Parecía que la calle se iba a venir abajo cuando cerraron la sucursal de Unicaja que había en la esquina con la calle Atarazanas. El banco era un polo de atracción constante de vecinos que venían de otras manzanas a cobrar sus pensiones y a poner al día sus cuentas. Cerró Unicaja pero permaneció abierta la oficina de Cajamar en la esquina con la calle de la Reina y Hospital, hasta que hace tres años también echó el cerrojo para dejar al barrio sin referencias bancarias y obligar a los clientes a tener que buscar refugio en el Paseo. A pesar de los golpes que ha sufrido, la calle Pedro Jover sigue activa. Se quedó sin bancos y también se quedó sin soldados en el cuartel, que era una fuente de vida constante, pero se ha mantenido en pie gracias a la pujanza de algunos de sus comercios que son referencia más allá de las fronteras del barrio.
La calle Pedro Jover inició una profunda transformación hace cuarenta años. Entonces era una avenida secundaria, un camino que unía los barrios de la Plaza de Pavía y la Chanca con el centro, siempre a la sombra de la calle de la Almedina, que era el paso oficial. A finales de los años setenta, la calle Pedro Jover empezó a mudar de piel. Todavía conservaba en el centro un enorme solar que había brotado de las ruinas del antiguo Hogar y de la fábrica de almendras, un espacio yermo que durante años fue utilizado como campo de fútbol y como escenario para los circos que llegaban en invierno. Fue en esa época cuando se inició el despegue urbanístico, promovido por la construcción sobre ese solar de los bloques de edificios conocidos como ‘La Palmilla’, auténticos adefesios urbanísticos que se cargaron el entorno, pero que supusieron en su día una importante inyección de vida para el barrio.
Llegaron cientos de familias jóvenes a la zona y con ellas empezaron a aflorar nuevos negocios que cambiaron la fisonomía comercial de una calle que tras la desaparición de la fábrica de almendras sólo tenía dos referentes comerciales: la tienda de comestibles de Frasquito, abierta desde 1937, y la histórica bodega ‘En la esquinita te espero’. El único detalle de modernidad que había vivido la calle hasta entonces vino de la mano de un pub llamado ‘Casablanca’ que no gozó del beneplácito de un sector importante de los vecinos, que se quejaba amargamente del mal ambiente que le daba a la calle aquel antro bajo sospecha, guarida de la juventud contracultural de finales de los setenta.
La construcción de La Palmilla revolucionó la calle, que en la década de los años ochenta empezó su gran transformación. Poco a poco, la calle de Pedro Jover fue ganándole terreno a la de la Almedina, hasta quitarle su condición de paso hacia el centro. Cuando la Almedina se quedó desierta de negocios, en la de Pedro Jover era imposible encontrar un local vacío.
Hoy, el lugar sigue manteniendo su espíritu comercial y aunque los años de la crisis económica y sanitaria se hayan llevado por delante muchos comercios importantes, tiene la capacidad de renovarse y cuando un local se queda vacío no tarda en recibir a otro propietario dispuesto a empezar.
La calle Pedro Jover es una de las pocas de Almería que tiene dos farmacias: la de Balcázar en la esquina con la calle de la Reina, y la de Oña en la esquina frente al Cuartel de la Misericordia. La proximidad con el Hospital Provincial posibilita que en una calle de doscientos metros de longitud puedan sobrevivir dos boticas. El comercio más antiguo de la calle es la ferretería de los hermanos Zamora, que sigue reinando sin competencia frente a la confitería de la confitería El Bombón. Los Zamora llegaron a su actual ubicación en el año 1984, en ese momento en que la calle había iniciado su gran transformación y los pisos nuevos se habían impuesto a las casas centenarias. Los edificios de nueva construcción sembraron la calle de locales y con ellos de nuevos establecimientos comerciales.
Los hermanos Zamora han asistido a la revolución de la calle, que fue ganando terreno, y que le quitó a la calle de la Almedina su condición de camino de paso. Ellos, como la mayoría de los propietarios de negocios de la zona, creen que la calle tiene algunas batallas pendientes para que su corazón comercial vuelva a latir con las máximas pulsaciones. Una es la del Cuartel de la Misericordia, cuya integración en la vida social de la ciudad parece un sueño. Sin vida militar tras sus muros, el recinto parece una isla que nada aporta a los comercios. El otro comercio que tira del carro de la calle es la célebre confitería de ‘El Bombón’, que se ha consolidado como uno de los obradores más prestigiosos de la ciudad. En los días festivos, cuando la vida de la calle empieza a languidecer porque la mayoría de sus comercios están cerrados, la presencia de la pastelería mantiene vivo ese espíritu comercial que ya forma parte del ADN de la calle.
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