Las niñeras que jugaban en el Parque

Eran menores que se ganaban su primer sueldo cuidando los hijos de las señoras

Un grupo de niñas, menores de edad, que se dedicaba a cuidar niños allá por los años cincuenta.
Un grupo de niñas, menores de edad, que se dedicaba a cuidar niños allá por los años cincuenta.
Eduardo de Vicente
09:00 • 12 oct. 2022

Aquellas niñeras jugaban a ser madres de verdad. Habían dejado las muñecas encima del baúl, habían aparcado sus sueños infantiles junto al brasero y se convertían en madres todos los días, cuando iban a la casa de sus señores y se quedaban al cuidado de los hijos. Ellas, que tenían edad para ser cuidadas, se llenaban de pronto de responsabilidad, ponían cara de niñas mayores y se ganaban un sueldo, que tanta falta hacía en sus casas.



La mayoría de aquellas niñas venían de familias humildes donde había que hacer muchos números para llegar a fin de mes. Habían dejado la escuela de forma prematura y antes de que la adolescencia les asomara a las mejillas se buscaban un trabajo para sobrevivir. Lo que hoy hubiera sido considerado como explotación infantil, antes era un proceso natural y aceptado por todos: cualquier edad era buena para empezar a trabajar o para ir aprendiendo un oficio.



Las niñas que trabajaban de niñeras solían frecuentar mucho el Parque, que a finales de los años cincuenta era el gran patio de recreo de la ciudad. Allí se citaban todos los días, cada una de ellas con el hijo que tenían asignado bien cogido de la mano, siguiendo las consignas de sus señoras. 



Todos conocimos a alguna de aquellas muchachas que desde niñas entraron a trabajar al servicio de familias pudientes y tuvieron que aprender el oficio de madres antes de tiempo. En mi colegio había dos hermanos que tenían dos madres. Eso al menos es lo que pensábamos los otros niños desde nuestra inocencia infantil cuando una veces los veíamos de la  mano de la criada que iba a recogerlos y otras de la mano de la madre que iba a llevarlos a la misma puerta del colegio. Aquella muchacha que trabajaba en su casa los recibía con la misma ternura que una madre y ellos revoloteaban entre sus piernas con la misma confianza que lo hacían cuando estaban con su madre. 



La criada, la asistenta, la niñera, la chacha, la tata, fue una figura crucial en muchas familias y para muchos niños como una segunda madre. Hay casos de empleadas que estuvieron vinculadas de una forma tan estrecha a los niños que cuidaban que quedaron ligadas para siempre  a esa familia como si los hijos también fueran suyos. Hay quien recuerda a su niñera con el mismo cariño que a su madre y quien siguió viéndola muchos años después cuando ya había dejado de trabajar en su casa. 



A finales de los años sesenta, todavía existía la costumbre, en las familias más acomodadas, de tener una asistenta. Los bancos del Parque se llenaban de criadas que salían con los niños a tomar el aire puro y la brisa reconstituyente del mar. El Parque era el territorio de estas jóvenes niñeras que en muchos casos habían llegado del pueblo buscando la única profesión decente a la que podían aspirar entonces las mujeres. Las criadas llevaban el olor de las casas impregnado en el cuerpo, como una seña de identidad. Olían a limpio, a jabón de lavar, a ropa recién tendida, al perfume robado de los vestidos de sus señoras y al aroma agrio que les dejaba en el escote las bocanadas de leche de los niños.



Mientras  los pequeños jugaban, ellas se juntaban bajo las sombras de los árboles a intercambiarse sus primeras historias de amor y a contarse las últimas noticias que sus madres les mandaban del pueblo. Hubo un tiempo en que el Parque se llenaba de criadas y  de niños y también de militares. Porque detrás de una criada iba siempre un soldado del cuartel cargado de historias de amor y ‘buenas intenciones’. 



Las señoras solían advertirles a las muchachas que tuvieran cuidado con aquellas aves de paso que sólo iban a echar el rato. Cuando un soldado se ganaba el favor de una criada, no sólo tenía una novia con la que pasear en las tardes de permiso, sino también una madre que le traía suculentos bocadillos de la casa de los amos.


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