Vida y obra de José Pozo Quesada (3)

Uno de sus primeros trabajos al acabar la guerra fue la cruz de los caídos del andén de costa

José Pozo Quesada con su zamarra de cuero con piel de borrego, inaugurando las casas de las Salinas de Cabo de Gata.
José Pozo Quesada con su zamarra de cuero con piel de borrego, inaugurando las casas de las Salinas de Cabo de Gata.
Eduardo de Vicente
00:46 • 19 mar. 2021 / actualizado a las 07:00 • 19 mar. 2021

La guerra civil frenó en seco la agenda de José Pozo Quesada y dejó colgado el ambicioso proyecto del barrio de Ciudad Jardín, que se quedó abandonado como un espectro entre la vega y el mar. 



Había que sobrevivir y él lo consiguió. Cuando acabó la guerra no tardó en poner en marcha su empresa, reclutando con mucha dificultad a un equipo de obreros para iniciar los trabajos. Se dio el caso de que uno de los trabajadores que formaban parte de su colla, un obrero cualificado de su máxima confianza, se encontraba preso en el cárcel del Ingenio. El señor Pozo, gracias a los buenos contactos que tenía, dio los pasos necesarios para que el detenido lograra la libertad, lo que fue posible al no estar implicado en delitos de sangre.



A pesar de las restricciones del momento, José Pozo Quesada se puso manos a la obra unas semanas después. Uno de sus primeros trabajos fue un encargo de las nuevas autoridades de Falange: la construcción de una cruz como homenaje a los fallecidos en el bando nacional. Las obras del monumento, que comenzaron en el otoño de 1939 se terminaron antes de Navidad. La cruz de los caídos fue instalada en la prolongación del Parque, en la zona marítima del andén de costa, en el anchurón donde años después empezó a construirse el Parque Nuevo.



El otoño del 39 fue intenso para el señor Pozo, que se encargó también de la recuperación de varias viviendas que habían sido dañadas durante los bombardeos de la guerra. Con sus obreros llevó a cabo la reedificación de la casa del industrial Santiago Martínez, en la esquina de la calle de la Reina con el Paseo de San Luis y con fachada mirando al Parque. Una parte de ese edificio fue utilizado poco después por las monjas de las Jesuitinas para instalar allí su primer colegio.



En marzo de 1940, la viuda de Vivas Pérez lo contrató para arreglar la casa que la familia tenía en el número seis de la calle de Eduardo Pérez, que también había sufrido las secuelas de la metralla. Se trataba de un espléndido edificio de dos alturas que había albergado en la planta baja las oficinas y la imprenta del periódico católico La Independencia.



En aquellos primeros años de la posguerra realizó varios encargos para el ayuntamiento que le causaron más de un dolor de cabeza. Fue el contratista elegido para realizar las obras de los kioscos que se levantaron para tapar la entrada a los refugios. En abril de 1941, José Pozo se quejaba amargamente de que este trabajo le estaba costando el dinero, ya que los kioscos de las plazas de San Sebastián, Santo Domingo y San Pedro, seguían cerrados a la espera de que Fomento resolviera qué iba a colocar en las viseras de entrada. Mientras se tomaba la decisión, el contratista tenía que velar por la seguridad de los kioscos con guardas que él mismo pagaba para que los amigos de lo ajeno no se acabaran de llevar todos los azulejos.






En aquel tiempo, José Pozo Quesada formaba parte como jefe de la sucursal de Almería, de una importante empresa con sede central en Madrid, la Constructora Duarín. Con ella pudo terminar por fin las obras del barrio de Ciudad Jardín, uno de sus grandes proyectos.


Eran años de intensa actividad en una ciudad con pocos recursos, pero donde todo estaba por hacer. Hasta la cárcel hubo que hacerla nueva. En sus trabajos también estuvo presente la mano de José Pozo Quesada, que en pocos meses levantó el edificio de la Carretera de Níjar que durante tres décadas fue la prisión provincial de Almería. La piedra que se utilizó para su construcción se extrajo de la cantera de su propiedad, en el paraje del Morato.


Por toda la ciudad y por muchos puntos de la provincia se fue quedando la huella de aquel fecundo maestro de obras y constructor que llegó a construirse su propio barrio cuando en los años sesenta utilizó parte de los terrenos que tenía al norte del Quemadero para levantar la barriada de la Esperanza. Además, hizo alardes de generosidad cediendo los terrenos para la instalación de la Casa de Nazaret y colaborando con su parroquia con una cueva que sirvió de capilla a los Franciscanos mientras le arreglaban su templo.


Allí, en su barrio, en su refugio del Camino de Marín, pasó la última etapa de su vida, entretenido en mil pensamientos y pendiente de sus nietos. Cuando alguno cumplía años, iba al despacho del abuelo, que los recibía con un sobre en la mano. Por cada año que cumplían les entregaba cien pesetas de regalo.


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