Los jóvenes del año de la gran crisis

La caída de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1929 se vivió con indiferencia en Almería

Años 20. Tres jóvenes a finales de los años veinte en la Puerta de Purchena, cerca de la perfumería Venus.
Años 20. Tres jóvenes a finales de los años veinte en la Puerta de Purchena, cerca de la perfumería Venus.
Eduardo de Vicente
07:00 • 23 nov. 2020

Mientras la Bolsa de Nueva York se desplomaba a finales del mes de octubre de 1929 y medio mundo empezaba a temblar, en Almería se vivía la crisis con lejanía y tranquilidad. Las noticias llegaban tarde y no tenían demasiada credibilidad. El periódico la Crónica Meridional publicaba, el uno de noviembre, una información sobre el desplome americano que titulaba: “Sobre la baja de la Bolsa yanqui”, donde se hacía un llamamiento a la serenidad afirmado que: “La caída de la Bolsa de Nueva York no repercutirá en España”.



Bastantes preocupaciones teníamos aquí con la campaña uvera que estaba en su máximo apogeo, para estar pensando en la Bolsa de Nueva York. En aquellos días convulsos, en Almería la noticia era la proyección en el cine Hesperia de la película ‘La vuelta al mundo del conde Zeppelin’.



Los almerienses se entretenían en el cine y los que tenían aparato de radio, que eran unos pocos, se divertían con el programa musical que cada día, entre ocho y nueve de la noche, emitía la emisora de Radio Almería, donde reinaban el pasodoble, el charlestón, el tanto y el schotis.



Mientras el mundo financiero se agitaba por las noticias que llegaban de Nueva York, nuestra uva se seguía embarcando con normalidad hacia los principales puertos de Europa a la vez que se festejaba el éxito obtenido por los talleres de Oliveros en la construcción de sus primeros coches de ferrocarril.



La juventud almeriense de aquel tiempo también vivía ajena a lo que  ocurría en el extranjero, refugiada en esa estricta vida provinciana que convertía a Almería en un pueblo grande.  Aquellos adolescentes de finales de los años veinte se pasaron media vida subiendo y bajando el Paseo. Almería se resumía en cuatro lugares: el Paseo, donde todo el mundo se cruzaba a lo largo del día; la Puerta de Purchena, lugar de reuniones y citas; la calle de las Tiendas, donde iban a ver escaparates; y el Parque con el puerto, el desahogo de todo el que necesitaba fugarse durante unas horas de la monotonía de la ciudad.



En el Paseo estaban los grandes cafés, que por la mañana se convertían en puntos de encuentro de los hombres de negocios. Las peluquerías, por donde pasaban todas las noticias que generaba la actualidad del día. Uno se podía enterar de cualquier cosa que sucediera en la ciudad pasándose por la peluquería de confianza y entrando en las frecuentes tertulias que se organizaban. 



Fue muy célebre por los corrillos que allí se formaban, la Peluquería Española, que en aquellos años tenía el salón para caballeros y un reservado para atender a las señoras. Por las tardes, era habitual que en la puerta del establecimiento se formaran grupos de mirones para ver  a las muchachas que iban a peinarse. 



En el Paseo estaban también los quioscos de prensa, que siempre estaban tomados por los jóvenes, que rastreaban en los expositores las últimas novedades que se habían recibido. Los niños esperaban junto a los quioscos la llegada del cuadernillo semanal que contenía las grandes colecciones de relatos que hacían furor en aquella época: las aventuras de Nich-Grey, Ruddi-Ford y Buffalo Bill. 


Los que no tenían medios económicos para adquirir las colecciones en los quioscos, buscaban las ofertas que les ofrecía el baratillo de don Juan ‘el de los libros viejos’. Era un destartalado tenderete que se levantaba en la Plaza de Alejandro Salazar (hoy Manuel Pérez), a unos metros de la puerta de la Tienda de los Cuadros. 


Aquel puesto tan desordenado y atractivo, tenía la magia de las tiendas del rastro, donde uno podía encontrarse con el tesoro más insospechado bajo las humildes pastas de un libro viejo. Allí se apiñaban libros antiguos, cuadernos de segunda mano, novelas descoloridas por el roce de las manos del tiempo, revistas con imágenes de los rincones más perdidos del mundo, cajas de dibujo grabadas a mano, reglas, cartabones y mapas pasados de época, llenos de montañas y mares exóticos. 


El rincón que habitaba don Juan ‘el de los libros viejos’ era una zona muy concurrida, por los comercios de renombre que existían en la plaza y por ser un lugar de paso entre la calle de las Tiendas y el Paseo del Príncipe. En medio aparecía la Puerta de Purchena, que a finales de los años veinte conservaba aún su vocación de gran plaza de pueblo donde los hombres se reunían en las aceras para hablar, mientras echaban un cigarrillo o simplemente para ser espectadores de los coches que llegaban a la capital por la calle de Murcia y la de Granada. Por aquellos caminos entraban las camionetas de los pueblos y los forasteros que buscaban alojamiento en alguna de las posadas que rodeaban la Plaza de San Sebastián.


En la Puerta de Purchena paraban algunos autobuses y era el punto de salida y llegada de un servicio de coches que en los veranos llevaba hasta el merendero de ‘Las Delicias’, un parque con bar y mesas que estaba situado en el camino de la Estación. Allí acudían las familias a comerse los bocadillos más célebres que se hacían en la ciudad.


En aquella Almería de los tiempos de la gran depresión existía un refugio natural de la gente, el Parque, que comenzaba cerca de la desembocadura de la calle Real y llegaba hasta la Rambla de la Chanca. Era el escenario perfecto  de las tardes de verano.



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