El Lugarico: Conchita Robles, cien años de su asesinato en el teatro Cervantes

Nacida en la Almedina, era aclamada en Madrid tras estar en la Compañía del María Guerrero

Imagen de Concha Robles.
Imagen de Concha Robles.
Francisco Giménez-Alemán
08:59 • 15 ene. 2022

El próximo jueves, 21 de enero, se cumplen cien años del asesinato de Concha Robles en el teatro Cervantes, a manos de su ex marido Carlos Berdugo, militar en activo y por tanto portador del arma corta que acabó con la vida de la actriz almeriense. Toda la vida hemos escuchado a la gente mayor contar esta trágica historia que tuvo repercusión en la prensa nacional, entre otras cosas porque el autor de la obra que se representaba, Alfonso Vidal y Planas, era un conocido dramaturgo en los ambientes madrileños que un año después mataría de dos disparos a su socio Luis Antón del Olmet en el teatro Eslava de la capital de España.



La historia, toda una leyenda, de la muerte de Conchita Robles en el escenario del Cervantes es muy conocida por los almerienses, no así otras circunstancias sobre la obra y su autor que en el transcurso del tiempo se han ido sabiendo. Bohemio, pendenciero, bebedor y mal encarado, Vidal y Planas iba precedido de su pésima fama como persona y como escritor hasta que estrenó el drama “Santa Isabel de Ceres”, basado en los ambientes de la prostitución en Madrid a principios del siglo XX y tomando como referencia la calle Ceres, desaparecida con la apertura el tramo de la Gran Vía que arranca desde Callao hasta la plaza de España. La protagonista, Isabel, ejercía el oficio más antiguo del mundo en una de las mancebías de la calle Ceres, y el argumento tenía mucho que ver con la biografía del autor porque Alfonso Vidal y Planas había retirado a su vez a una prostituta de aquel negocio para casarse con ella. Idealizada en la trama teatral la protagonista encarnada por Conchita Robles llega a ser glorificada en los ambientes populares y de ahí el nombre que da título a la obra: Santa Isabel de Ceres.



Desde que se anunció semanas antes su estreno en el teatro Cervantes, el Obispado publicó notas en la prensa señalando graves reparos morales a la obra de teatro y advirtiendo que caería en pecado toda aquella persona que asistiese como espectador a la función. Una función que para el censor eclesiástico era un compendio de perversiones y de enaltecimiento de la concupiscencia. Agotadas las localidades desde una semana antes, llegó la noche del estreno en la que minutos antes del inicio de la representación el comandante Berdugo perpetró el asesinato de la artista y de un joven aprendiz de la Imprenta Peláez llamado Manuel Aguilar.  



El Cervantes había sido inaugurado algunos meses antes y su empresario consideró que la obra de Vidal y Planas reunía los requisitos necesarios para llamar la atención del público almeriense. En primer lugar, por la protagonista, Conchita Robles, nacida en la Almedina y aclamada en Madrid después de formar parte de la Compañía del María Guerrero y de haber estado de gira por media España con funciones de éxito. Y en segundo lugar por el morbo que despertaba una pieza teatral condenada por la Iglesia, cuyo solo anuncio había logrado que se vendiese hasta la última entrada de gallinero. Era lo que precisaba un coliseo recién estrenado en Almería; una especie de lanzamiento para convertirse, como así fue, en el más longevo de los escenarios, si exceptuamos un local de carácter menor como es el Apolo de la calle Obispo Orberá.



En mi promoción de Periodismo tuvimos de profesor al célebre crítico teatral Alfredo Marqueríe, quien había conocido y tratado a Vidal y Planas antes de la guerra. Decía que no era mal autor, pero que las prisas por ganar unas pesetas le empujaban a escribir obras como churros con un resultado deficiente que había que remendar en los ensayos. Un día nos habló del estreno en el Eslava de “Santa Isabel de Ceres” y del gran escándalo que se organizó entre el público conservador. Y añadía que, debido a la precaria situación económica del autor, era el escándalo precisamente lo que buscaba; o sea, un antecesor de las técnicas de marketing que hoy se utiliza en el mundo del famoseo. Es decir, que al estreno de la función en el Cervantes no le pudo venir mejor la condena del Obispado para que se acabara el papel de todos los días programados. Lamentablemente solo hubo una función. Mejor dicho, ni una función porque la protagonista murió en el escenario nada más levantarse el telón el primer día de la representación.  



La imaginación de la gente ha ligado este suceso a la inverosímil leyenda de apariciones entre bastidores del fantasma de Concha Robles. Pero nada se ha podido demostrar en los cien años que ahora se cumplen de aquel horrendo crimen que ha dado cuerda para que durante todo un siglo se hable y se escriba de esta actriz nacida a los pies de la Alcazaba. 





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