Almería desprecia su memoria histórica

Para ver algunos de sus tesoros hay que viajar al extranjero

El patio del Castillo de Vélez Blanco se puede visitar... en Nueva York
El patio del Castillo de Vélez Blanco se puede visitar... en Nueva York La Voz
Antonio Fernández
10:00 • 16 jun. 2021

A lo largo de la historia han pasado por Almería gran parte de las culturas que han marcado el devenir de la humanidad, o al menos de una buena parte de los pueblos que protagonizaron la historia de los pueblos que baña el Mar Mediterráneo.



Pero somos almerienses y nunca nos hemos ocupado realmente de mantener vivo el patrimonio que se nos ha ido acumulando, tan rico como variado gracias al paso de diferentes civilizaciones por un territorio que siempre dio cabida a quienes quisieron aprovechar sus recursos, su conocimiento o su posición geoestratégica, a medio camino entre Europa y África, vía de acceso o de salida el Mare Nostrum.



Los viajeros que incluyen en sus periplos la ciudad de Nueva York se admiran al visitar su Museo Metropolitano y comprobar que en su acceso principal luce los elementos arquitectónicos del patio del Castillo de Los Vélez. Una primera reacción lleva a un punto de indignación por el hecho de que, en su día, esa riqueza ornamental del que probablemente era el castillo mejor conservado y más espectacular de la provincia, que desde su altura domina toda una comarca, fuera vendida a los norteamericanos para mayor lucimiento de sus museos; de esto hace ya más de un siglo (1908).



Lo lamentable
Sin embargo, una segunda reflexión lleva a la pregunta inevitable, ¿estarían ese patio, ese artesonado, labrados en bello mármol de Macael, en las mismas condiciones en Almería de lo que lo están en Nueva York (el artesonado se puede visitar en el Instituto Cultural Helénico de Ciudad de México)?; y lamentablemente la respuesta, casi unánime de esos almerienses viajeros, sería no. Así que el sentimiento último que nos queda es abrazar con orgullo el hecho de que uno de los ‘monumentos’ más visitados de la gran urbe americana sea esa maravilla arquitectónica que en su día fue nuestra, una joya que mezcla sabiamente estilos como el renacentista, el gótico o el naturalista.



Para reforzar esa triste opinión nos queda el consuelo de que gracias a la excelente labor de conservación y puesta en valor que han realizado los especialistas ‘yankis’ se ha puesto en marcha el proyecto para la reproducción prácticamente exacta de las piezas que componen ese rico legado arquitectónico y artístico.



En base a lo que se ha conservado con un mimo que nosotros no fuimos capaces de asumir, los especialistas españoles, las empresas del sector almeriense del mármol y las instituciones trabajan desde hace algunos años en construir una réplica exacta de esos artesonados y, en unos pocos años más el patio central del Castillo de Los Vélez podrá lucir el mismo aspecto que tenía hace siglos.



Desidia almeriense
Cabe en el pensamiento de los almerienses albergar dudas de cómo valorar el sentimiento que esta realidad produce. Para muchos se llamará vergüenza, para otros muchos será orgullo, pero para todos debería ser una demostración -una más- de la desidia que ha presidido la acción de instituciones, empresas o ciudadanos a la hora de incorporar a sus preocupaciones el saber mantener el legado de nuestra propia historia.



Cito el Castillo de Los Vélez, ubicado en Vélez Blanco (lo digo por si alguien quisiera recorrerlo y gozar de lo que aún queda en pie) por poner quizá el ejemplo más paradigmático de una riqueza patrimonial perdida, pero podríamos estar hablando de otros en los que de una u otra forma hemos despreciado la historia y sus huellas. Dije en una ocasión que ‘Almería es una provincia cargada de historia pero sin memoria y por ello ha despreciado sistemáticamente su historia’, ha hecho todo lo posible por olvidarla, sobre todo cuando ‘estorbaba’ para los espurios intereses de unos cuantos, y poco a poco ha ido perdiendo sus señas de identidad.


Las chapuzas
‘Arreglos’ como los que se han realizado en nuestro conjunto monumental más emblemático, La Alcazaba de Almería, considerada como la mayor de todas las construidas en Europa durante el periodo árabe, aplicando vulgar hormigón a unos muros levantados con argamasa y piedra hace más de mil años, son una puñalada trapera a esa historia, a tanta belleza.


El absoluto abandono de los Pozos de Jairán, construidos bajo el lecho del Río Andarax porque los musulmanes sabían que cuando el río no traía agua en superficie, ésta circulaba por debajo de su lecho, una maravilla de la ingeniería civil que, más de un milenio después, aún siguen dando agua a los almerienses, supone otro ejemplo dramático, en este caso acentuado por el hecho de que no son visibles como La Alcazaba, pero suponen uno de esos tesoros ocultos que se deberían poner en valor, mostrarlos a los almerienses o utilizarlos como un magnifico recurso turístico.


El abandono
Lamentablemente hemos de ver periódicamente como los restos del esplendor patrimonial se nos caen a pedazos; acueductos, castillos, palacios como el del Almanzora, mezquitas, templos, aljibes, sistemas de acequias, esa maravilla del conocimiento que son los balates que permiten que en la segunda provincia más montañosa de España se puedan cultivar parras, olivos o frutales (en muchos lugares del mundo son una reliquia, un tesoro de gran atracción para el turismo); aquí, poco más que un estorbo que se va cayendo por el descuido o, me temo, por el desconocimiento.


Todos los expertos nacionales e internacionales señalan, al hablar del nuevo turismo que va abriéndose paso, que las preferencias de los que se gastan el dinero en recorrer el mundo van por el camino de “vivir emociones” y, en buena medida, esas emociones se perciben ante una obra colosal, una muestra del ingenio del hombre en su eterna lucha por sacar provecho de los recursos naturales, por llevar el agua allí donde permite mejorar la vida o defenderse de las acometidas de los enemigos.


Almería precisa como nunca rescatar esa memoria histórica, aprender a rentabilizar un patrimonio que se mantiene oculto a ojos de los propios almerienses, defender con orgullo y conocimiento los recursos infinitos que pueblos y civilizaciones nos han ido legando. No hacerlo no sólo es una muestra de la insensatez que ha presidido el día a día de los ciudadanos, pero también de las instituciones.


Quizá la solución sea viajar, ver cómo un pueblo cualquiera en Francia, en Italia, en Alemania o en Suiza han luchado por conservar la herencia de su historia, el patrimonio que conforma sus señas de identidad. En muchos casos con recursos infinitamente más pobres que de los que puede presumir Almería, pero lo cuidan tan bien, lo adornan con tanto mimo, que muchas de sus plazas, de sus rincones, de sus calles, lucen realmente atractivos.


¿Y si nos ponemos manos a la obra y aprendemos a vivir de cara a nuestra historia en lugar de hacer todo lo posible porque desaparezca para siempre?


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