Los trabajos de Narciso (I): El banquete de Narciso

Después de consumir contenidos gastronómicos en la televisión, Narciso hace una llamada a Glovo

Lineal de un supermercado con comida preparada.
Lineal de un supermercado con comida preparada.
Jacinto Castillo
20:02 • 21 may. 2023

Cuanto más se expanden las audiencias de los contenidos relacionados con las artes culinarias en las cadenas de televisión y la comunicación digital, más crece el consumo de platos preparados envueltos en film transparente y más locales de comida internacional abren sus puertas. Cuanta más fama y predicamento cosechan los maestros de cocina y más seguidores acumulan los influencers gastronómicos, mucho mayor es la homogeneización de las preferencias y las costumbres alimentarias. Los lineales de comida lista para consumir ganan terreno en las grandes cadenas de distribución, los locales de comida para llevar salpican cualquier ciudad como tablas de salvación de quienes no tienen o no quieren encontrar tiempo para cocinar. Pero también, para quienes no tienen ni idea de qué hacer en la cocina, salvo accionar el microondas.



El restaurante italiano, la hamburguesería, el mexicano, el japonés, el chino, el asador argentino, el kebab… Cualquier huida de la tradición culinaria ya sea doméstica o profesional, domina la oferta de la restauración y, por supuesto, de los menús domésticos. Las experiencias que provocan esos sistemas de comida programada y sabores generados, por lo común, de manera artificial, están convirtiendo el universo sensorial del paladar en una especie de mapamundi. Salvo excepciones honrosas, toda esa comida con pasaporte está lejos de la excelencia y de la sabiduría gastronómica. Narciso finge no saberlo o realmente no lo sabe.



Cree Narciso que la elección acertada en materia gastronómica es una de las virtudes que le adornan, aunque sea incapaz de distinguir una fideuá del sospechoso arroz tailandés que probó en Bangkok el verano pasado. 



Después de consumir el interminable rosario de contenidos gastronómicos en la televisión o en las redes sociales, Narciso hace una llamada a Glovo para recibir una hamburguesa con bacon y cheddar o unos espaguetis iluminados con tomate industrial y algún condimento peculiar. Aún así, y como si acabara de concebir tal ocurrencia, Narciso asegura que somos lo que comemos.  No es verdad: Narciso es la prueba irrefutable de que somos lo que presumimos de haber comido. Lo que creemos que un amasijo de hidratos refinados y grasa procesada dice de nosotros gracias a su sugerente nombre. 



Antes de que la crisis financiera del 2008 ensombreciera la popularización del lujo descrita por Lipovetsky, todo el mundo parecía sentirse obligado a saber de vinos. Todo el mundo era capaz de descubrir y describir un caldo de etiqueta llamativa como si fuese un experimentado soumiller de modo que Narciso se sabía de memoria toda la bodega del snobismo. Luego pasaría algo semejante con las cervezas de autor o los gin-tonics que podrían exhibirse en el Guggemheim… Pero eso ya es otra historia.






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