Las Peñicas de Clemente

Prácticamente aislado, y situado a medio camino entre el casco urbano y la vega de Almería

Panorámica de la ciudad de Almería.
Panorámica de la ciudad de Almería.
Manuel Sánchez Villanueva
07:00 • 01 ago. 2021

Muy frecuentemente, al entrar y salir de la ciudad de Almería en dirección al Levante o a la Vega de Acá, tengo que hacer un ejercicio mental para no dejarme llevar por la nostalgia. 



En ese punto neurálgico de la ciudad, prácticamente ocupado por autovías y avenidas, hace muy pocas décadas que se alzaba todo un barrio con fuerte personalidad propia del que hoy apenas si queda una hilera de las tradicionales casas puertaventana. Prácticamente aislado, y situado a medio camino entre el casco urbano y la vega de Almería, estaba habitado básicamente por familias de ferroviarios y de peones agrícolas, si bien también contaba con algún prospero cortijo. El barrio no era conocido por su nombre “oficial” de las Peñas o Peñicas de Clemente, sino porque en sus inmediaciones hubo una venta famosa por servir el plato tradicional almeriense de las Gachas Coloradas, o Colorás, en nuestra habla local.



Aunque mis padres no se instalaron en el barrio, yo me sentía muy ligado afectivamente al mismo, ya que mis cuatro abuelos vivían allí. Para mí suponía una liberación salir del férreo control social del centro de la ciudad y poder escaparme para jugar y corretear por la zona, donde  me parecía formar parte de una gran familia.



Sin embargo, en ocasiones tengo que hacer un esfuerzo para intentar que la evocación de la niñez no me juegue una mala pasada. Analizado con frialdad, no se trataba de ningún espacio bucólico. Gran parte de las casas eran de una calidad ínfima, en los alrededores había escombros, cerca se levantaba la fabrica de La Celulosa Almeriense, ejemplo de actividad molesta e insalubre, sin olvidar los efectos ambientales que producía la carga de mineral de hierro en las inmediaciones hasta la construcción del añorado Toblerone.



Pero sí que hay un hermoso recuerdo de esa época en el que no me falla la memoria. Se trata del privilegio de haber conocido la belleza del entorno relacionado con la llamada cultura del agua de Almería. Me refiero a ese milagro que supuso el que, a raíz de la dominación musulmana, o antes incluso según algunos, en Almería se consiguiera canalizar y distribuir el agua con un alto nivel de perfeccionamiento, en armonía con un medio marcado por la precariedad hídrica y climatológicas extremas. Aunque yo solo lo conociera en sus postrimerías, puedo fácilmente evocar las palabras del viajero Münzer quien en 1494 visitó brevemente nuestra ciudad y nos dejó la famosa descripción de la Vega de Almería: >>nos amaneció en un risueño valle regado por un riachuelo, a cuyas orillas extiéndense frondosas huertas y verdes campos, donde crecen la palmera, el olivo, el almendro, la higuera, haciéndonos la ilusión de que caminábamos por el Paraíso>>.





En resumen, como muchos almerienses, crecí familiarizado con el sistema de vida asociado al Sindicato de Riegos de Almería y Siete Pueblos de su Río y pude ser remoto testigo de su paulatina desaparición. Por este motivo, he intentado mantenerme mínimamente enterado de la labor divulgativa realizada por muchos especialistas, asociaciones y personas independientes en favor de la preservación de la memoria de la Cultura del Agua. Han sido muchos, y por ello prefiero no citarlos, si bien únicamente destacaré, a modo de ejemplo significativo, que entre esa larga lista me atrevería a incluir al banquero más representativo que ha dado nuestra provincia hasta el día de hoy.



Por eso, cuando se comenzó a hablar de la inminencia del derribo del Acueducto de Las Cumbres, en mi fuero interno pensé que, más temprano que tarde, se llegaría a una solución. No podía creer que, en pleno siglo XXI, los almerienses repetiríamos la sensación vivida cuando, en abril del 1982, y a pesar de las protestas ciudadanas, una cuadrilla de operarios entraba a saco en el emblemático Chalé de la Plaza Santa Rita para derribarlo sin contemplaciones.


Se argumenta que la situación jurídica de aquel caso y de este no es la misma. No soy especialista y sinceramente lo ignoro. Lo que sí puedo asegurar que equipara el triste caso de 1982 con el que acabamos de vivir, es la sensación de que estamos siendo incapaces de buscar soluciones imaginativas a la hora de definir nuestro modelo de desarrollo de cara al futuro, por lo que, en un mundo en plena transformación, corremos el riesgo de convertirnos en campeones absolutos en la triste especialidad de desperdiciar alegremente nuestros recursos naturales y patrimoniales.


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