Vivir de parte del género humano

Entre las valiosas aportaciones de Ramón Fernández Miranda destaca su éxito profesional humano

Rmón Fernández iluminando el desayuno en el Habibi.
Rmón Fernández iluminando el desayuno en el Habibi. La Voz
Jacinto Castillo
19:47 • 05 jul. 2022

Un médico puede llegar a tomar tantas decisiones en una mañana de trabajo como algunas personas a lo largo de toda la vida. Pero antes, es preciso saber muchas cosas de cada uno de los pacientes. A veces, de uno solo. Parece una responsabilidad ingente y realmente lo es. Pero, también puede entenderse como un privilegio. De hecho, Ramón Fernández Miranda lo entiende así, ya que se siente un  privilegiado que ha encontrado el modo de dar rienda suelta a su profundo convencimiento humanístico.  



Un humanista es, simplemente, una persona que ama a sus semejantes. Que ama al género humano desde la inteligencia, sin entrar en distinciones absurdas y obsoletas sobre raza, sexo o inclinaciones personales. Ese género humano que se diferencia del resto de las especies por el fogonazo de la Razón, que, en un momento dado, permitió a los hombres y a las mujeres entregarse al razonamiento abstracto y a la posibilidad de adentrarse en la trascendencia. Por eso, el amor al género humano es una premisa y no una condición. Amar no exige, necesariamente, comprender. 



A los pacientes hay que devolverles la salud y puede que también la confianza en la vida, según los casos. Esa es una forma de entender la Medicina y la Vida o la Vida y la Medicina sin detenerse en el orden de ambos conceptos. Todo eso tiene bastante que ver con la especialidad de Ramón. A fin de cuentas, la Dermatología se ocupa de la salud del órgano más extenso del cuerpo humano. Además, la piel es todo lo que se puede saber de una persona al primer golpe de vista. En el fondo, la piel es lo que somos, hasta disponer de otras consideraciones, todas ellas fundamentales para la Ciencia y la Medicina.  



Por cierto, la Ciencia es uno de los cuatro pilares que Ramón ha elegido para que sobre ellos descansen con solidez sus principios. Los otros tres son, a saber, la Razón, la Ilustración y la Fe. Menos mal que el Habibi deja mucho margen para pasar revista a lo esencial y a lo accesorio, ya que, con los churros y el café, se sirven unas gotas de entendimiento y una punta de sabiduría, sin perder de vista las reglas no escritas de los desayunos del sábado por la mañana. 



Con ser imprescindibles, ni la sabiduría ni el entendimiento bastan para enfrentarse a una enfermedad que tiene nombre de maldición bíblica. Ramón necesitó más recursos que la luz de la sabiduría y la fuerza del entendimiento para coser en su biografía con hilo de seda su victoria personal contra la lepra, esa dolencia que es casi inseparable de la miseria y el abandono.  Precisamente, dos síntomas de  una de las peores epidemias que sufre el género humano y que Ramón asume con la misma seriedad que el Juramento Hipocrático o que su condición  de cristiano que amó la Teología de la Liberación.   



 En el Habibi, las adversidades dejan paso a los héroes personales. Ramón recuerda a Carlos Cano, de voz honrada y poética. O al subcomandante Marcos, que sembró la esperanza de una revolución indigenista con fusiles de madera. Personajes que se incorporaron a la vida de Ramón porque tuvo la oportunidad de intercambiar sabiduría y entendimiento con ellos. Con muchos más 





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