La cuesta de enero y las rebajas

En los años 70 los principales comercios competían con las grandes rebajas de invierno

La publicidad jugaba un papel importante cuando llegaba el tiempo de las rebajas. Un buen anuncio en el periódico aseguraba el éxito en las ventas
La publicidad jugaba un papel importante cuando llegaba el tiempo de las rebajas. Un buen anuncio en el periódico aseguraba el éxito en las ventas La Voz
Eduardo de Vicente
21:29 • 08 ene. 2023

Pasaba la Navidad, cruzábamos la frontera de los Reyes Magos y empezaba el tiempo de los bolsillos vacíos, cuando muchas familias tenían que afrontar lo que quedaba del mes de enero con lo justo para comer y en muchos casos, obligadas a comprar ‘fiao’ en la tienda del barrio. La cuesta de enero tenía el aliciente de las rebajas, que hace cincuenta años se imponían como una moda en la mayoría de los comercios importantes, sobre todo en las tiendas de ropa, ya que ni el pan, ni la leche ni los huevos, ni la fruta, ni el pescado, entraban en esta feria de precios.



Para las rebajas, las principales tiendas de ropa de Almería ofrecían sus últimas prendas de invierno a precios irresistibles. Para las familias de clase media con varios hijos el mes de enero era una cuesta de verdad que había que subir a empujones y que en muchos casos se coronaba con éxito gracias al sentido común y a la capacidad de previsión de las madres, que no tiraban toda la casa por la ventana en Navidad y se guardaban un último as bajo la manga que luego sacaban para afrontar las rebajas. 



Hace cincuenta años las rebajas se centraban en la calle de las Tiendas y en el Paseo, donde estaban los negocios más competitivos, los que se podían permitir la licencia de apurar más en los precios. Estaba de moda en aquel tiempo la firma de don José Marín Rosa, que reinaba en el número 37 del Paseo desde que en 1966 derribó la vieja tienda para construir un gran edificio con unos grandes almacenes.  



En 1973, Marín Rosa sorprendió al público con unas dobles rebajas, las de enero y las de febrero, donde ofrecía a sus clientes la posibilidad de adquirir las prendas que se iban a llevar en primavera y en verano. La competencia de Marín Rosa era entonces El Blanco y Negro de la calle de las Tiendas y el comercio filial que la familia Gómez tenía en el número 12 del Paseo. En aquellas rebajas de 1973 todavía se vendían las gabardinas porque aún llovía de vez en cuando, y en el Blanco y Negro se podían comprar en las rebajas por el precio de 175 pesetas para los niños. Estaban de moda entonces los pantalones de pana de todos los colores entre doscientas y cuatrocientas pesetas, y las camisas de Terlenka, por menos de doscientas pesetas. 



Todos los años, cuando la temporada de invierno tocaba a su fin, El Blanco y Negro cambiaba los escaparates y sacaba al mercado sus grandes rebajas que impactaban tanto en la población que en los primeros días se llegaban a formar largas colas que daban la vuelta al establecimiento. En alguna ocasión fue tanto el alboroto que tuvieron que intervenir los guardias municipales para poner orden, ante las quejas continuas de los vecinos de la calle Real, que tenían que soportar el ruido de las colas a lo largo de la madrugada. Unos días antes de comenzar las rebajas, los comerciales de El Blanco y Negro recorrían los barrios de la ciudad y los pueblos de la provincia repartiendo los folletos anunciadores.



En aquella época destacaba también el gran negocio de La Sirena, que desde noviembre de 1970 se convirtió en el centro de la moda de la ciudad. Tenía secciones de perfumería, bisutería, regalos, confecciones, fantasía, lencería, hogar, tapicería, cortinajes, boutique ‘El y Ella’ y una tienda de discos con las grandes novedades del mercado. Tenía también una planta sicodélica a la que llegaron los primeros pantalones de campana que se vieron en Almería, y un eslogan que todo el mundo conocía porque sonaba a todas horas en la radio, que decía: “Diga a sus amistades: te espero en La Sirena”. 



Sus escaparates eran todo un acontecimiento cuando se renovaban. Guillermo Padilla, Juan de Dios Alcalde y Luis Úbeda, jugaban con la imaginación para atraer a la clientela, componiendo auténticas maravillas que siempre tenían la virtud de sorprender.  En los escaparates se exhibieron los pantalones baqueros de la marca ‘Alton’ y los polos de Fred Perry que fueron la seña de identidad de una generación de jóvenes.





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