Toda la familia de la confitería La Sevillana

Fue durante décadas el establecimiento más señorial de Almería, en pleno vestíbulo de la ciudad

Antonia Giménez Quiles, la viuda de Santiago Frías Somohano, y sus once hijos.
Antonia Giménez Quiles, la viuda de Santiago Frías Somohano, y sus once hijos.
Manuel León
11:02 • 11 abr. 2021

Amalia Frías Giménez, que aún vive con 100 años y tres meses, recuerda como si fuera ayer cuando se escondía los bombones en sus bragas de niña para ir a comérselos en la soledad de un terrao de la Puerta Purchena; o cómo se espolvoreaba los dedos de merengue cada vez que entraba en el obrador de la confitería familiar; o cómo se asomaba de puntillas como Astérix a las marmitas de chocolate hervido y de almíbar, con los que se cubrían los gloriosos bizcochos que perfumaban de azúcar y canela el centro de la ciudad. 



Ha pasado mucho tiempo, pero en Almería aún hay quien recuerda abierto el establecimiento de La Sevillana, esa pastelería y  comercio de ultramarinos y coloniales que marcó una época en la Puerta Purchena, en el vestíbulo de aquella ciudad uvera y minera.



Su mayor esplendor lo alcanzó cuando lucía tres lozanos escaparates hasta el techo rebosantes de caramelos y de merengues, de la mano del empresario Santiago Frías Lirola, abuelo de Amalia, a finales del siglo XIX; cuando dentro exhibía aquellos mostradores de caoba y aquellas estanterías repletas de peladillas y de anisados, entre helenísticas columnas de hierro fundido en los Talleres de Oliveros que aún sobreviven. Pero la historia de este comercio acrisolado comenzó mucho antes.



La muy distinguida Confitería Sevillana la fundó en 1850, cuando aún Almería era una ciudad amurallada llena de conventos, el comerciante de origen asturiano Francisco Somohano Tames -que ya aparece en la ciudad como contribuyente cuando la construcción del Pingurucho de Los Coloraos- y su esposa sevillana Amalia Muñoz Cejudo, en la calle Real, 4, haciendo esquina con la calle del Arco, donde hoy está Cortinas Lupión. Falleció el patrón en 1879 y siguió su viuda junto a su hija María Filomena, quienes ampliaron el negocio y abrieron dos establecimientos más en el boulevard haciendo esquina con la calle Lachambre y en el Paseo del Príncipe. 



La hija empezó a noviar con Santiago Frías Lirola, un joven oriundo de Dalías, hijo de una familia de barrileros, a quien su padre había enviado a estudiar a Almería sin que hubiera sacado demasiado provecho. Amalia, que no quería a ese daliense por futuro yerno, se embarcó con su hija rumbo a Asturias donde tenía familia para alejarla de él. Pero falleció la señora en la singladura y María Filomena volvió a Almería y se casó con el hombre a quien quería. Heredó  muchas propiedades, entre ellas esa enorme casona  del kilómetro cero de la ciudad, donde estuvo más tarde Almacenes Segura y ahora los apartamentos de HO y un futuro restaurante. 



Allí se afincó el matrimonio en 1884 dedicando el anchuroso bajo a pastelería y coloniales, convirtiéndose en uno de los establecimientos más genuinos de la ciudad. Aunque la confitería llevaba el nombre del marido, Santiago Frías Lirola, como aparece rotulado en las postales de la época, todo el mundo lo conocía popularmente como La Sevillana, atendiendo al origen de la esposa. Además, heredó una considerable finca y cortijo denominada Villa María, denominada así por sus padres en honor a ella, junto a la Cruz de Caravaca, cuyo distrito, ya urbanizado, ha conservado el nombre original en honor a esa María Somohano.



Se convirtió así La Sevillana en uno de los más acreditados establecimientos de Almería con tres sucursales -entre ellas la confitería La Corona- heredadas por el yerno, quien también fue uno de los fundadores del Círculo Mercantil y muy dado a gastarse los cuartos en los juegos de naipes y al bacarrá.



La Sevillana era el prontuario donde lugareños y forasteros de los pueblos acudían a proveerse de una caja de pasteles; donde se preparaban las meriendas de los toros; donde por Navidad se engalanaban los escaparates de gloria bendita y donde dentro se podían adquirir partidas de los mejores quesos de bola, manteca de Hamburgo, salchichón legítimo de Vic, mortadela de Bolonia, foiegrás, sardinas sin espinas, cafés, chocolates y los mejores vinos y zarzaparrilla. Buena parte del género llegaba por barco en fardos de ultramar. 


