La radio del maestro Barco

En 1934, Radio Almería abría todas las tardes su emisión con la música del trío ‘La Estación’.

El maestro Rafael Barco fue el músico más popular de la ciudad durante medio siglo.
El maestro Rafael Barco fue el músico más popular de la ciudad durante medio siglo.
Eduardo de Vicente
23:49 • 11 oct. 2021 / actualizado a las 07:00 • 12 oct. 2021

El día que echó a andar la emisora EAJ 60 de Radio Almería la música la puso el maestro Rafael Barco con el trío ‘La Estación’ que él mismo había formado. En el otoño de 1934, tener un aparato de radio en la casa era un lujo al alcance de pocos, por lo que era habitual que las familias y los vecinos se juntaran en el comedor a escuchar las actuaciones en directo.



En sus comienzos, la sintonía oficial de Radio Almería era el Fandanguillo de nuestra tierra y a continuación, la que interpretaban los músicos del maestro Barco, que en aquellos tiempos ya era un personaje en Almería. Sus actuaciones eran esperadas en los pueblos como si llegara una estrella y su nombre nunca faltaba en los festejos, donde el público bailaba con sus valses y soñaba con sus zarzuelas. 



Rafael Barco fue un músico de una gran talla popular. Fue el gran músico local en los años de la República y lo siguió siendo en la posguerra y hasta en los tiempos de la Transición, cuando seguía ejerciendo su cátedra dando clases particulares a los niños con ambiciones musicales.



Barco vivió rodeado de niños, de pequeños aprendices de músicos con los que el maestro empleaba su tiempo y su talento tratando de que aprendieran a tocar algún instrumento a cambio de un modesto sueldo. 



Su magisterio empezó en 1942, cuando consiguió la plaza de profesor de Música del Hogar Provincial, donde se pasó media vida enseñando. A las cinco y media de la tarde, cuando terminaban las asignaturas del día, empezaban las clases con el maestro Rafael Barco. El aula ocupaba una de las habitaciones de la segunda planta del viejo edificio del Hospicio, en la calle de Pedro Jover. Los niños, mientras esperaban la llegada del maestro, se amontonaban ante un amplio ventanal que daba a una de las calles que bajaban hasta el Parque, un lugar de poco tránsito que a finales de la década de los cuarenta solía ser utilizado por los soldados del Cuartel para hacer la instrucción. 



Cuando el maestro entraba en la clase, siempre envuelto en ese aire taciturno que lo caracterizaba, con su traje  gris y una cojera que le dejó la guerra civil, sus alumnos lo recibían de pie cantando a coro: “Buenas tardes tenga usted, don Rafael”. 



Aunque solía tener paciencia con sus discípulos y no perdía la compostura con facilidad, cuentan que cuando alguno lo sacaba de sus casillas también recurría, como los maestros de su época, al efectivo método del tirón de orejas o del morrillazo para imponer un poco de disciplina.



A lo largo del curso había días solemnes para los alumnos de Rafael Barco. El día de los Santos y en Navidad solía visitar el colegio el señor Obispo. El día que aparecía el prelado, la banda del Hogar salía a recibirlo al patio haciendo sonar un conocido himno cuya letra, que se cantaba para adentro, decía aquello de “ya está aquí el pájaro, ya está aquí el pájaro”.


El maestro Barco era un músico incansable. Cuando no estaba en el colegio o ensayando con alguno de los grupos que formó en la ciudad, se dedicaba a dar clases particulares en su domicilio. Los niños de la Plaza de Jaruga se sentaban en el tranco de la casa del profesor para escuchar cómo tocaba la flauta y el piano, que eran sus instrumentos preferidos. 


Barco habitaba una humilde vivienda entre la barbería del maestro Pedro y la carnicería de Nemesia. Las habitaciones las tenía decoradas con retratos de los grandes genios musicales  y se podían encontrar partituras y apuntes por todos los rincones. La sala de ensayos estaba presidida por un cartel del día del estreno de ‘En mi jaca jerezana’, la primera zarzuela que compuso.


El maestro Barco se pasaba el día trabajando y sólo descansaba  de noche. A comienzos de los años sesenta, cuando llegó la primera televisión al barrio, que fue la del comerciante Eduardo Segura, el viejo músico solía visitar la casa para disfrutar un rato del nuevo invento que le regalaba imágenes de los lugares más lejanos del planeta. A veces, el sueño lo sorprendía antes de que terminara el Telediario y cuando se despertaba preguntaba a la familia: “¿Qué ha dicho el hombre del tiempo?”.



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