Lo que unía un litro de cerveza

Los jóvenes ya le rendían culto a la litrona en los bares antes de que surgiera el ‘botellón’

Cuatro amigos con un litro de cerveza en el Bar Sevilla.
Cuatro amigos con un litro de cerveza en el Bar Sevilla. La Voz
Eduardo de Vicente
21:00 • 21 jun. 2022

El ‘botellón’ nació en los años noventa como un fenómeno de masas, como una forma de rebelión juvenil, como la manera más económica de coger el punto los fines de semana sin necesidad de tener que pasar por la caja registradora de los pubes que entonces estaban de moda. Tomarse una  copa en un pub era un lujo, mientras que compartir al aire libre varios litros de cerveza en pandilla no requería grandes inversiones. 



Lo de compartir la bebida no era nada nuevo; se trataba de una experiencia que venía de antiguo. La historia de las bodegas de Almería se escribió a base de grupos de hombres que después de salir del trabajo se juntaban en una mesa y organizaban partidas de dominó y grandes tertulias al calor de una botella de vino apócrifo.



A ese elemento socializador que fue el vino en la posguerra le salió una dura competencia a finales de los sesenta y sobre todo en la década siguiente. Cuando el vino compartido pasó a ser un ritual de mayores, la juventud empezó a rendirle culto a la cerveza, una bebida más juvenil, más pandillera, acorde con los nuevos tiempos que empezaban a gestarse.



Un litro de cerveza entre cuatro amigos y las cuatro tapas correspondientes empezó a convertirse en moda en la mayoría de los bares. El litro de cerveza hacía grupo, reforzaba la camaradería y era mucho más democrático porque incorporaba también a la mujer. Las tascas antiguas eran templos masculinos exclusivamente, mientras que los bares modernos acogieron en igualdad de condiciones a hombres y a mujeres.



En las tardes de los domingos era complicado encontrar una mesa libre en el bar Trajano, que durante una década fue un lugar de referencia para una generación de jóvenes. Los tiempos habían cambiado. Ya se había quedado vieja la moda de dar vueltas Paseo arriba, Paseo abajo, las salas de los cines ya no se llenaban nada más que cuando llegaba un estreno sonado y para ir a la discoteca había que disponer de una propina familiar. Empezaba a imponerse una nueva forma de entender el tiempo libre, que pasaba por esas reuniones en pandilla donde por unas pocas monedas se podía disfrutar de un litro de cerveza comunitario. Los adolescentes de la época hacían cola para entrar al bar Trajano y allí se pasaban las horas muertas, conversando, bebiendo y ligando. Allí íbamos mucho los estudiantes del instituto, los de la cofradía del bolsillo vacío, los que nos juntábamos en la puerta antes de entrar para ver si entre todos conseguíamos reunir el dinero suficiente para aspirar al menos a un par de litros de cerveza y sus tapas correspondientes.



En aquel tiempo tenía mucha aceptación el bar el Barril, en el Parque. Era un lugar diferente, con un ambiente intelectualmente más selecto, enriquecido con fotografías de cine que recordaban los años dorados de los rodajes en Almería. En ‘el Barril’ en vez de un vaso de caña te ponían una jarra de cerveza y en vez de las tapas tradicionales te recompensaban con un plato de cacahuetes que era el aperitivo estrella. Era un lugar perfecto para llevarte a una amiga que acabas de conocer unos días antes, el escenario más adecuado para seguir intimando, alejado de la multitud de los bares clásicos del centro.



En ‘el Barril’ podías hablar tranquilamente, mientras que en ‘el Trajano’ o en ‘el Pedra Forca’ era más complicado mantener una conversación sin chillar. Uno era un bar de reposo, los otros eran más de aluvión, refugio de aquella primera ‘movida’ juvenil que empezó a gestarse en torno a los litros de cerveza y a las patatas a la brava.



En aquella época empezó a sonar con fuerza el bar ‘Las Garrafas’, en la calle Rueda López. Ocupaba un lugar estratégico en el centro de Almería. Cuando lo abrieron compartió protagonismo con el cine Reyes Católicos, que estaba a la vuelta de la esquina y daba mucha vida a la zona, sobre todo los fines de semana, cuando la sala se llenaba de público. Muchos bares de los alrededores aprovecharon el tirón de salas cinematográficas como el Cervantes y el Reyes Católicos para rentabilizar su negocio.


Fue un bar que tuvo que adaptarse a las modas y a los cambios sociales. En los años sesenta la especialidad de la casa eran los vasos de vino y los medios litros que entonces se servían en las botellas que iban quedando vacías del Licor 43. Las tapas eran secundarias y no variaban de un trozo de melocotón, garbanzos, habas, tostones.


Una década después, ‘las Garrafas’ tuvo que reinventarse y cambiar esa imagen de bodega antigua por la de un bar moderno dándole prioridad a la cerveza que demandaba la juventud y a las tapas de calidad. Uno de los pequeños placeres de los estudiantes del instituto era juntar varias mesas en ‘las Garrafas’ y que Emilio de Amo, el dueño, te preparara una ración de perdices y unas patatas asadas con un par de litros de cerveza.


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