La Purísima que iniciaba la Navidad

Era un día grande, de desfile de soldados, de procesión, de primer abrigo de invierno

Los soldados del regimiento Nápoles 24 eran protagonistas cuando llegaba el día de la Inmaculada Concepción, su patrona.
Los soldados del regimiento Nápoles 24 eran protagonistas cuando llegaba el día de la Inmaculada Concepción, su patrona.
Eduardo de Vicente
23:53 • 07 dic. 2020 / actualizado a las 07:00 • 08 dic. 2020

No era un día de fiesta más, un alto en el calendario, una obligación religiosa que se colaba a empujones en el almanaque. El día de la Purísima era una jornada grande por el significado que tenía. Era el día de estrenar el abrigo que habíamos guardado el invierno anterior en el fondo del baúl y salir muy arreglados a la calle. En ese aspecto se parecía a un Domingo de Ramos, con la única diferencia del frío que para el ocho de diciembre ya se nos había colado en nuestras calles.



El día de la Purísima era también el comienzo de la Navidad, al menos en ese pequeño calendario sentimental que los niños llevábamos incorporado en una esquina del pecho. Llegaba como un alivio para regalarnos un día sin escuela y nos traía un anticipo de la Navidad. Aquella fiesta nos preparaba el cuerpo para las vacaciones navideñas y volvíamos al colegio más desganados que nunca, pidiéndole al tiempo que corriera deprisa.



Con el día de la Purísima la mayoría de los comercios estrenaban el alumbrado de sus escaparates y esa tarde, bien abrigados y llenos de nervios, los niños salíamos con nuestros padres para ver los juguetes



Era un día grande, que empezaba temprano, cuando con el sol recién salido se escuchaban los tambores y las cornetas de la banda de música de los soldados del cuartel, que salían en una diana por las calles del centro anunciando que era el día de la Patrona del cuerpo de infantería. Cómo se revolucionaban las calles cuando pasaban los soldados y los niños nos íbamos detrás marcando el paso con torpeza. 



El día de la Purísima aparecían en escena las vendedoras de zambombas, en busca de esa esquina estratégica, cerca de la Plaza, donde instalar su puesto ambulante. Esa tarde, cuando pasábamos por delante del puesto de las zambombas y cuando nos encontrábamos con los primeros juguetes en Segura, en el Águila, en la Giralda y en la tienda de Alfonso, sentíamos de verdad que el espíritu de la Navidad se nos colaba hasta lo más profundo del pecho y nos instalaba en un estado de nervios del que no salíamos hasta que pasaba el día de Reyes. Hubo un día de la Purísima que las autoridades religiosas quisieron hacer historia organizando una procesión magna con las principales imágenes marianas de la ciudad y de la provincia. La gran jornada Mariana se celebró el ocho de diciembre de 1954, siendo Obispo don Alfonso Ródenas y alcalde don Emilio Pérez Manzuco



Fue un día especial, de máxima exaltación religiosa, que convocó en la capital a las principales imágenes de la provincia: la Virgen del Saliente de Albox, la de la Cabeza de Monteagud, la del Carmen de Cuevas de Almanzora, la del Rosario de Enix, la del Monte Sión de Lucainena, la Purísima de Níjar, la Consolación de Tices, la del Carmen de Purchena, la de los Remedios de Serón, la de los Dolores de Somontín, la de las Angustias de Sorbas, la del Socorro de Tíjola, la Purísima de Vélez Rubio, las Angustias de Vera y la de Viator, además de la Inmaculada, la del Carmen y la Virgen del Mar, de Almería.



Los preparativos de esta magna procesión obligaron a habilitar las principales iglesias de Almería para que pudieran albegar las distintas imágenes y el pelotón de fieles que las acompañaban. Pero no sólo hubo que realizar una organización religiosa. Una semana antes del acontecimiento, las autoridades locales se dedicaron a limpiar las calles de Almería, no sólo de polvo y tierra, sino también de pobres y maleantes. A los pobres había que esconderlos y alejarlos de las puertas de las iglesias, donde se apostaban para las misas principales. Maleante era cualquier personaje extravagante que rondara por las calles sin oficio ni beneficio, como se decía entonces.  La policía municipal, arropados por el cuerpo de serenos, se dedicó a quitar de la circulación a todo el que pudiera restarle brillo al acto. 



Media ciudad se dio cita la tarde de la procesión. El ayuntamiento invitó a los vecinos a que pusieran colgaduras en todos los balcones, con lazos azules como distinción de la Inmaculada y a que engalanaran las fachadas. Se aconsejó que no circularan los coches ni las motos por las calles del centro y que se evitaran las ruidos innecesarios.


Todas las casas del Paseo sintonizaron sus aparatos de radio con las emisoras locales, dándole “pleno volumen” y colocándolas junto a los balcones para que todos los fieles pudieran seguir las advertencias que para dirigir la procesión daban los locutores. Con cada imagen iban las autoridades de la localidad correspondiente y los fieles que se habían desplazado, cantando y rezando.  “La ciudad se hizo un templo mariano”, contaba la prensa al día siguiente, con frases tan hondas como que “todos sus hijos, junto al regazo bendito de la Madre, vitorearon y aclamaron hasta enronquecer, hasta el delirio y diríamos que hasta la locura”.



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