El turrón que se vendía en los portales

En 1850 ya venían a Almería por Navidad los turrones de Jijona de la familia Monerris

Lata de turrón de la famosa marca de la familia Monerris.
Lata de turrón de la famosa marca de la familia Monerris. La Voz
Eduardo de Vicente
20:35 • 20 dic. 2022

Allá por el año 1850 ya venía a Almería el turronero alicantino Antonio Monerris, que a mediados del mes de diciembre desembarcaba en el puerto con su cargamento de turrones, piñones y peladillas garrapiñadas procedente de Jijona. 



Monerris fue el precursor de un negocio familiar que después siguieron sus descendientes con la famosa marca Monerris Planelles. Cuando a mediados del siglo diecinueve empezó a frecuentar Almería, Antonio Monerris era un vendedor itinerante que se tenía que ganar el pan saliendo lejos de su región para evitar la competencia. En nuestra ciudad encontró un buen destino y durante más de medio siglo estuvo viniendo con sus productos en cada Navidad. 



Como tantos turroneros foráneos de aquella época, venían a pasar tres o cuatro semanas, en las que apenas tenía tiempo para descansar, en las que trabajaba sin descanso para intentar regresar después con las alforjas cargadas. Para reducir al máximo los gastos, los vendedores solían instalarse en los portales de las viviendas. Llegaban a un acuerdo con los inquilinos de la casa y por un precio módico levantaban el puesto en el zaguán, casi siempre en una calle céntrica, en ese entorno comercial que iba de la Plaza Vieja, donde entonces se organizaba el mercado diario, hasta el Paseo. 



El señor Monerris hizo carrera en la calle de Mariana, compitiendo mano a mano con otra famosa vendedora de Jijona, la señora Josefa Verdu, conocida en los cuatro puntos cardinales con el apodo de ‘la Ama’. Monerris en la calle de Mariana y ‘la Ama’ en un portal debajo de la calle del arco que unía la Plaza de la Administración Vieja con la Plaza de la Constitución. 



En aquellas décadas de la segunda mitad del siglo diecinueve, las calles del centro se llenaban de puestos de dulces y chucherías, de tenderetes con panderetas, zambombas y juguetes, y la ciudad se transformaba en un enorme zoco que empezaba al amanecer en el mercado de la Plaza Vieja. También allí, entre la fruta y la verdura, había un hueco para los artículos navideños. Tenía mucha fama un puesto donde vendían figuras de barro para componer los belenes. En 1875, la prensa local destacaba la belleza de estas figuras donde las más demandadas eran siempre las de los Reyes Magos.



El acreditado turrón de Jijona se podía adquirir también en las principales confiterías de la ciudad. La diferencia entre el turrón alicantino que traían los buhoneros y el que despachaban los confiteros estaba en el precio y en el envase más que en la calidad.  Al saltarse el eslabón de los intermediarios, los vendedores ambulantes despachaban su género a precios más económicos, por lo que podían llegar a un público más heterodoxo. Se decía entonces que ellos traían el turrón de los pobres, que difícilmente tenían acceso a los productos de las confiterías, donde vendían el turrón de etiqueta.



Por aquel tiempo, la confitería que marcaba el paso en Almería era la Sevillana. En 1866 Santiago Frías Lirola, un joven emprendedor de Dalias que había llegado a la ciudad con la intención de abrir un negocio con los duros que había ahorrado trabajando en la tierra, fundó en el número ocho de la calle Real, junto a la esquina de la calle del Arco, la recordada confitería.  El nombre se lo puso en honor a su mujer, María Filomena Somohano Muñoz, que empujada por el amor se había embarcado en la misma aventura dejando su tierra, Sevilla y a toda su familia.



La calle Real era entonces la avenida principal de Almería y la vida de la ciudad fluía por ese gran río que unía la zona del puerto con la plaza del Ayuntamiento, que en aquellos años era también zona de mercado y alhóndiga. 


Para la Navidad del año  1875, la Sevillana ya había estirado sus tentáculos y además de la tienda primitiva de la calle Real se había establecido también en el número seis del Paseo del Príncipe. A mitad de diciembre, los empleados preparaban espléndidos escaparates donde destacaban los turrones de Jijona de la firma Luis Mira, que en aquel tiempo había saltado a la fama por ser el proveedor de la Casa Real. La Sevillana tenía el mejor mazapán de Toledo y para atraer a la clientela, organizaba grandes sorteos de regalos. Por cada libra de dulces se entregaba una papeleta al comprador para participar en la rifa.


Tenía la competencia entonces de la confitería Habanera, que reinaba en la esquina entre la calle Real y la calle del Cid (actual Eduardo Pérez). En la Habanera, allá por la Navidad de 1877, ya se anunciaban los dulces elaborados en el pueblo almeriense de Laujar  como un producto de calidad extraordinaria.


Los comercios más importantes de la ciudad se transformaban cuando llegaban las fechas navideñas y hasta en el célebre Café Suizo del Paseo se apuntaban a la gran fiesta trayendo botellas de champagne de las mejores marcas extranjeras, sardinas enlatadas procedentes de Nantes y el mejor atún natural que había en el mercado.


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