Almería en los tiempos del covid-19 (I): Madrileños en Almería

Supermercado de la playa de Vera, donde ayer llegaron muchos madrileños con segunda residencia en el Levante almeriense.
Supermercado de la playa de Vera, donde ayer llegaron muchos madrileños con segunda residencia en el Levante almeriense.
Manuel León
07:00 • 14 mar. 2020

Quizá uno mire ya todo con ojos de coronavirus -esta plaga de la que no sabíamos nada en Almería hace unas semanas y ya gobierna nuestras vidas- pero ayer a media mañana apenas había gente por la calle Pedro Jover. No sé, quizá me esté pasando, pero no vi nadie. Lo juro. Pedro Jover es una de las arterias más bulliciosas que une el Cuartel de los Soldados con la calle La Reina y parecía una paramera: el Bombón, abrevadero de desayunos, sin la alegría de siempre, los dueños de la ferretería mirando por los cristales de la puerta cerrada, como en Apocalipsis Now, la tienda de fotos sin clientes, las aceras mudas. No sé -quizá me esté pasando- pero ayer esa no era la calle de siempre en el centro histórico de la ciudad.



Todo lo contrario que Vera playa, Villaricos, Garrucha, Mojácar, que ayer amanecieron llena de madrileños con segunda residencia en el Levante almeriense, como si ya hubiera llegado el verano. Madrid se desinfla, el tráfico se detiene, los funerales se suspenden, mientras niños de la capital, sin colegio, pasean por el Salar de los Canos de la mano de sus padres, de sus abuelos, llenando carritos en el Lidl o en Consum, reservando mesa en restaurantes de pescado junto a los trasmallos, para pasar unos días frente a la playa en esta primavera adelantada, generando inquietud en la comarca entre los indígenas, porque cuesta mucho ser obediente.



Es lo que tiene todo esto, todo lo que ha traído consigo este virus que nació tan lejos y que ya es de la familia, que lo ha puesto todo al revés. Hace unos pocos días todo estaba normal: los padres iban al trabajo, los niños a la escuela, los solteros hacían planes de fin de semana para irse de excursión, Guti intentaba salir del hoyo, Abascal y Montero parecían de distinta piel; hasta hace cuatro días -que parece ya que fue hace cuatro años- todo el mundo hacía planes de Semana Santa o de verano. Ahora ya nadie hace nada. Se suspende todo en Almería, se lo lleva toda esa riada de miedo a lo desconocido que nos ha cogido de la pechera y que amenaza con no soltarnos en varios meses. Se suspenden hasta los abrazos y los besos, igual que las sesiones en el Teatro Cervantes y a partir de ya, se empezará a mirar mal a quien se atreva a salir de su hogar, a quien se atreva a sentarse al sol de una terraza de Marqués de Heredia a tomar un vermú. Almería, esquinada, sola, olvidada, no se libra. No le sirve de nada no tener AVE, el Covid-19, que principió en un murciélago ha llegado también. 



Los bares de Jovellanos anulan pedidos por temor a que no se siente nadie, los clientes de agencias cancelan viajes, la Alcazaba anuncia que cierra. Ni Lehman Brothers, ni el cambio climático, ni la tragedia de las riadas, van a hacerle uncir el yugo a esta provincia como este temido virus, como esta plaga egipcia que nadie esperaba, como si estas cosas no pudieran ocurrir en los tiempos de Instagram.








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