Mil razones para compartir, ninguna para competir

Leeción magistral sobre agua en La Casa de las Mariposas en una tarde de aguacero

La Casa de las Mariposas de Cajamar se convirtió en la tarde del pasado martes durante dos horas en un ateneo del agua.
La Casa de las Mariposas de Cajamar se convirtió en la tarde del pasado martes durante dos horas en un ateneo del agua.
Manuel León
01:00 • 11 oct. 2018 / actualizado a las 01:08 • 11 oct. 2018

El aguacero había baldeado la Puerta  de Puerta Purchena, mientras debajo, un centenar de regantes y profesionales del sector atendían al esquema que trazaba José Antonio Fernández, presidente de Feral, sobre las necesidades hídricas de cada comarca almeriense.



Se llenaron los butacones albinos de la Casa de las Mariposas para asistir a un simposio de enjundia sobre el agua, porque, como suele recordar David Uclés (Servicio de Estudios de Cajamar), todo el bodegón de pimientos y berenjenas, de tomates y melones, que cada día brota como por ensalmo en los cientos de almacenes y alhóndigas de la provincia, tienen su principio de ser en una gota de agua.





Si  rastreásemos en la prensa histórica de Almería, desde el principio  de los tiempos de la letra impresa, el tema que nunca desaparece, que siempre está ahí, imperecedero como el Cañillo, ese es el agua. Da igual el siglo o la estación, da igual que los almerienses viajen en tartana o en cupés, o que se comuniquen por telegrama o por whassap, el agua es como una adormidera que subyuga de por sí. Por eso, un trueno, un chaparrón, en esta tierra de tempranos, tiene algo de fiesta, de regocijo, por lo poco que nos frecuenta la lluvia. 



164 hectómetros es el pasivo hídrico de la provincia, una de las que con menos hace más: ¡qué buen vasallo si oviesse buen señor! Lo relato con nitidez meridiana Roberto García Torrente, apoyado en unas gráficas contundentes: nadie genera tanto valor añadido en la actividad que nació en el Neolítico como Almería, con 2.400 millones de euros. Ni Valencia con sus naranjas, ni Castilla con su trigo candeal, ni Cataluña con sus vides. Y cuando se dice nadie, es nadie. Con ese déficit hídrico de caballo, más propio del XIX que del XXI, con esa desconcentración de la oferta, con esos personalismos del agro urcitano, con todas esas imperfecciones, lo cierto es que Almería produce tantas hortalizas como Alemania entera: 3,6 millones de toneladas, una cuarta parte de toda la huerta española.



Arriba había dejado de llover, pero abajo, entre presidentes de comunidades y agricultores, entre directivos de entidades financieras y de sindicatos de riegos, entre ediles y alhondiguistas, el agua (o la falta de agua) seguía más presente que nunca, el agua que nunca llega a Almería, a esos campos como calaveras a esos cauces como sepulturas.



 



164 hectómetros de déficit parecen muchos hectómetros aún, muy poca carne para tanto cocido, para un sector que es la púa que mueve el abanico económico de la provincia. Agua que tuvieron que inventarse los agricultores del Almanzora comprándosela a Sevilla; agua que  han sabido conservar en el acuífero del Poniente, como si fuera el grial de Cristo; agua de la desaladora de Carboneras que necesita el Campo de Tabernas;  agua que por fin llegará a Adra procedente de Benínar; agua desalada que Almería la paga más cara que nadie cuando es la que más rendimiento le saca. “¿Para cuándo a treinta céntimos, como en Murcia, en Alicante y en Canarias?”, salió de alguna garganta. Con 25 litros, Almería produce un kilo de tomates. Francia, por ejemplo, necesita 40 litros. Almería, a tenor de las explicaciones de García Torrente, es como Messi, que le das un metro y te monta un belén. 


Y en esa dinámica de lucha provincial por el agua, José Antonio Fernández vino a decir que “menos competir y más compartir”, porque no es cierto que el agua tenga color político, sino más bien color territorial y para muestra las riñas del Tajo, del Júcar y del Ebro. Y la fotografía de la mítica carpetilla azul de Juan del Aguila (Juan del Agua, para Fausto) que también se coló de soslayo en una tarde de debate de altura, en la que todo el mundo debió de reconocer que aprendió algo. De eso se trataba.


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