Aunque en ese tiempo convivía ya con otras casas confiteras como la del Once de Septiembre de Francisco García o La Dulce Alianza de Miguel Mateos, La Sevillana tuvo siempre el plus de ser la decana y de estar situada en la pomada de la ciudad. A su lado estaba la casa de Lola Padilla y su marido Vicente Gay y debajo la tienda de máquinas de coser Sínger, que después se convirtió en cuartel de la Guardia Civil. También se situaba en esa manzana la perfumería Venus y La exquisita Jamonería andaluza, junto al kiosco del tío Berroncha y los puestos de garbanzos torraos como lo que fue luego el kiosco Amalia.


A la Puerta Purchena, a través de la calle Granada, entraba la gente de los pueblos a la ciudad, mientras los propios se sentaban al atardecer en los bordillos de las aceras a ver la vida pasar. Enfrente de la Sevillana estaba la Posada del Alamo, el Cañillo, Plata Meneses, aún no había llegado el caminante Salmerón, y el enorme anchurón era escenario de duelos entre charlatanes como aquel León Salvador que subido a una mesa plegable y con voz cantarina ofrecía peines, mantelerías o cuchillas de afeitar a los transeúntes.


María Somohano, la verdadera dueña del negocio, por tanto, por herencia familiar, falleció en 1901, dejando un único hijo -Santiago Frías Somohano- y su marido se volvió a casar con Elvira Mora, yéndose a vivir a la Plaza Marín, con la que tuvo ocho hijos más.


Santiago Frías Somohano heredó el negocio en 1915 y en 1924 falleció su progenitor. Comenzó así el devenir de una nueva generación en el establecimiento. Santiago se casó con Antonia Giménez Quiles, la humilde hija de un zapatero del Barrio Alto, de la que se enamoró un día mirándola pasear por la calle Las Tiendas. 


El matrimonio Frías Giménez tuvo 12 hijos, aunque murieron dos niñas -María y Bella- quedando Antonio, Santiago, Francisco, Rafael, otra María, Amalia, Carmen, José, Manuel y Ana, de los que aún sobreviven dos: Manuel y Amalia. Santiago Frías Somohano fue siempre más juicioso que su padre, más formal y centrado en su trabajo de comerciante, aunque tuvo la mala suerte de tener muy joven un accidente con un caballo y quedar lesionado de la espalda de por vida.


Su principal afición era la filatelia: en la trastienda de La Sevillana formó un pequeño club filatélico pionero en la ciudad, al que acudían caballeros como José Cordero, Rodolfo Lussnigg, Antonio Santamaría o Baldomero Guisado. Allí se canjeaban y se subastaban sellos como si fuera la mismísima Bolsa de Londres. El negocio de La Sevillana había menguado un poco porque Santiago padre, para pagar deudas del juego, había ido malvendiendo las pastelerías satélite, una de ellas junto a la calle Lachambre al industrial Santiago Granados.


A lo largo de los años, formaron parte de la plantilla de La Sevillana, dependientes y maestros pasteleros como César, Diego Salvador, Ignacio Expósito, Rafael que luego fundó La Guinda en la Avenida Cabo de Gata, Felipe y Manolo, estos últimos hermanastros de Santiago. 


Santiago Frías Somohano falleció joven de una neumonía, con 47 años, en 1932, y de la pastelería y los coloniales se tuvo que hacer cargo su viuda y alguno de los empleados. 


Con el tiempo, sus hijos se fueron colocando en otros empleos o emigrando a Sudamérica: Santiago partió al Brasil y después entró en Educación y Descanso, Antonio se empleó en la Caja de Ahorros, de la que fue su director, y Pepe, que durante un tiempo se hizo cargo, terminó también en otros menesteres.

 

Después de la Guerra fue languideciendo el negocio, hasta que echó el cierre definitivamente en 1956, cuando ya la propiedad del edificio, cuyo obrador daba a la calle de atrás de Tenor Iribarne, había pasado a ser de Tomás Pérez y Almacenes Segura tomó el relevo junto a la Zapatería Olimpia años después. En el primer piso de la casona habían vivido siempre los empleados y en la segunda planta y ático, la numerosa familia propietaria.


La historia de La Sevillana empezó entonces a teñirse de leyenda, tras más de un siglo endulzando la vida de generaciones de almerienses de toda condición y pelaje y su recuerdo entrañable y goloso solo sobrevive hoy asociado a la memoria lejana de los mayores de esta Almería que tanto ha cambiado compartiendo los mismos espacios de antaño, como el de esa antesala bulliciosa y alegre de la ciudad que fue, sigue siendo y será siempre la Puerta Purchena.


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