Los que se alistaban en la Cruz Roja

Pensábamos que ser voluntario te permitía entrar gratis al fútbol y al cine

Uno de los desfiles habituales de la Cruz Roja.
Uno de los desfiles habituales de la Cruz Roja. La Voz
Eduardo de Vicente
20:20 • 08 ago. 2022 / actualizado a las 20:22 • 08 ago. 2022

Cuando veíamos en la tele el anuncio aquel que decía: “Muchacho, la Marina te llama”, mirábamos para otro lado porque casi a ningún adolescente de entonces se le pasaba por la cabeza dilapidar los mejores años de su vida en un barco recibiendo órdenes, pelando patatas y fregando la cubierta, por mucho mundo que pudiera ver después a lo largo de los viajes. Sin embargo, cuando escuchábamos el reclamo de la Cruz Roja, pidiendo voluntarios, sentíamos la tentación de ir corriendo a alistarnos, más que por vocación o por generosidad, por disfrutar de algunos de los privilegios que tenían los miembros de este cuerpo, que según la rumorología callejera de la época, entraban gratis a todos los espectáculos, incluyendo el fútbol y el boxeo. Se decía entonces que si enseñabas tu carnet de la Cruz Roja te dejaban entrar sin pagar hasta en las salas de cine.



A los niños nos gustaba más la Cruz Roja que el ejército porque no necesitabas tanta disciplina ni ir pelado al cero. Era como hacer un cursillo y después te convertías en uno de aquellos ‘soldados’ que iban los domingos al estadio con la camilla llena de almohadillas, dispuesto a servir al prójimo. En el ejército servías a la patria, demasiado abstracto para la mente de un adolescente,  mientras que en la Cruz Roja el servicio se lo prestabas a tus paisanos, a la gente con la que te cruzabas a diario.



Los domingos, cuando íbamos en el coche por la carretera de Aguadulce, nos revolucionábamos cuando a lo lejos, antes de llegar a la Cuesta de la Mona, cerca de la Garrofa, veíamos ondear la bandera inmaculada de la Cruz Roja, que desde el verano de 1963 ocupaba aquel puesto de auxilio sanitario, el primero que se puso en marcha en toda la provincia.



A mí me gustaba ver desfilar por las calles a la banda de la Cruz Roja con el sargento Saldaña al frente, marcando el paso como si fuera un auténtico militar. José Carmona Saldaña nació en 1938 en la calle de Santa Elena, a los pies del cerro de San Joaquín, en ese balcón natural de La Hoya desde donde las murallas de La Alcazaba parecen un decorado con el mar de fondo.



El niño del cabrero aprendió a trabajar antes de ir a la escuela. Los domingos se iba al cine del Teatro Cervantes y se ganaba un sueldo vendiendo golosinas en la sala y recorriendo las butacas con una caja de madera y seis vasos de cristal llenos de agua del grifo que los vendía a perra gorda entre los espectadores sedientos. 



Fue aguador en los cines y cuando tuvo edad para conducir un coche de caballos se hizo chófer trabajando a jornal con el Ceballos y el Morago, dos célebres cocheros de la Almería de los años cincuenta. Fue transportista de los que daban viajes con un carro de mulas llevando el pescado desde el puerto a la lonja y cuando tuvo la edad, se sacó el carnet de conducir y entró a trabajar llevando el camión de Muebles Real. 



Cuando regresó de la mili se incorporó como voluntario a la Quinta Brigada de la Cruz Roja, que empezaba a tomar fuerza en Almería. En aquellos años, ya era una organización estructurada sobre una disciplina casi militar, perfectamente uniformada y con un escalafón formado por oficiales, suboficiales y soldados rasos. 



José Carmona tenía vocación militar y era un tipo altruista que le gustaba ayudar a la gente, por lo que no tardó en ir ascendiendo peldaños hasta convertirse en todo un personaje dentro de la institución. Coincidió en los años  en los que don Carlos Galván de la Viuda era comandante jefe de la Brigada y con personajes históricos de la Cruz Roja almeriense como Francisco Balsalobre, Diego Ortiz, Eloy Martínez, Blaisa, Morales, Soriano, Hita  y Barón, entre otros. 


En los años sesenta, los voluntarios de la Cruz Roja formaban parte de la vida de la ciudad y estaban presentes en todos los actos que se organizaban. Los domingos asistían al estadio de La Falange cuando jugaba el Almería y antes del partido se colocaban en las entradas al recinto con su cargamento de almohadillas que alquilaban por un duro.

Los voluntarios estaban en el fútbol, en el circo, en los toros, en el Teatro Chino, en las carreras de bicicletas que se organizaban en la Feria y en las principales playas de la ciudad cuando llegaba el verano. En1963 se incorporaron a la carretera de Aguadulce, que en aquellos tiempos ya se había convertido en el tramo más peligroso de nuestra red vial. En el mes de agosto, se inauguró el puesto de auxilio en las proximidades de la playa de La Garrofa. El servicio funcionaba los domingos y festivos, días de mayor tráfico, y contaba con una tienda de campaña de primera asistencia y una ambulancia de urgencia. 


El puesto de La Garrofa y la labor de sus voluntarios salvaron muchas vidas cuando aquella carretera pegada al cerro era un laberinto mortal.



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