La ayuda a los pobres por Navidad

La Puerta de Purchena se llenaba de camiones con miles de cestas para los necesitados

Los camiones de Falange repletos de bolsas con víveres, aparcados en la Puerta de Purchena.
Los camiones de Falange repletos de bolsas con víveres, aparcados en la Puerta de Purchena.
Eduardo de Vicente
00:17 • 27 oct. 2020 / actualizado a las 07:00 • 27 oct. 2020

La Navidad no la marcaba el almanaque, ni la presencia de los primeros pavos y las zambombas en el entorno de la Plaza del Mercado. La Navidad daba sus primeros pasos aquella mañana que por las emisoras de radio hacían un llamamiento a los corazones de los almerienses para que participaran en la campaña de ayuda a los pobres



Los pobres tenían un hueco en la conciencia colectiva de la ciudad y era necesario echarles una mano para estar en paz con Dios y con el espíritu que exigían esas fechas. El Gobernador civil se acordaba entonces de los que no tenían para comer y era utilizado en la prensa como ejemplo de bondad y de generosidad.



Una mañana, los camiones de Falange se concentraban en la Puerta de Purchena, cargados con las bolsas de víveres que durante semanas se habían ido reclutando por la ciudad. Eran miles de bolsas porque eran miles de pobres, que desaparecían del mapa durante todo el año y tomaban cuerpo cuando se acercaba la Nochebuena y la caridad se convertía en una obligación.



No había ninguna crisis reconocida, ni radiada por las emisoras,ni escrita en la prensa, ni difundida por los reportajes de NODO que veíamos en el cine antes de que empezaran las películas. No habíamos oido hablar nunca de recesión, pero había pobres por todos los barrios, pobres con nombres y apellidos que asumían su pobreza de por vida y la ejercían como una profesión. A mi barrio venían los pobres una vez a la semana con sus sacos vacíos en busca del pan que sobraba en las casas y de la ropa usada que se iba quedando pequeña. A veces eran familias enteras las que salían a mendigar: los padres que tiraban de algún viejo carro cargado de trastos, los niños mugrientos vestidos con harapos que pedían y lloraban a la vez, y hasta los perros que traían atados con cuerdas moviendo el rabo agradecidos cuando alguien les daba una limosna.



Para Navidad se organizaban aquellas grandes campañas que rodeadas de un efecto propagandístico bien calculado, llevaba comida por los barrios más deprimidos. En los años cincuenta, en tiempos de don Ramón Castilla de Gobernador y del Obispo don Alfonso Ródenas, ellos mismos se encargaban de llevar las ayudas por los distritos de la capital y al día siguiente aparecían en las mejores fotos del periódico. 






La generosidad tenía muy buena prensa y para fomentarla se hacían llamamientos a comerciantes y empresarios de Almería para que hicieran sus aportaciones. A cambio, sus nombres aparecían también en una lista que se publicaba en el Yugo, en la que se especificaba con detalle la cantidad  que cada uno había puesto. Como eran conductas a imitar, si el propietario del Café Colón, por poner un ejemplo, donaba doscientas pesetas, no tardaban en aparecer en escena los dueños de otras cafeterías del centro para demostrar también su caridad. 



El objetivo más importante en Navidad era que los pobres no se quedaran sin su comida, al menos en Nochebuena, y para ello se iban acumulando grandes cantidades de alimentos que con sus limpias manos distribuían en bolsas las muchachas de la Sección Femenina. Después llegaban los camiones para llevar la comida por los siete distritos en los que se dividía la ciudad. No todos los necesitados tenían derecho a una de aquellas bolsas, para poder aspirar a la comida tenían que formar parte de un padrón de pobres que a lo largo del año se iba elaborando parroquia a parroquia. Nadie sabía más de pobres que los curas de barrio que eran los que conocían mejor el problema porque tenían que convivir con él a diario. Don Marino, el párroco de San Roque, procuraba que ninguna familia se quedara  sin su ración, y a la vez que la picaresca no hiciera estragos durante el reparto, por lo que colocaba a sus monjas del Amor de Dios a que vigilaran para que ningún pillo pasara dos veces. 


Los víveres americanos Para la Navidad de 1953 llegó un envío inesperado a la ciudad, dos mil quinientas bolsas llenas de alimentos que fueron el regalo con el que el generoso gobierno americano obsequió a los pobres de Almería. Las bolsas iban bien cargadas de azúcar, de arroz, de judías, de  leche vaporizada y de latas de carne en conserva. 


La distribución comenzó el 30 de diciembre y fueron los responsables de Auxilio Social los que se encargaron de su reparto, en colaboración con los sacerdotes de cada parroquia. Todas las familias de los niños acogidos en los hogares tuvieron su bolsa correspondiente. 


Los niños pobres hijos de marineros también se beneficiaban de los regalos que la Cofradía de Pescadores y las autoridades de Marina les hacían cuando llegaba el día de la Virgen del Carmen, que para ellos eran fechas más importantes incluso que la Feria de Almería. Se les entregaba comida, talegas llenas de ropa, y a los ancianos y los que por estar inválidos ya no podían ejercer la profesión del mar, les daban alimentos y donativos, que en alguna ocasión llegó a alcanzar los treinta  duros por cabeza. 



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