Lo que Almería puede hacer por Andalucía y muchos andaluces desconocen

Estamos comprometidos a ofrecer la experiencia que nos ha hecho ser la despensa de Europa

Pedro Manuel de La Cruz
22:59 • 11 mar. 2023

Hace 60 años Almería era un territorio condenado por la miseria, castigado por el olvido y desgarrado por las ausencias. Una geografía que sufrió durante años la herida dolorosa de la emigración. Más de 150.000 almerienses abandonaron su tierra para buscar en otros territorios como Cataluña, Francia Holanda o Alemania el futuro que no encontraban en las calles y en las plazas de su infancia. Almería era un territorio en el que su principal y casi única fuente de ingresos era la emigración.



  



Mi infancia, como la de esos miles y miles y miles de almerienses, es el recuerdo de un barrio de Albox en el que cuando se acercaba la Navidad había siempre un día especial en el que la alegría inundaba sus calles y su plaza. Era la mañana en la que llegaban los autobuses de los emigrantes que regresaban después de haber trabajado durante todo el año en las fábricas de Düsseldorf, de Granollers, de Grenoble o de Ámsterdam. 



Yo asistía desde la inocencia infantil a aquella fiesta del reencuentro y solo fue años después cuando reparé en un detalle que, de tan habitual, pasaba desapercibido.  



Cada año, a los emigrantes los veíamos llegar en esas mañanas jubilosas, pero nunca los veíamos marcharse. Un día le pregunté a un amigo de mi familia porqué nunca veíamos el adiós de la despedida. Su respuesta no la he podido olvidar desde entonces. 



-Los emigrantes abandonan sus casas de noche porque, en la penumbra de la madrugada, los niños duermen y las lágrimas no se ven. 



Han pasado sesenta años de aquella geografía de carencias y plegarias en la que los almerienses miraban al cielo y, como única esperanza, sacaban a un santo a las calles, en la mañana para rezarle pidiéndole que lloviera y, por la tarde, para implorarle que dejara de llover ante la amenaza de riadas. 



La emigración y la sequía, dos desgarros percibidos como dos maldiciones bíblicas irremediables por invencibles. 


Esa era la Almería de hace apenas sesenta años. Un desierto anclado en el olvido, una geografía aislada de todos y carente de todo. Un escenario vital marcado por la desesperanza.  


El Paseo de Almería era, como lo describió Gerald Brenan en su inolvidable “Al Sur de Granada”, un teatro en el que cada día se representaba la misma opera. Un territorio de miseria en la que los barrios y los pueblos solo alcanzaban la categoría de suburbios. “La Chanca” y “Campos de Níjar” son dos estampas demoledoras de aquel tiempo de silencio y aquella realidad tan magistralmente descrita por Goytisolo. 


Pero todo cambio la mañana en la que a un grupo de agricultores se les ocurrió la quimera de cultivar la arena de la playa. En la humedad salobre de esa arena se encerraba la clave de bóveda de una revolución. Comenzaban los enarenados y, con ellos, la llegada desde las alpujarras granadina y almeriense de los pioneros que comenzaron a cambiar la historia. 


Hoy, aquel desierto, el mayor de la Europa continental, es un bosque de casi 35.000 hectáreas; un bosque bajo plástico, es verdad, pero bosque al cabo. 


Aquella geografía asolada por la sequía es la provincia donde, de forma más eficiente, se utiliza el agua en todo el mundo. Y hoy, también, aquella Almería que vio con desolación como la emigración le desgarraba el alma en la penumbra de las despedidas, es la tierra donde han encontrado trabajo más de cien mil inmigrantes llegados de todas partes del mundo. Como canta el bolero: “Cómo han pasado los años, como cambiaron las cosas”. Las vueltas que da la vida cuando hay inteligencia y voluntad para cambiarla. 


En su discurso de investidura ante los centenares de miles de personas congregados en la avenida de Pensilvania en Washington en aquella fría mañana del 20 de enero de 1961, John Fitzgerald Kennedy preguntó que quizá habría llegado la hora de que los americanos dejaran de preguntarse qué hacía América por ellos y comenzaran a preguntarse qué podían hacer ellos por América. 


El pasado miércoles La Voz organizó en Sevilla una Jornada presidida por el presidente de la Junta, con presencia de casi la mitad del gobierno andaluz y representantes de las principales entidades financieras, económicas y sociales de la Comunidad en la que un grupo de expertos reflexionaron sobre el modelo de desarrollo almeriense que ha conseguido la quimera utópica de convertir un desierto en un mar agrícola. En mi intervención aludí a algunas de las realidades descritas en los párrafos que acaban de leer y finalicé con la apelación del presidente americano en su discurso más conocido. Lo hice porque, aunque hay que continuar revindicando con contundencia lo que nuestra provincia necesita de Andalucía, también estamos comprometidos - con toda la humildad, pero también con orgullo- a ofrecer a Andalucía la experiencia que nos ha hecho viajar desde aquella esquina de miseria y olvido a ser la despensa de Europa y un laboratorio en eficiencia, sostenibilidad, integración social y energías alternativas. Con problemas, sí. Pero con la convicción de que lo mejor está por venir. 


Y, como siempre, La Voz de Almería, nuestro periódico, lo continuará contando. Lo ha hecho durante 84 años en Almería y el miércoles lo hicimos en Sevilla ante el poder político, social y financiero.  


Almería tiene mucho que aprender, pero, también mucho que enseñar. Que nadie lo olvide.    


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