Vuelven los silencios de posguerra

El Paseo de Almería en 1963. Se respetaba el silencio en Semana Santa y el Jueves Santo ni los coches ni las motos podían circular por el centro.
El Paseo de Almería en 1963. Se respetaba el silencio en Semana Santa y el Jueves Santo ni los coches ni las motos podían circular por el centro.
Eduardo de Vicente
22:25 • 06 abr. 2020 / actualizado a las 07:00 • 07 abr. 2020

De aquellas semanas santas antiguas de posguerra los mayores nos contaban la transformación que sufría la ciudad cuando llegaba el Jueves Santo y las autoridades imponían el toque de silencio obligatorio. La vida se detenía y cualquier ruido estaba bajo sospecha mientras los municipales vigilaban las calles.



Aquella atmósfera callada que invitaba al recogimiento ha vuelto multiplicada por diez en esta Semana Santa de confinamiento en la que hemos regresado a los silencios más rotundos. Hemos pasado del jolgorio absoluto que se imponía en las calles cuando llegaban los días de las procesiones, donde el culto a la tapa y a la cerveza había sobrepasado con creces a cualquier manifestación religiosa, al aislamiento y al fatídico sonido del miedo que ahora se ha apoderado de las calles



Este silencio de ahora no tiene nada que ver con el silencio espiritual que estuvo vigente durante más de veinte años, desde que terminó la guerra civil hasta que en la segunda mitad de los años sesenta se relajaron las normas y la religiosidad dejó de estar de moda. Había que estar callados, había que caminar sin hacer ruido, pero el rumor de los niños siempre estaba presente en las calles y las campanas de las iglesias no dejaban de llamar durante todo el día a las celebraciones que se realizaban en los templos. 



En los años en los que la norma se cumplía a rajatabla se llegaron a imponer multas por llevar el motor de un coche encendido por el centro de la ciudad o por dar un grito en medio de la calle.



Durante el Jueves y el Viernes Santo se prohibía el tránsito de toda clase de vehículos por las calles y plazas de la ciudad, así como durante la mañana del Sábado de Gloria. Para los casos de reconocida urgencia, en los que era imprescindible el uso de vehículo, se necesitaba una autorización especial de la inspección de la Guardia Municipal. 



El Ayuntamiento prohibía hasta la circulación de los carros tirados por mulas y a los coches de caballos que estaban de guardia para los servicios urgentes los obligaban a circular sin las típicas campanillas y sin los cascabeles con los que se adornaba a los animales para evitar sonidos “poco decorosos” para esas fechas. 



Se exceptuaban de las disposiciones dictadas a los vehículos que transportaban el pescado, la verdura y las legumbres al Mercado Central, siempre que evitaran en su recorrido las principales calles del centro. 



También se limitaba el tráfico de autobuses de pasajeros: los que prestaban el servicio entre Almería y el Alquián hacían un viaje de ida y vuelta por la mañana y otro por la tarde. Esta misma medida se establecía para los demás automóviles que prestaban su servicio entre Almería y las barriadas extremas.


Se prohibía también el disparo de cohetes y la música en las casas. Ni el afilador que pasaba casi a diario por los barrios haciendo sonar su faluta, podía ejercer su profesión en aquellos días de silencio obligatorio ya que se arriesgaba a que lo detuvieran los guardias que siempre estaban al acecho. Las parejas de municipales se encargargaban de recorrer las calles desde la mañana del Jueves Santo para comprobar que los vecinos cumplían a rajatabla con las órdenes establecidas. No se permitía jugar a la pelota en las calles y en lugares presididos por iglesias importantes como la Plaza de la Catedral y la Plaza de San Pedro, zonas donde la chiquillería de la época solía reunirse para jugar, se prohibía los juegos y las aglomeraciones. Los cines cerraban sus puertas al público y en las emisoras de radio sólo se escuchaban los mensajes religiosos y la música sacra. Radio Almería emitía, desde las primeras horas de la mañana del Jueves Santo, una cuña que decía: “Este día fue apresado Jesús para ser crucificado, muerto y sepultado”. 


Almería parecía una ciudad asolada en aquellos días de silencio obligado. La gente no tenía otra distracción durante el Jueves y el Viernes Santo que pasear sin hacer ruido por las avenidas principales o meterse en los templos a rezar cuando no había procesiones recorriendo las calles. 


En la primera Semana Santa que se organizó después de la guerra, en la primavera de 1940, eran escasos los actos que se desarrollaban en la calle. El Viernes Santo la cofradía de la Hora Santa partía del convento de Las Puras en Vía Crucis con Jesús Sacramentado y daba una vuelta a la Plaza de la Catedral, acompañada por cientos de mujeres enlutadas que iban rezando en voz baja. La Adoración Nocturna también organizaba un Vía Crucis desde la iglesia de la Compañía de María, recorriendo las principales calles  y el Paseo


Cuando llegaba el Jueves Santo se imponía el silencio, rotundo y misterioso, pero nada que ver con el que estamos sufriendo ahora.


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