Los almerienses que eran Amigos del País

Un grupo de filántropos decidieron fundar en 1866 un club para el fomento de artes y ciencias

El director de la Sociedad Amigos del País, José López, con un diploma, en 1917 en una foto del Museo de Terque.
El director de la Sociedad Amigos del País, José López, con un diploma, en 1917 en una foto del Museo de Terque.
Manuel León
07:00 • 05 dic. 2021

A lo largo de la historia de Almería ha habido siempre  gente de guardia esperando que pasara algo que nunca pasaba. Ocurrió, por ejemplo, a esos entrañables maestros de la República como Florentino Castro o Luis Abad, que creyeron, como Fernán Gómez en La Lengua de las Mariposas, que la instrucción pública sacaría a la provincia de las legañas; le pasó a esos afrancesados almerienses que esperaron de madrugada a unos combatientes procedentes de Gibraltar en la oscuridad del río, creyendo que una nueva Almería despertaría contra el rey felón.



Hubo, en esta línea, un pasaje en el libro de la historia de Almería en el que un racimo de hombres juiciosos -las mujeres entonces seguían relegadas- que soñaron a lo grande y crearon, como en otras partes de España, una Sociedad Económica de Amigos del País de Almería, una especie de club privado para el progreso de las artes, las ciencia y las industrias populares entre los menesterosos.



Fue fundada en 1866 bajo la dirección de Rafael Carrillo, un militar progresista de Canjáyar que fue también alcalde de la ciudad. Junto a él se inscribieron otros próceres de la época como Fermín Peralta, médico de Dalías, Juan de Mata Prats, arquitecto,dibujante y pintor quien diseñó el primer cenotafio de Los Coloraos en el cementerio de Belén, el escritor Antonio Ledesma, Francisco Roda, Felipe Vílchez, Francisco Nin de Cardona, Hilario Navarro, José Litrán, José de Burgos, Luis Arigo, José Rocafull y  otros prohombres que fueron entrando y saliendo, según las circunstancias del momento, a través de la dilatada vida de esta Sociedad que llegó a contar, según un acta de 1895, con una nómina de 391 socios. 



La figura clave, sin embargo, en aventar durante varias décadas el espíritu de esta filantrópica institución fue Miguel Ruiz de Villanueva, secretario del Gobierno Civil, abogado, jefe de Estadística, gentilhombre de su majestad, primer presidente de la Cruz Roja de Almería, dueño de Las Salinas de Roquetas y anticuario. Poseía una de las mayores colecciones privadas de lápidas y sepulcros árabes y se opuso con vigor, sin conseguirlo, al derribo de las atarazanas musulmanas en 1868.



Las sociedades económicas de Amigos del País surgieron en España a finales del XVIII, un siglo antes de que se constituyera la de Almería. Las inspiraban las nuevas ideas, los conocimientos científicos y todos lo que empezó a llegar con la Ilustración y el Siglo de las Luces. 



Proliferaron bajo el Reino de Carlos III con el impulso de Campomanes. La primera fue la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País de 1765, cuya actividad fue el germen de la industria metalúrgica entre los ilustrados guipuzcoanos, aunque provocó reacciones adversas entre los sectores sociales más tradicionales. 






La Sociedad Patriótica de Amigos del País de Vera,  constituida en 1776, fue la primera del Reino de Granada y la cuarta de España. Nació del instinto reformista del clérigo y canónigo oriundo de Lubrín, Antonio José Navarro, junto al vicario Diego Miguel García Reinoso y el párroco Diego Bascuñana Parra. Consiguieron la construcción de los primeros caminos y carreteras, fomentaron la recolección del esparto y la barrilla y su exportación mediante faluchos a través de la rada de La Garrucha. Y montaron una industria de hilado para hacer medias de seda y de algodón. Uno de los alumnos de esta institución veratense fue el célebre viajero Domingo Badía, conocido como Alí Bey,  que formaba parte de los Caballeritos de la Escuela de Latinidad, ubicada en la Plaza Mayor. 


La Sociedad de Amigos del País de Almería, un siglo después, tenía por objeto en sus estatutos mejorar las condiciones de vida del pequeño campesinado haciéndole partícipe de la incipiente industrialización. Promovía la Instrucción, la Agricultura, las Artes y el Comercio, premiando las acciones virtuosas ejemplares. Estaba dividida en cinco secciones: Instrucción Pública, Agricultura, Artes, Comercio y la Junta de Damas. Era una época efervescente y de cambios sociales con la Desamortización de Mendizábal y la condenada de la usura. Sus primeras sesiones se celebraban en el Liceo, el actual Centro de Fotografía, aunque ya en 1880 se hablaba entre los socios de cierta apatía y de carencia de fondos para afrontar los proyectos, como en más de una ocasión denunció el tesorero Salvador de la Cámara, adoleciendo, como tantas otras instituciones de ese tenor, “de mucha teoría y pocos hechos”, como dejó escrito el director de La Crónica Meridional, Francisco Rueda López. 


Uno de los requisitos para ingresar en este benéfico club era donar un libro, por lo que los Amigos del País consiguió reunir una de las más caudalosas bibliotecas privadas de la ciudad con volúmenes repujados en cuero. En 1893 promovió un asilo y tienda para desfavorecidos en el barrio de El Grillo, al norte de la carretera de Granada, aunque solo pudo poner la primera piedra.  Uno de los momentos cumbre de la Sociedad fue la  celebración del Congreso  Naval en agosto de 1900, que contó con la presencia del almirante Pascual Cervera, y se concibió con un acto de desagravio y de recuperación de la moral tras el  desastre de la Armada con la pérdida de las colonias de Cuba y Filipinas en 1898.


La Sociedad fue languideciendo entre un largo sueño y ya no quedó atisbo de ella  tras el estallido de la Guerra Civil.


Sin embargo, otro grupo de aventurero contemporáneos, recuperaron los estatutos y refundaron la Sociedad de Amigos del País de Almería en 1992, bajo la dirección de la profesora Concha Moreno y con otros miembros en la Junta Rectora como Jesús de Bustos, Miguel Naveros, Antonio Zapata, Fernando Martínez, Agustín Molina, Eduardo Zárate, Alfredo Sánchez, Diego Martínez y José Antonio Martínez Soler. Tenía sede en la calle Conde de Xiquena (antigua calle del Gallo) y se extinguió en un suspiro, dejando atrás toda esa tradición tan almeriense de bonhomía y hermosos deseos sin traducción en hechos precisos. 



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