Vida y obra de José Pozo Quesada (2)

En 1930 le adjudicaron las obras para construir el nuevo barrio de Ciudad Jardín

El hermoso cortijo de Villa Esperanza de José Pozo en el Camino de Marín. Sobre el solar de la vivienda construyó una casa moderna en 1934.
El hermoso cortijo de Villa Esperanza de José Pozo en el Camino de Marín. Sobre el solar de la vivienda construyó una casa moderna en 1934.
Eduardo de Vicente
00:18 • 17 mar. 2021 / actualizado a las 07:00 • 18 mar. 2021

El prestigio de José Pozo Quesada iba creciendo cada año que pasaba, hasta convertirse a finales de los años veinte en el contratista de moda en Almería. Tan célebres como sus cuadrillas de trabajadores eran las patatas que criaba y vendía en su cortijo del Camino de Marín y el agua que manaba del pozo de la finca, con la que también comerciaba, como buen negociante que era. 



Se decía que el agua del cortijo de Pozo era mano de santo contra el estreñimiento y que mejoraba a los que padecían del hígado. Como la demanda fue grande se instaló un depósito para la venta en el número dos de la calle de Santa Ana con la oferta de cinco céntimos el cántaro de diez litros. Los clientes llegaban desde el centro de la ciudad y desde los cortijos de la Rambla de Belén a comprar el preciado elemento.



En aquellos años uno de los grandes anhelos de la ciudad para crecer urbanísticamente y dar trabajo a los obreros, era la construcción del barrio marítimo de Ciudad Jardín, en los terrenos de la familia Naveros. Si los almerienses se frotaban las manos con aquel proyecto, José Pozo Quesada soñaba con ser el elegido para llevar a cabo los trabajos. 



Por fin, el 25 de abril de 1930, la empresa promotora del proyecto acordó adjudicar las obras de la llamada Ciudad Jardín Reina María Cristina al contratista almeriense. Para poder conseguir su objetivo, el señor Pozo tuvo que trabajar muy duro y poner sobre el tapete una parte de su patrimonio, ya que le exigieron una fianza de doscientas cuarenta mil pesetas que tuvo que depositar en papel del Estado.



Durante varios meses, el maestro de obras del Camino de Marín estuvo preparando las obras, reuniendo a sus mejores hombres, a la espera de que pudieran iniciarse la actividad. Por fin, en diciembre de 1930, llegó el dinero del Estado y se iniciaron los trabajos para abrir los primeros cimientos de las cuarenta primeras casas de Ciudad Jardín



En las primeras semanas de 1931 la actividad tomó impulso y en unos meses se levantaron las primeras viviendas. Pero los problemas no tardaron en llegar y antes de que concluyera el año, el contratista ya se había visto obligado a recortar la plantilla de trabajadores porque, los pagos prometidos nunca llegaban a tiempo. En diciembre tuvieron que dejar las obras. La primera sección de casas, ya comenzadas, y algunas avanzadas, se quedaron colgadas del paisaje como espectros y el ansiado barrio marítimo de Ciudad Jardín, el edén que soñaba la ciudad, se fue transformando en un arrabal fantasma, donde las primeras construcciones, aún sin terminar, parecían esqueletos, subrayando la desolación del lugar. Las partidas de dinero del Gobierno no llegaban y el proyecto terminó anclado en el olvido, con el consiguiente perjuicio para los intereses del señor Pozo, que se había jugado una parte de su patrimonio y de su prestigio en aquella aventura.






En aquellos días de incertidumbre, con las obras de Ciudad Jardín detenidas, entre los continuos rumores de que pronto se reanudarían, José Pozo Quesada siguió su actividad constructora trabajando en varios proyectos, entre ellos la construcción de puentes en distintos puntos de la provincia y en la terminación de la carretera de Gádor a Laujar, que había comenzado en 1929.


Fue también en aquel tiempo cuando se embarcó en la construcción de su nueva vivienda en el Camino de Marín. Todo aquel gran universo rural, de huertas y cuevas que se levantaba alrededor del cortijo, iba a empezar a cambiar, empujado también por el crecimiento natural de la ciudad hacia el norte.


En 1934 la familia Pozo estrenaba su nueva vivienda sobre el solar del viejo cortijo, una casa moderna con jardín y rodeada de tierras de labor, que en los años de la guerra civil se convirtió en un refugio para muchas familias que ante el temor de los bombardeos huían del centro de la ciudad buscando la seguridad del sótano de la casa del contratista.


José Pozo y su familia se perdían en una de las cuevas de su propiedad cuando sentían la amenaza de las bombas y dejaban su vivienda libre para los amigos. Su generosidad y su talante de gran negociante, fueron su mejor salvoconducto en los días de guerra y también en la posguerra. Él supo convivir con todos los regímenes: trabajó duro en los tiempos de la monarquía, se embarcó en grandes proyectos durante la dictadura de Primo de Rivera, hizo crecer su empresa en los años de la República, siguió trabajando en la guerra y en la posguerra se convirtió en el contratista de moda.


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