Experiencias de los que inyectan esperanza frente al coronavirus

Tres enfermeros que pertenecen a los equipos de vacunación cuentan su trabajo y sus vivencias

Equipo de vacunación del que forma parte Pedro González del Valle
Equipo de vacunación del que forma parte Pedro González del Valle La Voz
Lola González
07:00 • 19 abr. 2021

Era un día de finales de diciembre, en medio de la Navidad más oscura que se recuerda, cuando tras nueve meses de lucha se abría paso un rayo de esperanza. “Recuerdo perfectamente cuando llegó el camión escoltado por la Guardia Civil al hospital. Estábamos todos los trabajadores allí esperando. Miré alrededor y vi que a todos se nos caían las lágrimas. No se me va a olvidar esa imagen en la vida”. Así narra Francisco Artero, uno de los enfermeros que han formado parte del equipo de vacunación contra la COVID-19 del Hospital Universitario Torrecárdenas, la llegada del primer cargamento de vacunas.



Y es que la llegada de las vacunas en esta pandemia, hasta con sus complicaciones y cambios de criterio, ha sido y es la gran esperanza para volver a la normalidad, la de siempre, no esta nueva que nos hemos creado. No será de un día para otro. La inmunización requiere de un gran esfuerzo por parte de los sanitarios que saben que cada día tienen entre sus manos el arrebatarle la oportunidad al coronavirus de seguir ganando esta partida de ajedrez. Un esfuerzo que conocen bien Francisco Artero, Emilia Galindo y Pedro González del Valle. Los tres son enfermeros y por sus manos han pasado miles de viales.



Francisco y Emilia trabajan en Torrecárdenas. Ellos han estado encargados de llevar la protección hasta los sanitarios que luchan cada día contra la COVID-19. En apenas tres meses consiguieron vacunar con sus dos dosis a los más de 5.000 trabajadores. Fueron dos equipos pinchando de lunes a domingo, trabajando 15 y 16 horas, sin descanso, pero con el convencimiento de que “compensaba porque era la posible solución a la enfermedad” como dice Galindo.



Nervios
Los primeros días fueron de emoción desbordada entre las paredes de Torrecárdenas. “Al principio muchos compañeros se apilaban en la puerta porque estaban deseando vacunarse (sonríe). Muchos se echaban a llorar, se les caían las lágrimas después de toda la tensión, la preocupación y el cansancio de tanto tiempo de lucha” explica Francisco Artero mientras cuenta como en esas primeras dosis ejercieron de enfermeros, de fotógrafos, de cámaras… porque “todos querían inmortalizarlo”. Recuerda entre risas precisamente Galindo que había quien “se estaba poniendo la vacuna en un brazo mientras se hacía un selfie con la otra mano. Sabían que estaban viviendo un momento histórico aunque a veces agobiaba un poco”.






En esos primeros compases de la vacunación Pedro González del Valle pasaba de realizar PCRs por media provincia a cambiar el ‘palito’ de tomar las muestras por la jeringuilla y los viales. 



Siguió con el cuentakilómetros encendido pero ahora para ir por las residencias de mayores a llevarles la protección a los que peor lo habían pasado, los que se habían quedado más solos y que habían tenido más miedo. Verles llegar, a pesar del aspecto de astronauta que les daba el EPI, era todo un acontecimiento para ellos. “Recuerdo perfectamente como una viejecilla de la residencia de El Zapillo me decía mientras le ponía la vacuna que por fin iba a poder ver a su familia después de tantos meses. Es entonces cuando te das cuenta de que han estado en una cárcel de oro, es cierto que han tenido todo lo que podían necesitar, menos a los suyos”, explica.



Fueron tiempos de recorrer pueblos con la intención de llegar al mayor número de personas posible. De trabajar desde las siete de la mañana a las once de la noche para vacunar a miles de personas y cumplir los objetivos. Y en esas estaban cuando llega la vacuna de AstraZéneca y con ella, la puesta en marcha del vacunauto en el Palacio de los Juegos del Mediterráneo. A él se trasladaba Pedro junto a otra decena de enfermeros.


Es allí, en este vacunauto, donde han vacunado “a familiares, a compañeros de trabajo, a mucha gente que es muy importante para nosotros y esa sensación, esa emoción que sientes no se puede explicar”. Tiene que ser tan hermoso el saber que proteges a los tuyos que difícilmente ninguno de los que lo vemos desde el otro lado lo podamos entender. Precisamente esa sensación, esa esperanza que inyectan a la vez que la vacuna, es lo que les ha hecho a los tres seguir adelante en esta contrarreloj en la que quieren vencer al coronavirus. 


