El camión que iba con fruta a Francia

La familia Álvarez empezó con los camiones de barriles que traía la uva al puerto

Juan Álvarez Fernández con los brazos cruzados.
Juan Álvarez Fernández con los brazos cruzados. La Voz
Eduardo de Vicente
21:00 • 02 ene. 2022

En septiembre, las carreteras de los pueblos del Andarax se llenaban de carros de mulas y de camiones cargados con barriles de uvas. Desde Canjáyar, Ohanes, Beires, Padules, bajaban los vehículos en caravana por los caminos de tierra, serpenteando por las montañas en una procesión lenta y monótona. Todo el valle explotaba de vida cuando llegaba el tiempo de la faena. 



De la uva vivió Juan Álvarez Fernández, un joven de Viator que no quiso dedicarse a la tierra como su padre y se hizo conductor. Nació en 1900 en el cortijo de los Álvarez, a mitad de camino entre Pechina y Viator. Desde niño sintió devoción por los motores; cuando estaba jugando con los amigos y escuchaban un coche aproximarse por la carretera (acontecimiento que sólo ocurría de vez en cuando), echaban a correr detrás como galgos y lo seguían hasta que el cansancio los dejaba sin aliento.



Empezó a trabajar de transportista llevando camiones ajenos en los años veinte, cuando más de dos millones de barriles llegaban al puerto de Almería desde todos los puntos de la provincia. Entonces se ganaba dinero y con lo que fue ahorrando en aquellos años de esplendor pudo comprarse su propio camión, en 1930. Fue un Chevrolet con el que empezó a recorrer todos los pueblos, cargado de uvas cuando llegaba septiembre y el resto del año con lo que iba saliendo: naranjas, limones, verduras, pescado, muebles para una mudanza. A un camionero nunca le faltaba el trabajo en una época en la que ser propietario de un vehículo era, además de un seguro de subsistencia, un signo de distinción.



Los días de vino y rosas no duraron mucho. Al estallar la guerra civil, el ejército republicano le requisó el camión, argumentando que hacía falta para enviar víveres al frente. Una tarde, cuatro hombres armados se presentaron en su casa y y le quitaron su herramienta de trabajo. Fueron dos años de pesadillas, de tener que volver a trabajar la tierra para poder sobrevivir. 



Al terminar la guerra, presentó el documento que le habían dado cuando le expropiaron el camión y solicitó al gobierno de Franco que le entregaran otro vehículo. El 27 de octubre de 1945 le hicieron saber que se le había concedido su petición y que le ponían en las manos un camión de la marca Ford siempre que pudiera pagar 46.000 pesetas en noventa días. 



En aquel Ford con matrícula Al-17527, Juan Álvarez pasó el resto de su vida. A pesar de que el negocio de la uva no era ya tan pujante como en las décadas anteriores, pudo dedicarse de nuevo a su transporte. El cierre de los mercados internacionales debido a la Segunda Guerra Mundial hizo que la exportación buscara una salida airosa en los mercados nacionales. En 1942, de los catorce millones de kilos de uvas que se cosecharon en la provincia, más de trece millones se pusieron en circulación mediante el transporte terrestre. 



Eran los años de la posguerra y todas las contrataciones para un servicio de transporte en camión necesitaba la llamada Hoja de Ruta que concedía el sindicato autorizado. Además, los transportistas tenían que enfrentarse al problema que suponía la escasez de gasolina. Para llenar el tanque necesitaban un vale del Sindicato de Frutos y Productos Hortícolas y sólo podían repostar en los surtidores situados en la carretera de Huércal, El Ejido y Berja, o bien en el de la Estación de Servicio del garaje de Trino, frente a Oliveros.



Juan Álvarez no paró de trabajar un solo día, muchas veces acompañado por su hijo, Juan Álvarez López, que desde 1947, recién cumplidos los dieciocho años, ya conducía el Ford con la misma destreza que su padre. Fue el continuador del negocio familiar, aunque con los nuevos tiempos tuvo que apartarse del transporte de uva que estaba en decadencia. 


El joven Álvarez se iba a Níjar, cargaba el camión de habichuelas verdes, tomates y pimientos y se marchaba en busca de los mercados de Barcelona y Francia. Atravesaba España con su camión, desafiando la soledad y el mal estado de las carreteras, en una época en la que no se cruzaba ni con la pareja de la Guardia Civil. Sin radio, sin teléfono y sin otra compañía que la de la estampa de la Virgen del Mar que llevaba en el salpicadero.


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