La gran noche de los pescadores

La fiesta de la Virgen del Carmen era para Pescadería más importante que la Feria

Eduardo de Vicente
07:00 • 16 jul. 2020

Las fiestas de Pescadería tenían su propio sello, a medio camino entre una feria de pueblo y unas fiestas de barrio. Tenían también un aire de liturgia, de celebración sagrada para las familias que habían ido heredando la obligación de reunirse esa tarde alrededor de la Virgen y celebrarlo después en el baile y en el guateque. 



Era una tarde de ropa de estreno, de niñas que se hacían mujeres subidas en sus primeros tacones, con la primera pincelada de carmín en los labios. La superstición estaba por encima del acontecimiento religioso y la Virgen del Carmen era como una gran madre a la que la gente acudía cuando venía una enfermedad, cuando la mar no daba para llenar las despensas y cuando el temporal amenazaba las vidas de los marineros. Muchas de aquellas familias no pisaban una iglesia nada más que para los las bodas, la comuniones, los bautizos y los entierros, pero todas tenían en el mejor rincón de sus casas, la estampa de la Virgen del Carmen. 



La devoción por la Virgen marinera iba más allá de un sentimiento religioso. Aquella imagen era la diosa protectora de los hijos de la mar, a la que se encomendaban los marineros cada vez que salían a navegar, a la que sus mujeres le rezaban, llenándola de velas, para pedirle que les devolviera sanos a sus hombres. Para que la Virgen también velara por ellos después de la muerte, era costumbre colocar su estampa en las tumbas de los pescadores y era habitual, sobre todo entre las mujeres mayores, que al morir las vistieran con el hábito de la Virgen del Carmen. 



La festividad del 16 de julio era la gran fiesta del barrio de Pescadería, más importante incluso que la ferial oficial de Almería. Unos días antes de la fiesta, los pescadores ajustaban las cuentas con los patrones y regresaban a sus casas con la paga en los bolsillos, dispuestos a gastarse hasta la última peseta. El dinero servía para tapar los agujeros del último mes, para hacer frente a los motes que se habían quedado colgados en el cajón del tendero. 



Para el día de la Virgen del Carmen siempre había que estrenar la ropa y las familias hacían un esfuerzo para que los hijos pudieran   ir lo más dignamente arreglados a la procesión. Había madres que se pasaban meses enteros preparando las indumentarias, tratando de transformar las telas más humildes en espléndidos vestidos. A veces, se utilizaban viejos trajes de comunión para convertirlos en prendas que parecieran nuevas. Había que ir de estreno aunque fuera con un vestido hecho con tela de colchón, aunque los zapatos fueran dos modestas sandalias de goma. 



El día de la procesión era el más importante del año. Esa tarde había que lavarse bien para no desentonar con la pureza de la ropa nueva. Los patios de las casas se llenaban de barreños y de niños, y a fuerza de cubos que se llenaban en los caños públicos que existían en el barrio, las madres iban dejando limpios los cuerpos para que estuvieran presentables ante los ojos de la Virgen. 



Desde las primeras horas de la tarde, empezaban a llegar al puerto los vendedores ambulantes, con sus tenderetes de churros y caramelos, mientras que en los bares se encendían las lumbres para asar y freir el pescado que esa misma mañana habían traído las últimas barcas que habían salido a faenar. Un aroma de gambas y de mar iba invadiendo el aire, pregonando por las cuestas y las calles que la fiesta ya había comenzado.



El momento en que subían a la Virgen en un barco para recorrer la bahía, tenía la emoción de las tradiciones remotas cuyas referencias se pierden en el túnel del tiempo. Sin embargo, no se trataba de una tradición antigua en Almería. La primera procesión marinera se celebró el 28 de octubre de 1928. Unas semanas antes, una comisión de la Asociación de Armadores de barcos pesqueros ‘El Faro’, al frente de su presidente, don Jacinto Baspino Leis, solicitó permiso al comandante de Marina para pasear a la Virgen del Carmen por la bahía, con motivo de la bendición de la imagen, que había sido adquirida de Valencia por iniciativa de don Pedro Caballero, párroco de San Roque.  Para costear la talla, abrió una suscripción popular en la que participaron todas las familias del barrio, desde los pescadores más humildes hasta los más pudientes armadores. Desde entonces, el barrio de los pescadores no dejó de cumplir con el ritual de sacar a su patrona en barco, celebración que se estableció para el 16 de julio, día de su onomástica. Tras el parón de la guerra civil, la procesión marinera se reanudó en los años cuarenta, conservando el fervor popular y la fuerza de la gente del mar. 


En aquellos años, era habitual que los pescadores unieran la festividad de su Virgen con la fiesta del alzamiento nacional que se celebraba el 18 de julio. 



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