Un siglo de toros entre sus manos

Fernando Díaz (1925) es el aficionado más longevo que acude a su tendido cada año

Fernando Díaz ha reunido a una parte de su familia en su casa para el ritual de la merienda de los toros, dos horas antes de acudir al coso.
Fernando Díaz ha reunido a una parte de su familia en su casa para el ritual de la merienda de los toros, dos horas antes de acudir al coso.
Eduardo de Vicente
07:00 • 26 ago. 2021

Podría cerrar los ojos y caminar a ciegas hasta la Plaza de Toros sin desviarse. Ha recorrido tantas veces el camino que lo tiene memorizado como si llevara un GPS incorporado en un rincón del cerebro. Se podría afirmar, sin riesgo de exagerar, que Fernando Díaz ha tenido tres hogares a lo largo de su vida: su casa familiar, su barraca en el Mercado Central y su balcón en el tendido cuatro.



Ya no queda nadie de su generación en la Plaza de Toros. Es el aficionado más longevo que sigue renovando su abono. El pasado sábado volvió a sentir la magia del recinto después de un año de ausencia por la epidemia. Allí estaba él, haciendo cola en la entrada para que le tomaran la temperatura, subiendo los incómodos escalones de piedra con las piernas cansadas pero con la ilusión intacta, como aquella primera vez en el año 1934 cuando su padre le hizo el regalo más importante de su vida: una entrada de sol para ver a Belmonte.



Su idilio con la plaza y con la fiesta había empezado antes. De niño jugaba alrededor del coso y cuando llegaba la feria se embarcaba en la aventura de colarse para poder asistir a la gran liturgia. Se trataba de una hazaña complicada porque tenía que eludir la vigilancia de su padre y después encontrar el modo de llegar a las gradas sin haber pasado por taquilla. 



Se colaba con el carro de la carne, aprovechando la condición de carniceros de su familia y se colaba agarrado al mandil de alguna de las despojeras que en las tardes de corrida acudían a la plaza a por los desperdicios.  



Un día, mientras aguardaba el momento del abordaje, vio llegar a los niños del Hospicio, que en los años treinta gozaban del pequeño privilegio de poder asistir gratis a las corridas de la feria. Fernando, con su camisa blanca, su pantalón corto y su pelado al cero, vio que su imagen no desentonaba con la de aquellos niños desamparados, así que no dudó en colocarse al final de la fila y entrar en el coso haciéndose pasar por un hospiciano. 



Su infancia está repleta de tardes de toros sin entrada, hasta que en 1934, a los nueve años de edad, su padre le hizo aquel regalo inesperado para que cuando fuera mayor le pudiera contar a todo el mundo que él había visto torear en Almería a Juan Belmonte, todo un Dios en aquel tiempo.



Desde entonces nunca más volvió a colarse y siempre que hubo toros en Almería estuvo presente como si formara parte de la tramoya de la plaza. Pero no solo se conformó con sacar su abono y llenar el tendido, sino que asumió el compromiso de convertirse en el gran cronista de su tiempo, primero con una humilde cámara de fotos que le regaló su madre y después con un tomavistas que le trajeron de Sidi Ifni. 




La cámara era una Kodac que por su pequeño tamaño le decían la ‘baby’. La había comprado su madre en la óptica de don Agustín Apoita por doce pesetas y noventa céntimos y durante años se convirtió en la mascota de la familia, tan utilizada que no tardó en resquebrajarse, por lo que para poder funcionar había que recurrir al viejo recurso del esparadrapo. 


Con aquella máquina, Fernando Díaz tuvo el privilegio de retratar a Manolete en los tres años consecutivos que toreó en Almería: 1942, 1943 y 1944. En aquellas fotografías quedó marcada la profunda mirada del joven reportero que supo sacar del maestro sus gestos más hondos.


Fernando Díaz era el retratista vocacional de las corridas de feria. Sacrificaba su pasión de aficionado para recoger con su objetivo la historia de cada faena. En 1962 su carrera de reportero dio un giro inesperado cuando un amigo le dejó un tomavistas. A la feria siguiente, en 1963, se presentó en el tendido con su filmadora entre las manos, como si fuera un turista, y durante treinta y siete años grabó con ella todas las corridas que se celebraron en Almería, hasta que la empresa del señor Chopera le denegó el permiso.


Su archivo taurino tiene un valor incalculable. No solo por poder ver al Cordobés debutando  o alguna de las faenas inolvidables que dejó Curro Romero, sino por los pequeños detalles que fue recogiendo como pepitas de oro, instantes donde se pueden ver a los aficionados de aquel tiempo, la mayoría ya desaparecidos, compartiendo ilusiones en las tardes de feria. Esa misma ilusión es la que empuja a Fernando Díaz a seguir echando fotografías en la plaza y a organizar la merienda taurina en el sótano de su casa para no romper con la tradición.


Temas relacionados

para ti

en destaque