Conmoción por la muerte de Alberto, el quiosquero de ‘Simago’

Alberto Santos Lescano regentaba desde hace más de 20 años este quiosco en el Paseo de Almería

Alberto Santos junto a su amigo Juan Ortega, ‘el vasco’, delante del quiosco que regentaba en el Paseo.
Alberto Santos junto a su amigo Juan Ortega, ‘el vasco’, delante del quiosco que regentaba en el Paseo. La Voz
Eduardo D. Vicente
14:11 • 19 abr. 2020

El pasado viernes 17 de abril falleció a los 68 años de edad Alberto Santos Lescano, el quiosquero argentino que regentaba desde hace más de veinte años el quiosco de prensa que existe frente al edificio de Simago (actual Carrefour), en el corazón del Paseo. Al día siguiente de conocerse su muerte el quiosco amaneció rodeado de velas y de notas de cariño escritas a mano en un folio, la única forma de despedirse que han tenido sus amigos, los que a diario se ganaban el pan en esa misma acera. 



Alberto era un hombre muy querido porque derrochaba bondad y un sentido de la amistad forjado a fuego. No sabía decirle que no a nadie y lo mismo alternaba con los clientes de más caché social que eran vecinos del Paseo que con los vendedores ambulantes que instalaban sus tenderetes enfrente o con su amigo Juan Ortega, el mendigo vasco que todas las mañanas colocaba su manta a dos metros del quiosco sin que a Alberto le importara ni su presencia, ni su oficio de pedir ni el perro que siempre lo acompañaba. 






Alberto Santos ha sido siempre un almeriense de corazón. Su madre era de Níjar y aunque él pasó su juventud en su país de nacimiento, Argentina, se sintió vinculado tanto a Almería que un día decidió hacer la maleta e instalarse aquí para siempre. Yo lo conocí a finales de los años noventa, cuando entrenábamos juntos en el Gimnasio Jesús, en el antiguo local del cine Moderno. Destacaba entonces por su cordialidad y una afición desmedida a la tertulia: era un gran hablador, poseedor de una extensa cultura y de un poder de seducción que lo convertía en un personaje enormemente atractivo. 



Fue por aquellos años, tal vez en 1998, cuando con el dinero que consiguió vendiendo una casa en la calle de Emilio Ferrera se embarcó en la aventura de quedarse con el quiosco de prensa más importante del Paseo, por su situación estratégica frente al edificio de Simago. Eran buenos tiempos para el papel y a él le gustaba el oficio. Fueron años de gloria en los que supo ganarse a una clientela fija, siempre a fuerza de cordialidad, de formalidad y de mucho trabajo. Tal vez fue, durante décadas, el que más horas echó en el Paseo. Llegaba al quiosco al amanecer y se marchaba cuando ya se había hecho de noche. Le gustaba su profesión, pero no ese sacrificio constante de pasarse los días, las semanas, los meses y los años, detrás del mostrador sin más descanso que los oficiales del Viernes Santo y del día de Año nuevo, cuando no había periódicos. 



La noticia de su fallecimiento ha dejado una profunda conmoción en el barrio y en todos sus clientes. Se ha ido en apenas un mes: el domingo día uno de marzo empezó a sentirse mal después de almorzar en el quiosco, pero aguantó hasta que dejó la prensa repartida. Por la tarde se marchó a su casa y después de presenciar por televisión el partido entre el Real Madrid y el Barcelona decidió ir a urgencias de Torrecárdenas viendo que las molestias estomacales persistían y se agravaban con el paso de las horas. Ha sido un mes muy duro para él, para su esposa y para sus dos hijos. Un mes de pruebas continuas, de incertidumbre, de miedo y de tragedia. Su muerte deja un gran vacío entre los que lo conocieron y también nos deja sin uno de los grandes quiosqueros de Almería.





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