El gigante del Parque Viejo

En 1967 se concedió la licencia para levantar 10 plantas en la esquina del Parque y la Reina

Eduardo de Vicente
01:55 • 28 sept. 2021 / actualizado a las 07:00 • 28 sept. 2021

Cuando en el verano de 1962 se aprobó la modificación de la altura de las nuevas construcciones se firmó de paso la destrucción del casco histórico. Hasta en las calles más angostas, aquellas con menos de cinco metros de anchura, se permitió que se levantaran edificios de cuatro pisos de altura, lo que suponía una auténtica barbaridad teniendo en cuenta que en esos callejones la mayoría de las viviendas eran las típicas de la ciudad de Almería de puerta, ventana y ‘terrao’. Unos meses después empezamos a ver el caos: calles donde desaparecían casas longevas que constituían la esencia de la ciudad y en su lugar se alzaban gigantes de hierro y hormigón que sobresalían sin ningún criterio sobre el resto de las viviendas.






Aquello fue una orgia del ladrillo y los billetes verdes en  la que participaron las autoridades municipales y los constructores oportunistas. Para acometer el desaguisado se hizo creer a los ciudadanos que el progreso estaba en aquellas edificaciones modernas, que ofrecían las comodidades que no existían en las casas antiguas por muy bonitas que fueran y por mucha historia que soportaran sobre sus muros. Derribar y construir, fue el lema, sin ninguna norma estética, permitiendo que cada empresa levantara su piso a gusto del arquitecto en cuestión. No se salvó ningún barrio ni ningún rincón del casco histórico. Se llegó a construir hasta delante de las piedras de la Catedral, lo que significaba que aquí a nadie le  importaba ya la historia, que el futuro se imponía con tanta fuerza que mirar hacia atrás no tenía sentido. Lo más grave es que fue la inmobiliaria Santos Zárate, propiedad de la Iglesia, la que levantó el monstruo del edificio de la librería Pastoral casi pegado a la torre del campanario.



Lo único que importaba era el negocio, crecer en vertical, sacarle todo el jugo a los solares; ya estaba bien de romanticismo y de casas viejas que le daban a la ciudad un aspecto pobre. Había que mirar a otros horizontes, a ciudades como Alicante que había seguido el mismo camino.






De esta hecatombe urbanística tampoco se libró el Parque Viejo, que parecía anclado en otra época, envuelto en la sombra de sus árboles. 



En el mes de julio de 1967 el Ayuntamiento otorgó la licencia necesaria para construir un edificio de diez plantas sobre el solar que había quedado en la esquina de la calle de la Reina con el Paseo de San Luis. 



En aquel solar había nacido el colegio de las Jesuitinas en los primeros años de la posguerra, cuando estaba ocupado por una manzana de antiguas viviendas y un gran jardín que corría paralelo al Parque.

Era el lugar perfecto para abrir la veda en aquella esquina llena de historia frente a los muros del Hospital Provincial, el Parque y el puerto.  Las obras duraron dos años y por fin, en 1970, el edificio ‘Parque de Almería’ era ya una realidad. El encargado de su promoción fue José Fernández Revuelta, primer presidente democrático que tuvo la Diputación.

El complejo se vendía como el mesías de la modernidad: ascensor Otis de subida y bajada; fachada en piedra natural; presión constante de agua en cada piso mediante un moderno equipo de electrobombas automáticas, y además, una portería a la antigua usanza, con porteros incluidos, para velar por los intereses de los propietarios.


Fue el primer gigante que se construyó en la primera línea del Parque Viejo y tuvo una gran aceptación, ya que además de las comodidades que ofrecía con sus modernas instalaciones, el edificio disponía de unas vistas inigualables hasta ese momento en la ciudad, tan solo equiparables con las que disfrutaban los clientes del Gran Hotel Almería.

La gran altura del edificio Parque le permitía dominar por el sur todo el puerto y el horizonte marítimo, y por el norte los torreones de la Alcazaba y las murallas de San Cristóbal. Con unos prismáticos se adivinaban los coches que llegaban por la carretera de Aguadulce y los últimos resquicios que quedaban de la Vega, allá por la central térmica y la residencia de ancianos.



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