La Térmica y su milagrosa agua caliente

El espigón de la Térmica forma parte de la memoria colectiva de la ciudad

La construcción de la Central Térmica del Zapillo y su maquinaria llegó a reunir a más de 600 obreros en el invierno de 1957.
La construcción de la Central Térmica del Zapillo y su maquinaria llegó a reunir a más de 600 obreros en el invierno de 1957.
Eduardo de Vicente
21:37 • 31 may. 2023

En diciembre de 1955, poco antes de Navidad, nos llegó un regalo que fue recibido con entusiasmo en la ciudad: la declaración de urgencia de la instalación de una central termoeléctrica en Almería que no solo significaría un incremento extraordinario de la producción de energía eléctrica sino que además nos traería muchos puestos de trabajo para paliar los graves problemas laborales que en aquel tiempo azotaban a toda la provincia.



La construcción de la Centra Térmica nos subió al vagón del esperado progreso energético que tanto necesitábamos para salir de la autarquía y además nos cambió el paisaje porque se llevó por delante una de las zonas más representativas de la vieja vega de Almería. La nueva Térmica le dio un bocado importante a la vega, y precipitó su imparable decadencia en la década siguiente.



Sobre aquellos terrenos, y mediante una orden de ocupación forzosa dictada por la Autoridad Judicial, comenzaron las obras en el mes de enero de 1956. Las autoridades eligieron este espacio de 65.000 metros cuadrados, junto al Camino de Jaúl, (entonces no urbanizables), por su favorable ubicación, ya que estaban alejados del núcleo urbano y a una distancia considerable del rio Andarax, por lo que no existía riesgo de inundaciones en caso de riadas. Además, estaba  muy cerca del mar, por lo que la aportación de caudales marinos para la refrigeración de los motores estaba asegurada.



Las obras contemplaban, además del recinto propio de la central, la construcción de un sistema de abastecimiento de fuel-oil mediante canales subterráneos de algo más de dos kilómetros de longitud, que atravesaban lo que hoy es la Avenida del Mediterráneo, entonces terrenos de vega. A la vez, había que levantar un espigón para coger el agua del mar. Esta fue una de las  obras más costosas, ya que fue necesario entrar 250  metros mar adentro y construir dos canales para que penetrara el agua y pudiera refrigerar el turboalternador y la caldera de la central. 



El 23 de julio de 1958, se conectó la Central Térmica y el 30 de abril de 1961 se llevó a cabo la ceremonia de inauguración, a la que asistió el Jefe del Estado, Francisco Franco, junto a las autoridades locales. En su discurso de aquella tarde, Franco se refirió al abandono de nuestra provincia con estas palabras: “Almería, durante estos veintidós años, ha estado siempre presente en mi pensamiento porque conocía vuestros muchos problemas, sabía de vuestros sufrimientos y había comprobado vuestro secular abandono”, dijo el Caudillo. 



La Térmica nos trajo una industria  que durante décadas dio puestos de trabajo en la ciudad y nos regaló una playa de agua caliente que en los años setenta se convirtió en un sanatorio marítimo donde iba a bañarse todo el que tenía una molestia muscular o padecía alguna enfermedad de los huesos.



El mar cogía una temperatura elevada, después de servir de refrigeración para los motores que movían la Central. El agua, de vuelta, llegaba ardiendo, pero al mezclarse con el mar tomaba una  temperatura de unos treinta grados que permitía bañarse con tranquilidad. 



Desde entonces, el espigón de la Térmica pasó a formar parte de la memoria de la ciudad y se integró tanto en la vida de la gente que servía de escenario a las travesías a nado que se organizaban en el Zapillo para festejar a la Virgen del Carmen y en verano se utilizaba para el amarre de las barcas. En 1969 se instaló junto al espigón un embarcadero para las naves de motor de alquiler que entonces estaban de moda entre la juventud.


Fue por aquel tiempo cuando empezó a coger fuerza el rumor de que el agua caliente que se formaba en la playa de la Térmica tenía propiedades milagrosas para todos aquellos que sufrían problemas de huesos. Por la mañana, a primera hora, la pequeña cala de la Central se llenaba de mujeres de mediana edad que buscaban aliviar su artrosis al calor de la marea. Venían bañistas de los pueblos creyendo que no había mejor medicina para sus dolores que darse un chapuzón de una hora en aquellas aguas que venían rebotadas de las calderas. El éxito de la playa la convirtió en un lugar de peregrinación, lo que obligó a las autoridades a colgar el cartel de ‘prohibido bañarse’.


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