Mauthausen, 75 años después

El campo de concentración de Mauthausen.
El campo de concentración de Mauthausen.
Juan Francisco Colomina
07:00 • 04 may. 2020

“Ya no sois un número, ya sois personas libres”. Estas palabras fueron dirigidas a los deportados de Mauthausen por el ejército americano. Seis años, tres meses y dos días después de que se pusiera la primera piedra, el infierno en Mauthausen (Austria) dejó paso a la desolación. Un 5 de mayo de 1945 las tropas americanas liberaban aquel lugar que confirmaba que el infierno sí existía en la Tierra y que Auschwitz, liberado en enero por los soviéticos, no era una excepción. El descubrimiento de estos campos, junto a los de Dachau, Hartheim, Buchenwald, Ravensbruck, Neueungamme o Treblinka pusieron de manifiesto la máxima expresión del terror del III Reich. La condición humana dejó de existir para los deportados, que fueron despojados de toda dignidad y consideración. Por muchas entrevistas leídas, testimonios escuchados e imágenes visualizadas, cuesta entender cómo se alcanzó tal grado de degradación humana por parte de hombres y mujeres que veían morir de las formas más espantosas y crueles a millones de seres humanos. Solo alguien despojado de esa condición humana -o un autómata- era capaz bajar de un vagón de tren a una madre con sus hijos en brazos y conducirlos a una cámara de gas donde, lenta y agónicamente, fallecían. Los cuerpos sin vida eran trasladados en carretas por los propios presos de los campos, a cuyo sufrimiento diario se le sumaba aquella tremenda visión dantesca. Sabían que ellos acabarían de la misma manera. 



Mauthausen: trabajo forzado y muerte.



Abierto junto a una cantera de granito de la localidad austríaca, Mauthausen formaba parte de un nudo de comunicaciones entre Alemania y Austria y fue utilizado como centro de trabajos forzados y campo de exterminio. Junto a Mauthausen se abrieron decenas de campos auxiliares que funcionaron como auténticas morgues. El más importante de ellos fue el Gusen I. Ambos lugares fueron canteras desde la que se extraían la piedra utilizada en las grandes infraestructuras bélicas del III Reich, así como lugar de negocio con las empresas auxiliares. Fue el caso del “Kommando Poschacher”, un grupo de adolescentes españoles que trabajaron en una de las canteras exteriores al campo al servicio de Anton Poschacher, un rico empresario de la zona. La muerte recorría a diario el campo: las duras condiciones de vida, las cámaras de gas, los experimentos médicos y las palizas de la SS y las enfermedades se llevaron decenas de miles de vidas en Mauthausen. Vidas en que muchos casos se han borrado de la memoria porque no quedan de ellos nada ni nadie que les recuerde. 



El campo de los españoles



“Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras”. Con esta pancarta recibieron los presos de Mauthausen a las fuerzas aliadas que acababan de llegar al campo. Mauthausen está grabado a sangre y fuego en la memoria colectiva de los exiliados republicanos. Tras tres años de dura guerra en España, la situación en Francia no fue mucho menos favorable. La mayoría de los combatientes y mayores de 17 años fueron internados en los campos de concentración del sur y enrolados en la Legión Extranjera francesa, en los Batallones de Voluntarios y en decenas de Compañías de Trabajo a lo largo de 1939. En mayo 1940, ya empezada la II Guerra Mundial, Alemania destrozaba a las fuerzas francesas y lograba arrodillarlas mediante la firma de un armisticio. La desbandada ante el empuje alemán provocó el fin de cualquier defensa. Los republicanos supervivientes de la Legión y los Batallones pudieron escapar hacia Inglaterra desde Dunquerque y Brest. Los trabajadores de las Compañías fueron capturados y enviados de nuevo a los campos de concentración del sur y los stalags -centros de prisioneros de guerra-. Otros lograron huir y se encondieron en el primer lugar que encontraron. Los prisioneros españoles fueron deportados, mayoritariamente, a Mauthausen al largo del verano de 1940. Pocos llegaron vivos a 1945. Los internados en los campos franceses fueron utilizados como mano de obra prisionera en la reconstrucción de las zonas desbastadas por la guerra y, sobre todo, en la construcción del Muro Atlántico bajo la Organización TODT, desde donde también fueron deportados a Mauthausen los trabajadores “inútiles” y los más conflictivos. Estos grupos formaron parte de las primeras deportaciones de españoles, que se completó con el infausto “Convoy de Angulema”, que trasladó -con la aquiescencia del gobierno franquista- a cerca de 1.000 españoles hasta el campo austríaco. A lo largo de toda la II Guerra Mundial fueron llegando españoles que habían sido capturados por la Gestapo. Principalmente era presos de la Resistencia. La participación de los españoles de la Resistencia merece aún un profundo estudio, pero sus actividades saboteando trenes, comunicaciones y armamento alemán, así como sus labores de espionaje, provocaron que las Gestapo fijara la mirada y la sospecha en ellos. Entre 1943 y 1944 se intensificó la caza al resistente por parte de los servicios policiales franceses y alemanes y acabaron capturando a millares de ellos. Fue el caso de María Alonso (Santa Fe de Mondújar, 1910), la única mujer almerienses deportada; de José Linares Díaz (Almería, 1910); o de Miguel Requena (Almería, 1910). Alrededor de 9.000 españoles fueron deportados a los distintos campos de Auschwitz, Neuengamme, Hartheim y, especialmente, a Mauthausen, que albergó a 7.000, de cuales 4759 perdieron la vida entre 1940 y 1945. 146 habían nacido en Almería. 



El terror de Mauthausen puso ser contado por las propias víctimas supervivientes, que se conjuraron para que aquel horror no cayera en el olvido. Entre aquellos supervivientes se encontraba Antonio Muñoz Zamora. 






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