La estatua de la Caridad y el olvido

Nació olvidada. Llegó siete años después de la catástrofe de 1891 y fue colocada con desgana

La estatua de la Caridad pegada al muro de la Rambla. Detrás se ve el edificio de los talleres de Oliveros.
La estatua de la Caridad pegada al muro de la Rambla. Detrás se ve el edificio de los talleres de Oliveros.
Eduardo de Vicente
22:52 • 13 sept. 2021 / actualizado a las 07:00 • 14 sept. 2021

Ha formado parte de nuestro paisaje medio oculta junto al viejo muro de la Rambla. Cuántas veces pasamos por delante de la estatua sin detenernos ni un instante para mirar hacia arriba, para verle la cara o leer las inscripciones de la lápida. Ni siquiera en el colegio, cuando los maestros nos hablaban de historia, hacían un paréntesis en los libros de texto para recordarnos qué representaba aquella mujer que tenía pegada a su regazo a dos niños desamparados.



La estatua de la Caridad ha vivido olvidada porque nació bajo esa condena. El día que la descubrieron no hubo ni banda de música ni siquiera el protocolo oficial de las autoridades ni el estruendo de los cohetes. Se hizo medio a escondidas, como si en vez de un símbolo hubieran colocado una farola o un poste de la luz. El acto se programó para el once de septiembre de 1898, cuando se cumplían siete años de la gran inundación que dejó a Almería con una herida tan profunda que desató una ola de caridad nacional sin precedentes.



La inauguración fue un desastre. No se convocó a las autoridades ni al pueblo que era el verdadero protagonista. A la hora prevista llegaron los empleados, tiraron de los lienzos que cubrían el monumento y la dejaron al descubierto sin ningún discurso que pusiera un poco de calor, sin una nota musical que le diera relieve, sin un gesto que le concediera la importancia que la estatua tenía.



Era el colofón, la guinda de la magna obra de la desviación de las ramblas que se había prolongado durante seis años para defender nuestra población de las inundaciones. El encauzamiento y desviación, con tanto calor pedidos y defendidos, no estaban completos. Faltaba la coronación, un digno remate que debía ser un monumento que representara a la caridad universal. En el invierno de 1897 el arquitecto Enrique López Rull elaboró un dibujo de la futura estatua que se iba a levantar en el lugar más apropiado, el nuevo muro de la Rambla a la altura de la Plaza Circular, para recordar a las presentes y futuras generaciones de almerienses que aquella gran obra, el ansiado cauce nuevo, había sido construido gracias a los filantrópicos y humanitarios sentimientos que inspiró nuestra catástrofe.



El monumento empezó a colocarse en noviembre de 1897 y desde el primer momento en que los obreros iniciaron los trabajos para levantar la base de piedra llegó la polémica. El punto elegido fue el mismo muro de la Rambla, a la altura de las escaleras de acceso al cauce. Desde algunos sectores de la opinión pública se criticó esta decisión, considerando que la estatua merecía un lugar más apropiado como era el centro de la Plaza Circular, en el espacio ocupado por una fuente que muchos calificaban como un auténtico “adefesio”.



En diciembre, un mes después del comienzo de los trabajos, el periódico La Crónica Meridional informaba a los almerienses que “las obras de construcción de la estatua con el dinero de la suscripción nacional están siendo dirigidas por el arquitecto Enrique López Rull, autor del proyecto del pedestal. La escultura se ha encomendado al escultor Luis Fernández Cortés y será fundida en hierro en la fábrica de Oliveros”.



Por fin llegó el día de la inauguración, cuando se cumplía el séptimo aniversario de la tragedia. Se pensaba que podía ser un acto importante y solemne por lo que significaba el monumento en el contexto histórico de la ciudad y porque se trataba de la primera estatua pública que iba a tener la ciudad. Sin embargo, el asunto se despachó de puntillas, como si fuera un estorbo, provocando las críticas de la prensa, que días después aseguraba que “descubrir la estatua de la Caridad sin luz y sin moscas ha dejado a todos los almerienses con un palmo de narices. ¿Cómo es que el comisario Regio no se ha preocupado de que se le dé alguna solemnidad al monumento?”.



En silencio, sin hacer ruido alguno, la estatua se convirtió en uno de nuestros símbolos históricos, aunque marcado siempre por ese olvido tan peculiar de un pueblo como el nuestro, tan frágil de memoria y con tan poco apego a las tradiciones.


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