El año del Rallye de Montecarlo (1)

En 1972, Almería salió en los telediarios de medio mundo por ser salida del gran rallye

Eduardo de Vicente
09:00 • 01 dic. 2022

Habían pasado ya las vacaciones de Navidad, habíamos dejado atrás con pena nuestras peculiares fiestas de invierno, pero las luces seguían instaladas en el Paseo, dispuestas a alumbrar uno de los grandes acontecimientos deportivos que llegaron a la ciudad en aquel tiempo: el Rallye de Montecarlo.



Más de uno se preguntaba que hacía una prueba de tanto prestigio en un escenario de tan poco peso en el contexto automovilístico como era entonces Almería. La respuesta la tenía un joven empresario, Ramón Gómez Vivancos, que por iniciativa propia pensó que nuestra humilde ciudad podía ser reina por un día y probó suerte enviando una carta al responsable de la organización del rallye. La idea nació un año antes, cuando en el telediario vio las imágenes de los coches saliendo de Lisboa sin demasiada expectación. Entonces se le ocurrió que Montecarlo podía pasar también por Almería, donde tendría el éxito de público asegurado y unas condiciones climáticas inigualables para que los pilotos pudieran disfrutar.



Una mañana cogió la máquina de escribir y se puso a escribir la carta a Mónaco. Les contaba a los responsables de la prueba, que en Almería había una afición incipiente al automovilismo, y que él, como fundador de la escudería Costa del Sol y del Automóvil Club, se comprometía a garantizar que su ciudad podría ser el lugar idóneo para formar parte de la lista de las seis capitales que eran salida del rallye. Cuando depositó la carta en el buzón principal de Correos iba ilusionado, pero sin demasiadas esperanzas de que aquel sueño pudiera hacerse realidad.



Tres meses después, le llegó un sobre con el matasellos extranjero. Con manos nerviosas lo abrió y con el corazón golpeándole el pecho, empezó a leer la respuesta de los responsables de la prueba, que entusiasmados con la propuesta del señor Vivancos habían decidido aceptarla, nombrando a la ciudad de Almería como salida de una de las etapas del Rallye de Montecarlo de 1972.  Lo había conseguido, y ahora solo faltaba que los responsables de la ciudad se pusieran a trabajar para que la organización fuera perfecta.



Traer un acontecimiento como era entonces el Rallye de Montecarlo a Almería suponía lograr uno de los grandes objetivos por los que tanto batallaba la ciudad desde los años sesenta, darse a conocer al mundo, abrir sus puertas de par en par a todos los rincones del planeta para que vieran el privilegio que teníamos los almerienses, agraciados por la suerte de un sol permanente durante todo el año. El rallye gozaba de gran prestigio y los resúmenes de las pruebas salían en todos los telediarios y hasta en el NO-DO que echaban en los cines antes de las películas. Almería, que ya se había ganado un nombre gracias al cine, tenía ahora la oportunidad de llegar más lejos, de salir en las teles del mundo y en las páginas de los periódicos. 



Aquella Navidad fue especial porque teníamos la impresión de que iba a ser eterna. Habían pasado las fiestas, habíamos recibido a los Reyes Magos y habíamos tenido que regresar al colegio, como todos los años, pero esta vez nos quedaba la ilusión del rallye, del que todos vivíamos pendientes. Los niños, en la escuela, contábamos los días que faltaban para el gran acontecimiento. Se hablaba de que una enorme comitiva iba a llegar, con más de cuarenta equipos y sus espectaculares vehículos preparados para desafiar escenarios tan difíciles como las temidas curvas de nuestro Ricaveral.



Aquel año la iluminación extraordinaria de Navidad se dejó colocada para recibir a aquellos héroes del volante como se merecían. Los hoteles se llenaron, los restaurantes hicieron caja y en el Paseo no cabía un alma desde las primera horas de la tarde. Todos los niños de Almería estuvieron en la cita y fue tanta la expectación que hasta las copas de los ficus se convirtieron en improvisadas tribunas. Aquella tarde hasta los vendedores de las pipas y de los cacahuetes tuvieron que echar horas extras.



Tal y como se esperaba, nuestra querida y olvidada ciudad de Almería salió en los telediarios y por todo el mundo pudieron ver al público almeriense saludando con entusiasmo a las cámaras. 


Los organizadores se quedaron tan satisfechos que invitaron al señor alcalde, Francisco Gómez Angulo y al promotor, Ramón Gómez Vivancos, a la recepción oficial que se celebró unas semanas después en el palacio de los príncipes de Mónaco.  Nuestros representantes acudieron con sus respectivas esposas a la cena de gala llevando como regalo un escudo de oro de la ciudad. En un momento del acto, Grace Kelly, la ilustre princesa, le preguntó a Ramón Gómez Vivancos que dónde estaba situada Almería, y él le contesto: “al lado de Málaga”.



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