Gratitud
En el camino se llevan mil anécdotas, miradas de gratitud y hasta algún regalo. “Era el cumpleaños de mi jefa y allí estaba vacunando. La casualidad quiso que también fuera el cumpleaños de uno de los compañeros a los que le tocaba ese día y que fuera ella la que le pusiera la vacuna. Se la puso y se marchó pero al rato volvió con una caja de bombones. Fue un detalle muy bonito” cuenta Emilia Galindo.


Pero es que esta pandemia, a pesar de todo lo malo que ha traído, también ha despertado en la  mayoría de la gente una gran capacidad de empatía. Recuerda Pedro González del Valle a una señora de 86 años que había acudido a vacunarse al Palacio de los Juegos Mediterráneos pero que no tenía vehículo para regresar a casa. “Fue entonces cuando mi compañera Lourdes la acompañó para que cogiera un taxi cogiéndola del brazo, pero lo que más me gustó fue como muchos de los que estaban allí se ofrecieron a llevarla. Todos, de una forma u otra, se volcaron con ella y yo quiero quedarme con eso”.



Lo que seguro que hemos aprendido es a pronunciar Pfzier, AstraZéneca, Janssen o Sputnik y nos creemos expertos en efectos secundarios y en porcentajes de efectividad. Esta saturación de información y los cambios de criterio están provocando en algunos casi tanto miedo a la vacuna como a la COVID. Reconoce González del Valle que se han encontrado con algún caso en el vacunauto de personas que llegaban “casi con ataques de ansiedad porque no sabían qué hacer. Querían vacunarse pero el bombardeo en los informativos les hacía tener miedo. Entonces te tocaba sentarte con ella y tranquilizarla. Al final con lo que se queda la gente es con los titulares llamativos pero no podemos perder la perspectiva porque todas las vacunas, o cualquier otro fármaco, tiene efectos adversos”.


“Si te ciñes a estudiar números, la vacuna de AstraZéneca ha salvado ya en España cerca de 20.000 vidas mientras que están estudiando la relación que pueda tener con quince muertes. Es cierto que esas quince personas tienen nombre, apellidos y familias, pero también los tienen las 20.000 que salvan. ¿Merece la pena vacunar? Sin frivolizar, creo que sí. El coste-beneficio de estas vacunas es muy positivo. Yo invito a todas las personas que tienen tantas dudas con las vacunas a que cuando les duela la cabeza se lean el prospecto de la pastilla que vayan a tomar” sentencia Francisco Artero que además nos recuerda a los medios de comunicación la importancia de ser cautos ante las informaciones que ofrecemos.


A pesar de este pequeño caos provocado en los últimos días con los cambios de criterio, lo cierto es que la esperanza para superar esta pandemia sigue en el proceso de vacunación y en que las fuerzas no le fallen a los enfermeros que siguen al pie del cañón cada día. “Volvería a decir que sí, pero con los ojos cerrados” dice con rotundidad Pedro González cuando le preguntas qué respondería si volviera a recibir la llamada para entrar en este equipo. “Conforme me lo pregunta se me ponen los pelos de punta al recordar todo este tiempo. Llegué el primero junto con Álvaro y Rosalía y dos días más tarde lo hacía Alba. Empezamos haciendo PCRs, sudando con los EPIs en pleno verano. Luego llegaron el resto de los compañeros y la ruta por los pueblos para vacunar hasta que el cuerpo aguantara. Al final puedo decir que ya no son mis compañeros, son mis amigos”.


Unión
Un equipo en el que también incluye a los jefes que durante todo este tiempo han estado codo con codo con ellos, siempre dispuestos. Algo que también destaca de los miembros de la Gerencia del Hospital Torrecárdenas Fran Artero: “no vinieron para echarse una foto, es que venían a vacunar a sus compañeros. Tenían una implicación total” y eso ayuda a poder cumplir objetivos.



Más allá de transmitir tranquilidad ante los efectos secundarios de las vacunas me trasladan tanto Fran Artero como Pedro González otra misión, la de recordar que recibir las dos dosis y estar inmunizado no significa abandonar las medidas de seguridad. “Ponerte la vacuna no es sinónimo de quitarse la mascarilla” dice González mientras que Artero recuerda que “la vacuna es segura, efectiva, pero no es un ‘salve’ para hacer lo que nos dé la gana”. Pues tomemos nota.


Quizá ninguno de estos tres enfermeros son conscientes de que están viviendo un momento histórico. Puede que ninguno lo seamos en realidad. Pero lo que sí es cierto es que su trabajo, su dedicación, permite acercarnos cada día un poco más al final de esta pandemia y soñar con que se quede como materia de estudio de los libros de historia.


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