¡Por fin maestra, a los 67!

Encarna Simón Soriano consigue su sueño que ha perseguido durante más de cincuenta años

Encarna tras graduarse como maestra.
Encarna tras graduarse como maestra. La Voz
José Antonio Pérez
07:00 • 15 mar. 2021

Encarna Simón Soriano es por fin maestra. No se manchará de tiza a diario ni tendrá que tener paciencia infinita ante sus alumnos y alumnas, pero ya es maestra. Lo ha conseguido a sus 67 años. Encarna Simón es por fin maestra tras más de 50 años en los que había soñado con serlo pero la vida no le dejó. 



Encarna nació en Alboloduy en 1952, cuando los niños aún iban vestidos de falangistas por la calle y se repartía leche americana en polvo. Su familia era humilde, sus padres agricultores no habían estudiado y ella era la cuarta de cinco hermanos. 



Desde muy niña no disimulaba que quería ser maestra y los hechos le daban la razón pues tenía todas las cualidades necesarias para alcanzarlo. Con apenas cinco años era una alumna aplicada y aventajada a la que tuvieron que subir directamente de curso, del primer al tercer grado. “Siempre tenía la mayor ilusión por ir a la escuela. Era como una vocación. Recuerdo a doña Adriana, una maestra ejemplar. De ella me llamaba la atención sus maneras formales”, recuerda.



Fue con aquella maestra y junto a otros cinco alumnos de Alboloduy cuando un día Encarna viajó en ‘coche de línea’ para hacer el ‘examen de ingreso’ en la capital. Nunca olvidará aquella sala grande en el Madre de la Luz con tantos niños llegados de todos los lugares. Ella contestaba hoja tras hoja hasta completar todo el proceso. Aquel examen le abrió las puertas a una beca para estudiar el bachillerato en Almería. Encarna fue la primera niña de Alboloduy después de la guerra en pasar a esta nueva etapa de estudios. En 1963 dejó su pueblo para comenzar el bachillerato en la capital, estuvo interna en el ‘María Inmaculada’ y acudía al Celia Viñas a diario. Sacó ese primer año con buenas notas, pero todo cambió de cara al segundo. 



A su casa llegó una carta oficial con un plazo de respuesta. A Encarna se le renovaba la beca de 60.000 pesetas de entonces y sus padres tenían que contestar para que de forma automática se renovara la matrícula. Nadie lo hizo. “Hubo una confusión y cuando llegó el momento se había pasado el plazo”, recuerda Encarna sin amargura. “Mi madre no sabía leer y yo creo que mi padre lo malinterpretó. Si por mi madre hubiera sido me habría quedado, pero de hecho ella me cosió un chaquetón el primer curso. Ellos no tenían muchas ganas de dejarme, tenían otra forma de ver la vida y querían que estuviera en la faena. No era la costumbre como ahora y no se si también era por el desembolso inicial de dinero que había que hacer”, recuerda.  






Otra vez su maestra Doña Adriana creyó en ella y le acompañó a Almería para que los funcionarios fueran comprensivos y admitieran fuera de plazo la respuesta positiva, pero no lo consiguieron. El sueño de ser maestra de Encarna se truncó y tuvo que volver al pueblo y a la escuela que ya había superado. “Doña Adriana tuvo que enseñarme cosas nuevas para que no me aburriera”, recuerda. La vida le obligó a Encarna a cambiar su sueño de ser maestra por la convencional y esperada faena de la uva de su pueblo, trabajó de empaquetadora primero y luego de inspectora. 



Los estudios

Pocos años después, recién cumplidos los 20 años, se fue sola a Almería a estudiar ‘corte y confección’, y luego auxiliar administrativo. “Ya veía muy lejano el ser maestra. Tampoco tenía a nadie que me orientara y pensé que ya no tenía posibilidad por mi edad”, afirma. Otra laguna burocrática volvió a cruzarse en su vida. No sabía que el Certificado de Estudios Primarios equivalía al Graduado Escolar y se lo volvió a sacar innecesariamente por segunda vez, “dos graduados, como decía Chiquito de la Calzada”, cuenta con humor. 


“No tenía donde caerme muerta”, rememora Encarna, que comenzó a trabajar, lo mismo en una oficina que cuidando niños. Hasta que conoció a Andrés Pérez, con quien se casó en 1979. Como su esposo era maestro de Primaria, estuvieron cambiando de residencia, pasando por Olula, Alhama, Laujar hasta que se asentaron definitivamente en Benahadux. Tuvieron tres hijos a los que Encarna cuidó y educó en casa hasta que en 1990 quiso trabajar. Lo hizo como funcionaria interina de Diputación por la provincia. “Con cuarenta años tuve que sacarme el carné de conducir. En mi vida había cogido una bicicleta, fue un esfuerzo enorme porque me daba mucho miedo conducir, pero si no, no podría haber entrado en Recaudación”, recuerda. 


Encarna puso fin a su vida de funcionaria interina a los 54 años harta de viajar todos los días por el norte de la provincia. Entonces, conocedor de su sueño de niña de ser maestra, su esposo Andrés le animó para entrar en la universidad a través del acceso de mayores. “Como a ti siempre te ha gustado, me dijo, hazlo, a ver si entras en Educación Infantil. Me presenté, lo aprobé y me dieron una plaza”. Llegó el día de cumplir su sueño y a sus 59 años Encarna volvió a estudiar, esta vez en la universidad de Almería. “Me senté en la primera fila y no miré hacia ningún lado, solo al frente. Yo era la única persona mayor entre tantas niñas que iban con su edad. No se qué pensarían pero yo me sentía muy avergonzada. Ya luego me acogieron muy bien, alumnos y profesores”, afirma.  


Graduada

“Me costó bastante, tuve que echar muchas horas de estudio. Todos los trabajos eran en grupos y luego teníamos que exponerlos. A mi me tocó hacerlo en inglés y no sabía ni jota”. Encarna Simón sacó buenas notas en la carrera de maestra, incluso varios sobresalientes y una matrícula en dibujo. Obtuvo una mención en Pedagogía Terapéutica. Está muy agradecida a sus profesores, pero aclara: “No me han regalado nada!”. Pero los tiempos cambian y otra vez se topaba con la burocracia educativa: su último obstáculo para sacarse el Grado de Educación Infantil era para ella una montaña, el título B1 del inglés, un idioma que jamás había estudiado. Encarna volvió a demostrar que su maestra doña Adriana había acertado 50 años antes y tras mucho esfuerzo lo consiguió tres años después tras haber tomado clases particulares. 


A sus 67 años, el pasado junio Encarna Simón posaba orgullosa con su título de maestra junto a su familia. No dará clases en ninguna escuela, pero rebosa felicidad por haber cumplido su sueño de niña. Para ella ha sido suficiente para colmar su vocación las prácticas dentro de la carrera que hizo en el Colegio “Padre Manjón” de Benahadux.  “Me gustó mucho la experiencia, me sentí muy bien con los parvulitos, gracias a Casi, la profesora tutora. Fue una gran satisfacción el haber pisado una clase, una experiencia muy bonita aunque fueran solo unos meses y supiera que no era para siempre”, confiesa Encarna. Pero cuando sus parvulitos de prácticas se cruzan con ella por la calle la llaman ‘seño’ y le recuerdan así que se equivoca, que cuando la vida te llama para ser maestra no hay nada ni nadie que te lo impida y así ya no dejará de ser maestra como quería desde niña. 


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