La Navidad empezaba con la lotería

Escuchábamos las voces de los niños de San Ildefonso el último día de clase

Eduardo de Vicente
09:00 • 22 dic. 2022

Nos íbamos al colegio escuchando por la radio los preparativos del sorteo de Navidad y regresábamos a esa hora en la que los premios gordos ya habían salido y la vida seguía igual en nuestra calle, donde casi todo el mundo se mantenía en el mismo estatus de pobreza. 



El 22 de diciembre era uno de los días grandes porque era uno de los últimos en los que íbamos a clase y tal vez el único día del año en que íbamos felices, sabiendo que nos esperaba una mañana de belenes y villancicos. Las voces de la lotería nos dejaban una sensación de felicidad que nos alteraban por dentro, alborotando todas nuestras emociones. Si alguien me pidiera que le describiera lo que es para mí la felicidad en estas fechas le diría que recordar las voces de los niños de San Ildefonso mientras caminábamos hacia el colegio con la cartera vacía. Aquella mañana sacaban el tocadiscos del despacho del director y le quitaban el polvo a los villancicos de toda la vida. Las clases amanecían adornadas con las figuras de papel charol que habíamos elaborado los niños y en un rincón se montaba el Belén con cuatro figuras.



La Navidad empezaba la mañana de la lotería y aquella primera tarde en la que nos sacaban a ver las luces y a mirar los escaparates y al vover nos encontrábamos con una bandeja de mantecados y una botella de anís en el centro de la mesa del comedor. La Navidad era un estado de ánimo que te iba tocando las teclas del alma desde esa tarde en la que caminando por el Paseo descubrías los primeros juguetes de los escaparates. 



Nos ponían el abrigo de todos los inviernos, aquel abrigo que había ido pasando de hermano a hermano como si fuera, una herencia, y de la mano de nuestras madres hacíamos el recorrido oficial de los comercios que entonces empezaba en la calle de las Tiendas y llegaba hasta el Paseo. La primera parada era frente al escaparate de la Armería Ibáñez, donde siempre había algún tesoro expuesto. Allí nos compraron las primeras cartas de juegos infantiles que tanto éxito tuvieron a finales de los años sesenta.  



A continuación nos parábamos frente a la tienda de Pablo Segura, donde nos encontrábamos con los juguetes que estaban de moda aquella temporada, conviviendo con los artículos de mercería. Al llegar a la Puerta de Purchena volvíamos a hacer un alto, esta vez en el gran bazar de Eduardo Segura, donde la mirada se nos quedaba colgada de su espléndido techo donde colgaban las bicicletas y los balones de fútbol. 






A finales de los años sesenta, el Paseo conservaba dos grandes tiendas que en diciembre se llenaban de juguetes: ‘El Águila’ y ‘La Giralda’. Recordando aquellas tardes de paseos siempre tuve la sensación de que se disfrutaba tanto o más mirando los juguetes inalcanzables de los escaparates como teniéndolos después. En aquel recorrido navideño era habitual terminar en la calle de Castelar, en la tienda de Alfonso, que a diferencia de los otros comercios de juguetes, estaba presente en nuestras vidas a lo largo de los doce meses del año, como si fuera la tienda de guardia de nuestros deseos infantiles. 



La Navidad empezaba la mañana en la que las vendedoras de zambombas nos traían el frío y la humedad de todos los inviernos antiguos. Llegaban a la calle Obispo Orberá temprano, con sus abrigos y sus bufandas en el cuello, y como mercaderes antiguos, echaban los bártulos en el suelo y de allí no se movían hasta que pasaba la Nochebuena. En los días de Navidad, aquella avenida que iba a desembocar en los puestos callejeros del Mercado Central, era un río de gente.


La Navidad empezaba todos los días a lo largo del mes de diciembre, desde que íbamos a ver el primer escaparate cargado de juguetes, desde que nos encontrábamos con las mujeres de las zambombas pasando frío, hasta esa tarde en la que por los altavoces del Paseo sonaban los villancios de toda la vida, el del viejo cachirulo y el de los peces en el río. Nunca llegué a  entender por qué  dejaron de emitir aquellos cánticos inocentes que te traían los recuerdos de todas las navidades de tu vida. La mayoría tenían letras infantiles que no podían molestar a nadie.



Temas relacionados

para ti

en destaque