Los días almerienses de José Moscardó

El héroe del Alcázar de la hagiografía franquista residió tres años en Almería con su familia

Moscardó fue destinado durante tres años a Almería como teniente coronel en la Zona de Reclutamiento y Reserva
Moscardó fue destinado durante tres años a Almería como teniente coronel en la Zona de Reclutamiento y Reserva
Manuel León
21:21 • 17 oct. 2020 / actualizado a las 07:00 • 18 oct. 2020

A José Moscardó le decían en Almería ‘el Madriles’ por su forma de arrastrar las eses en una ciudad en la que sus habitantes se las comían. Tenía también -apuntan los que como Eduardo Landín Romero han oído a sus mayores de su estancia en esta tierra- una cabeza muy gorda y unos andares ceremoniosos y cuando echaba el azúcar en la taza del café era como si estuviera preparando el copón bendito. Este militar, cuando aún no sabía que se iba a convertir en símbolo de la hagiografía franquista, residió en Almería tres años, un tiempo en el que tanto él como su familia se aclimataron con naturalidad al carácter meridional de la ciudad participando en actividades sociales y culturales.



El origen de la relación de Moscardó con Almería se fraguó cuando en 1921 fue destinado como teniente coronel de infantería de la Zona de Reclutamiento procedente de Ceuta. 



Moscardó había nacido en Madrid en 1878, hijo de un oficial del cuerpo de alabarderos. Ingresó en el ejército y tras un viaje frustrado a Filipinas, porque acabó la guerra, se incorporó al ejército de Africa y de allí cambió de orilla para cubrir su nueva plaza almeriense.



El 8 de enero de 1921 llegó en barco a la ciudad y se hospedó en el Hotel Simón y días después se le unió su esposa María de Guzmán Palanca y sus cinco hijos: José, Luis (el de la famosa llamada al Alcázar), Miguel, Carmelo y María del Carmen (Marichu). Era una Almería de aspecto colonial, no muy diferente a la Ceuta o Melilla o Tetuán que había conocido; una Almería de grandes fletes uveros y de grandes vapores transatlánticos que trasladaban a emigrantes hasta la Argentina o el Brasil tras amargas despedidas en el andén de costa; era una Almería paupérrima, de ricos y pobres, de esparto y legañas, en las que los poderes fácticos como él tenían aún preferencias en elegir mesa en los cafés.



La familia Moscardó de Guzmán se había instalado en régimen de inquilinato en una planta del edificio de La Peña, al final del boulevard del Príncipe, que pertenecía al rico comerciante Adolfo Viciana. Tenía entonces, el futuro héroe del Alcázar, 43 años y lo primero que hizo cuando tomó posesión fue cumplimentar al alcalde, Carlos Granados Ferre, y a su jefe inmediato, el coronel José Lanza en las dependencias militares instaladas entonces en uno de los soportales de la Plaza de la Libertad, la actual Plaza Vieja, ahora tan en el candelero.



Moscardó consumía sus días urcitanos entre el monótono trabajo mañanero de oficina y su pertenencia a la Sociedad La Peña, en los bajos de su casa, donde por las tardes se relajaba fumando puros y platicando con gente como  los Romero o con el delegado de Hacienda Vela Hidalgo, con cuyo hijo coincidiría años después en plena Guerra Civil. Los domingos, el militar se  daba un festín de azúcar con su numerosa prole en la Bollería Suiza de la Plaza Canalejas -ahora Plaza de las Flores- que regentaba Piedad y su hijo Juan García Cadenas. Para complementar sus honorarios del ministerio de la Guerra, impartía clases particulares de preparación militar en su propia casa.



Su hija Marichu Moscardó se integró en un grupo de teatro con otras niñas como Natalia Romero, Paquita Valverde, Juanita Rodríguez y Lourdes Cumella, que solían actuar en festivales benéficos en el Cervantes con música de Sánchez de la Higuera. Sus hijos, José y Miguel, aparecían en la prensa local con expedientes brillantes en los resultados escolares del Instituto en los que compartían pupitre con compañeros como Luis Arigo Giménez, Pascual Roda o Juan Perceval del Moral. El más pequeño, Luis, acudía a la escuela de párvulos.



En La Peña, ese edificio majestuoso al final de Paseo diseñado por Enrique López Rull, la familia Moscardó tuvo como vecinos a unos comerciantes de telas apellidados Pérez Gómez que regentaban el establecimiento de La pajarita y debajo, a pie de calle, estaba el concesionario de la Ford. Disfrutaba La Peña del primer ascensor del que un edificio privado dispuso en la ciudad. 


Era entonces el inmueble más alto de Almería, con cinco planta y tres viviendas por planta, cuya altura es similar a la pendiente que tiene el Paseo desde la Puerta Purchena a la Plaza Circular. En las noches de verano, ese Moscardó prealcázar solía subir al terrao desde donde adivinaba las lucecitas de la finca de don Francisco Colomer, el Cortijo Los Picos o el emporio fabril de Oliveros.


Al poco tiempo de llegar a la Zona de Reclutamiento y Reserva de Almería Moscardó, se sucedieron en Marruecos las derrotas militares que condujeron al Desastre de Annual y el derrumbamiento del Ejército de Africa. En 1924 se finiquitó el periplo almeriense de Moscardó, quien regresó al Regimiento de Infantería de Serrallo en Ceuta, ya con Miguel Primo de Rivera presidiendo el directorio militar, participando en el Desembarco de Alhucemas y en las batallas previas.


 Sin embargo, no fue uno de los militares más laureados y de los que aprovecharan la tierra de Africa para subir en el escalafón: Moscardó tuvo que ver con cierta humillación cómo otros militares más jóvenes que él -Mola, Goded, Franco o Millán Astray- alcanzaban el generalato.


Aunque juró fidelidad a la República en un decreto del nuevo Gobierno de Azaña, no dudó en sumarse a la sublevación militar en julio de 1936 como comandante de Toledo.

Allí, en el Alcázar, entre cascotes y restos de metralla, fue donde se desquitó, donde la figura de Moscardó adquirió tintes de leyenda para los vencedores, donde se cuenta que sacrificó a su hijo como Guzmán el bueno, donde dejó para la historia franquista aquella frase al general Valera: “Sin novedad en el Alcázar”. 


Cuando murió en Madrid en 1956, el alcalde de Almería y los amigos que aquí le quedaban enviaron un telegrama de pésame a su viuda. Una calle en la zona de Artés de Arcos aún está rotulada a su nombre.



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