Los que veían ovnis todos los días

El recordado abogado almeriense Fausto Romero contaba que esta foto que él captó  tenía un extraño objeto que a la izquierda.
El recordado abogado almeriense Fausto Romero contaba que esta foto que él captó tenía un extraño objeto que a la izquierda.
Eduardo de Vicente
07:00 • 06 may. 2020

No teníamos bastante con lo que pasaba en el suelo que pisábamos para que también estuviéramos buscando marcianos por el cielo o convocando a los espíritus en una mesa de camilla a la luz de una vela. Eran los años setenta, un tiempo de tantas revoluciones que ni a los muertos ni a los extraterrestres los dejábamos descansar en paz.



Los que vivimos con intensidad aquella época sabemos el atractivo que tenían para los jóvenes los platillos volantes, la posibilidad de que no estuviéramos solos en el universo y que un día, más temprano que tarde, se presentaran los extraterrestres para recordarnos lo atrasados que vivíamos en la tierra. Los niños que estábamos entre el colegio y el instituto, jugábamos a fantasear con que tal vez una mañana se presentaran un par de marcianos antes de la clase de matemáticas y con un estornudo pulverizaran la pizarra y nos dijeran muy serios: “Venga, a la calle, que se ha terminado el curso”.



Teníamos metidos en la cabeza aquellos programas nocturnos de la Cadena Ser donde la voz grave y misteriosa de Antonio José Ales nos contaba historias del más allá que muchos llegaron a creer como si las estuvieran viendo delante de sus ojos. Qué tiempos aquellos: las calles tomadas por la agitación social que anunciaba una nueva era y los cielos llenos de ovnis, como si los marcianos también quisieran tomar parte en la Transición. 



Nos quedábamos de madrugada delante de la radio, cuando terminaba el programa de José María García, esperando con la boca abierta a que nos dieran las consignas para poder ver nosotros también uno de aquellos sugerentes platillos voladores que los oyentes contaban que veían por todos las ciudades y los pueblos de España.





Se llegaron a organizar veladas  nocturnas bajo el lema ‘alerta ovni’, lo que aprovechábamos los adolescentes de entonces para salir de nuestras casas de madrugada, un acontecimiento que solo nos estaba permitido en Feria. Llenábamos los terrados de los edificios más altos para mirar al cielo y esperar el milagro de una luz reveladora que cruzara entre las estrellas para anunciarnos la llegada de esos nuevos mesías con forma de robot que estaban a punto de invadir la Tierra.



En Almería se desataron las pasiones con los fenómenos paranormales y en medio de tanta fiebre todos conocíamos a algún amigo que aseguraba, jurándolo por lo que más quería, que había visto un ovni en una noche sin sueño. Había tanto interés en el tema que un prestigioso espiritista de talla mundial, Fabio Zerpa, director de la revista ‘Cuarta dimensión’, vino a Almería a dar una conferencia.



Llegamos a tener en Almería hasta una sociedad juvenil, con el nombre de grupo ‘Avance’, que se dedicaba a promover la creencia en los seres del más allá, especialmente los extraterrestres. Su secretario general, José Manuel Osorio, aseguraba a todos sus seguidores que una noche de verano divisó con absoluta claridad tres platillos volantes que surcaban el cielo de la playa de Aguadulce en dirección a Sierra Alhamilla. 


Todos llegamos a ver algún objeto volador no identificado de tanto mirar el cielo y todos conocíamos a algún amigo del barrio que en una madrugada de cigarrillos de liar y botellas de cerveza juraba y perjuraba que dos marcianos habían volado por encima de las murallas de la Alcazaba.


Queríamos creer a la fuerza en el más allá, en los marcianos y también en los espíritus  de los que ya no estaban entre nosotros. Si buscar ovnis fue una moda, hacer espiritismo fue una necesidad. Nos quedábamos a estudiar en casa de un amigo y terminábamos convocando a los muertos sin éxito alguno. Nos metíamos tanto en el papel que terminábamos las sesiones creyendo que de verdad habíamos estado en contacto con un fantasma que se había manifestado a través de un vaso o una letra de papel. 


Queríamos creer en espíritus  y aunque jamás nos dieran ninguna señal de vida, teníamos tantas ganas de conocerlos que todos, tarde o temprano, acabábamos cayendo en la tentación de llegar a clase y contarle a todo el mundo que teníamos un duende dando vueltas de noche por las habitaciones de nuestra casa.


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