El problema de las plazas rebeldes

Las plazas son ahora refugios solitarios de bebedores de cerveza y consumidores de hierba

Plazas se convierten en refugios solitarios de bebedores de cerveza y consumidores de hierba.
Plazas se convierten en refugios solitarios de bebedores de cerveza y consumidores de hierba. La Voz
Eduardo de Vicente
07:00 • 11 abr. 2021

Una plaza era un lugar de encuentro, un espacio que humanizaba las calles y resumía la vida de un barrio. Las plazas de antes eran una mezcla entre un patio de vecinos y un patio de colegio, donde las madres se juntaban por las tardes para contarse sus historias mientras los niños jugaban sin tregua. 



Hay plazas, actualmente, que siguen conservando esa esencia de lugar amable y acogedor que te invita a pasar y a quedarte un rato, pero hay otras que proyectan el efecto contrario y que en vez de ser un espacio de esparcimiento y convivencia son un escenario hostil que afecta de forma negativa a la vida de los vecinos.



Hay plazas que se han convertido en un serio problema porque han sido tomadas por grupos de jóvenes (y a veces no tan jóvenes), como escondite perfecto para beber cerveza y fumar hierba. El problema sería digerible si solo se dedicaran a estas actividades, lo peor es que el alcohol y la droga suelen traer de la mano una retahíla de conductas incívicas que son las que afectan a la vecindad.



Una de estas plazas se encuentra en el corazón del casco histórico, en la parte alta de la calle Descanso, a pocos metros de distancia de la entrada principal a la Alcazaba. Se trata de una plaza artificial que el Ayuntamiento de Almería se inventó hace unos años para darle una solución a un antiguo solar abandonado. La reforma mejoró el solar y estéticamente fue una buena solución. 



En ese afán de humanizar aquel espacio, en uno de los muros se pintó un eslogan con la frase: “No duermes para descansar, duermes para soñar”, sin saber que aquella consigna iba a resultar premonitoria solo en la primera parte de su enunciado, en el “no duermes”, ya que hasta la proclamación del estado de alarma por la pandemia que nos afecta desde hace un año,  los vecinos tenían dificultades para descansar cuando por las noches la plaza se llenaba de vida pandillera con  ganas de juerga. 



Es verdad que las plazas se hacen para que la gente haga vida en ellas, pero se transfiguran en espacios hostiles cuando se llenan de ruidos y de malas costumbres, y a nadie se le escapa que la mayoría de los inquilinos que frecuentan estos lugares a deshoras no se dedican a leer en voz alta los poemas de Machado ni a escuchar el Réquiem de Mozart mientras comparten una bolsa de palomitas y un refresco de naranja.



Beber alcohol en espacios públicos y fumar droga está prohibido por las ordenanzas, pero en esta realidad que vivimos, donde impera el “dejar hacer”, es frecuente encontrarse con este problema en cualquier plaza. Lo padece la plaza de la calle Descanso y también la histórica Plaza Muñoz, en un recodo de la calle de la Reina. 



Fue otro de los escenarios que el ayuntamiento regeneró hace unos años para revitalizar el casco histórico, obteniendo también un razonable éxito estético. Pero la realidad nos habla de que no está siendo utilizada para lo que se había pensado y se ha convertido en otro refugio de consumidores de latas de cerveza que campan a sus anchas con la certeza de que los municipales, si pasan, lo van a hacer de largo.


Hay más ejemplos de plazas perdidas por un mal uso y por la permisividad de la autoridad competente que mira para otro lado y se niega a intervenir. Ahí está la plaza frente a la Alcazaba donde está la estatua de Jayrán y la escondida plazuela que se levantó en un lateral de la antigua perrera municipal, a espaldas de la Plaza Vieja. 


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