El origen de la Terraza Carmona

Lo Carmona fueron siempre en Vera una familia vinculada a la venta de vinos y aguardientes

Ginés Carmona garcía, su esposa Beatriz Gallardo y su hijo Antonio, en 1945.
Ginés Carmona garcía, su esposa Beatriz Gallardo y su hijo Antonio, en 1945.
Manuel León
07:00 • 22 mar. 2020

Los Carmona fueron en Vera, desde varias generaciones atrás, una familia vinculada a la venta de vinos y aguardientes. Apañaban un carro y, tras parar una noche a descansar en una venta, llegaban hasta Jumilla, Yecla o Monóvar a por pellejos cargados de morapio de cosecha. 



De vuelta, los revendían a granel a las tabernas de su pueblo o en los mercados de Cuevas o Garrucha para alegrar el alma de tantos parroquianos. Con el tiempo, ya principiado el siglo XX, abrieron una primitiva tasca que llamaron La Alegría, en un solar de su propiedad, entre la calle del Mar y Jacinto Anglada. Allí, bajo palmeras africanas y naranjales arcaicos, inició esta saga veratense, de forma rudimentaria, esa singladura hostelera que aún está en marcha entre sus sucesores más de un siglo después. 



Fue Ginés Carmona García, nacido en 1905, abuelo de los actuales carmonas, el que tomó el testigo de sus ancestros en esa actividad vinatera y el que siguió viajando una vez a la semana hasta las grandes bodegas de La Mancha con una moto que se compró cuando era aún un jovencillo. Ginés siguió adelante también con el bar La Alegría que servía además como almacén para los toneles de garnacha y tempranillo, y se casó con la moza Beatriz Gallardo, que procedía de una familia dedicada al esparto. 



El joven matrimonio, emprendedor y laborioso, que iba atreviéndose a afinar cada día más las tapas que se servían con el chato de tinto o clarete, decidió dar un salto para prosperar y estableció, a mediados de la década de los 30, un nuevo bar, más céntrico y moderno, en la calle Pósito (hoy José Gómez), haciendo esquina con la Calle Reconquista. 



El establecimiento estaba compuesto por vivienda en el alto, donde vivía el matrimonio y donde arreglaba la boca el dentista Montagut, y el bar en el bajo, donde brillaban azulejos andaluces y en cuyas paredes aparecían apilados los bocoys de La Flor de la Mancha. Todo ese espacio destacaba por su limpieza y estaba inundado por un denso olor a mosto y a los guisos que cocinaba Beatriz con recetas aprendidas de su hermana Lucía que regentaba una posada cerca de la Plaza de Abastos. 



Ese nuevo bar que había abierto Ginés se convirtió en poco tiempo en uno de los de más nombradía de Vera, frecuentado sobre todo por placeros, tratantes de ganado y por clientes del sacamuelas que acudían tras la intervención a aliviarse el dolor con media botella de Jumilla. Empezó Ginés a dejar atrás el acompañamiento elemental de garbanzos torraos o aceitunas sevillanas con el vaso de vino y a adentrarse en otra oferta de apetitivos de cocina más sustanciosos. Hay quienes recuerdan aún sus pequeñas patatas redondas al horno, todas alineadas y pinchadas con un palillo como en formación militar. También elaboraba Beatriz en la cocina platos de huevos y habas fritas, pimentón, pelotas, boquerones, calamares de Garrucha y cada vez se atrevía con más y más platos. 



En la barra ayudaba al matrimonio el camarero José Antonio, tío de Paco Berruezo, su sobrina Luisa y María del Mar. Se hizo de muy buena clientela e inició también el negocio de lo que hoy llaman catering, cuando preparaba la comida y la bebida de los convites de bodas que se celebraban entonces en la era de los cortijos. Utilizaba Ginés, entonces, unas garrafas de cinco litros para el vino y también para el anís, el coñac, la menta o el licor de café que traía de Murcia y que los novios se llevaban el día de la celebración. 



La pareja, que disfrutaba de éxito con ese pequeño mesón, sufrió, sin embargo, la pérdida de dos hijos en el parto. Por eso, al quedar Beatriz de nuevo embarazada, el matrimonio extremó los cuidados y se trasladó para el alumbramiento a una clínica de Almería: la cesárea salió bien y pudieron disfrutar por fin de un hijo, el único que iban a criar, y al que bautizaron con el nombre de Antonio en la Iglesia de la Encarnación, en 1940.


La vida les sonreía ya por completo y Ginés -que poseía también un cortijo bajo el Espíritu Santo donde criaba animales y almacenaba los aperos con los que salía de vez en cuando a cazar- fue poco a poco comprando casas viejas lindantes con el primitivo bar La Alegría de sus antepasados y con la ermita de la Virgen. También adquirió la vieja Venta del tío Garrapiña, donde desde tiempos remotos estabulaban las caballerías los días de mercado, que utilizó como almacén y despacho de bebidas y que con el tiempo se convertiría en la Discoteca El Portalón y que ahora es la actual cava de vinos del establecimiento moderno.


Su nuevo proyecto era poner en marcha una Terraza de Cine: la Terraza Cine Carmona, que proyectó su primera película, Infierno en la tierra, en 1947, a un precio de dos pesetas el asiento, y construyó también un pequeño barecillo anexo donde Beatriz seguía cocinando ollas de cocina casera y que servía de ambigú para las noches de verbena por San Cleofás que allí empezaban a celebrarse. El bar de la calle Pósito, donde se habían ido haciendo de una buena clientela, lo vendieron para vivienda al maestro José Berenguer. 


El negocio iba bien en esos momentos y Ginés y Beatriz mandaron a su hijo Antonio a estudiar a los Jesuitas de Orihuela donde iba obteniendo  brillantes notas cada final de curso y durante las vacaciones echaba una mano a sus padres en la Terraza. Se hizo célebre el pasodoble El Choni, un torero valenciano apadrinado por Manolete, que hacía sonar el propietario en el altavoz para anunciar que esa noche había cine y las actuaciones de Miguel Ligero en las verbenas.


Sin embargo, algo debió de cambiar en la mente de Ginés, porque en 1951 insertó durante varias semanas un anuncio en el diario Yugo poniendo a la venta la Terraza Cine, aunque nunca llegara a materializarse. Unos pocos años después, el 21 de septiembre de 1956, Ginés Carmona García, el resuelto empresario veratense, el fundador de la dinastía surgida entre vinos cosecheros, falleció con 51 años, cuando la Terraza estaba empezando a consolidar un negocio mixto basado en la proyección de películas que traía en rollos desde Huércal Overa, en los bailes con orquesta y en las consumiciones en la barra del bar. 


Aquel recién comenzado otoño tuvo que ser cruel para su hijo, Antonio Carmona Gallardo, un muchacho veratense de apenas 15 años, aún con pantalón corto y flequillo rebelde. Acababa de morir su padre, tuvo que volver del colegio de Orihuela y, tras enterrarlo y como hijo único que era, junto a su madre, tuvo que tomar las riendas del negocio hostelero familiar. Beatriz alentaba a su hijo a que se hiciera con la Terraza para que toda la obra de su fallecido marido no se malvendiera, aunque la ilusión juvenil de Antonio, entonces, era haber podido seguir estudiando una carrera. El destino lo puso, sin embargo, en el lugar preciso para levantar ese emporio gastronómico que hoy es la Terraza Carmona de Vera que, en tercera generación, aún guarda páginas por escribir.



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