Carmen Pinteño: retrato de libertad

Nuestra tierra pone el paisaje al retrato de su emoción colorista, paseado por medio mundo

Carmen Pinteño fotografiada ante la Escuela de Artes.
Carmen Pinteño fotografiada ante la Escuela de Artes. La Voz
Mar de los Ríos
07:00 • 07 mar. 2020

Carmen Pinteño Núñez (Huércal-Overa, Almería, 1937). Pintora figurativa del siglo XX, considerada  como continuista del movimiento indaliano en Almería, iniciado en la posguerra alrededor la figura del pintor Jesús de Perceval.  Esta carta de presentación no es que agrade especialmente a la propia Carmen. Así pues, intentaremos  obtener un retrato más matizado de esta obrera del oleo, como ella se define.  



Comienzos e influencias



Carmen es hija de la posguerra española de la que confiesa tener buenos recuerdos.  Ello se debe a un fuerte sentimiento de libertad y a su inquietud intelectual, señas de su  identidad.  Pasa por el instituto público, donde tuvo como maestra a Celia Viñas y hace un curso en la Escuela de Arte de Almería, donde destaca por su talento natural. “Las únicas asignaturas que suspendí en el bachiller fueron hogar y dibujo, justo los dos pilares de mi vida posterior”. En aquellos años visita las tertulias indalianas en los cafés almerienses lideradas por Perceval, muy  amigo de su padre, del que confiesa no haber visto nunca en acción. “Acudíamos mis compañeros de clase y yo. Claro que había más mujeres además de mí interesadas en la pintura, recuerdo, por ejemplo, a mi amiga Paquita Soriano. Si yo hubiese ido a la universidad seguramente hubiese estudiado periodismo y habría sido escritora.” Se casa con un veterinario, Rafael Gómez  Fuentes,  y se marcha con 21 años a vivir a Albox en 1958.



La pintura: su vicio



En aquella época el mundo rural tenía un marcado acento de desolación para aquellos que venían de la ciudad, por pequeña que fuese. Pero Carmen siempre supo darle la vuelta a todo y comenzó a pintar el paisaje y el paisanaje con el que convivía, con una interpretación simbolista, iniciando así un sello que nunca tendría que ver con nombres propios. El personaje principal de su obra es Indalecio, un recurso figurativo que narra  su propia vida. “He pintado muy pocos retratos del natural y mis bocetos son el propio cuadro.”  En la década de los sesenta Carmen Pinteño comienza a florecer, tendrá cinco hijos, cuatro humanos y un quinto al que bautiza como “su vicio”, la pintura. Comienzan a caer los frutos de una poética plástica donde  se desarrolla también la literatura, como con su dedicación a Lorca. Los paisajes almerienses de La Chanca, el Mediterráneo, el campo, todos ellos componen el fondo del retrato de su emoción: la familia, la maternidad, el amor, la infancia, la pérdida, las costumbres y fiestas populares, donde  Indalecio va creciendo. Carmen no fecha ni firma sus cuadros, pero los textos que acompañan a su obra ejercen de atildados microrrelatos.



Galardones



Su discurso no se identifica con el feminismo, aunque lo haya ejercido de manera autodidacta, como todo en su vida.  Intenta contener la enumeración de sus éxitos. “No me siento artista, eso lo tiene que decir mi obra y los demás”. Pero es inevitable sacar a colación que, desde los años sesenta hasta hace ocho más o menos en que ella fecha el final de su actividad pictórica, ha obtenido multitud de reconocimientos por todo el mundo: 20 medallas de oro, ha expuesto en Madrid, Barcelona, París y Nueva York; elegida en multitud de ocasiones como representante relevante de la pintura española en el extranjero; es la única pintora almeriense colgada en el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía. “He ido varias veces al museo y nunca he encontrado dónde estoy colgada, ¿te lo puedes creer?” Lleva a gala haberse relacionado con toda la intelectualidad. Tuvo amistad personal con el poeta de la generación del 27 Gerardo Diego, quien no faltaba a ninguna de sus exposiciones en Madrid. Indalecio, una historia del s. XX, es su última exposición visitable actualmente en el auditorio de Roquetas de Mar hasta finales de marzo.



Miles de anécdotas
Salpican sus brillantes y grandes ojos de niña observadora, multitud de anécdotas de una vida que confiesa plena, con sus luces y sus sombras, pero todas reflejadas en sus lienzos. “Nuria Espert vino al Teatro Cervantes y a las cinco de la tarde se fue a dar un paseo por la ciudad.  Entonces se topó conmigo y mi exposición de Lorca. Yo la miré al entrar a la sala y se me acercó: Sí, soy yo —me dijo— a lo que yo contesté: y yo también. Recorrimos juntas mis cuadros mientras me recitaba los textos del poeta, una maravilla. Cuando gané la medalla de oro de Barcelona y para, supongo que halagarme, en la entrega del premio un crítico de arte catalogó mi pintura como de masculina y catalana. