociación Nacional de Fabricantes de Electrodomésticos (Anfel). 



En este tiempo de consumo preferente y de jubilaciones anticipadas, en esta era de fugacidad sobrevenida y de dictadura de lo efímero, en esta época en la que el concepto de permanencia es un anacronismo, no puede haber mayor gesto de entrañable rebeldía que el de esta secadora almeriense cada vez que la señora Mercedes le pulsa con el índice el botón de encendido y ella echa a andar como queriendo demostrarle al mundo que no solo la juventud es un divino tesoro. 




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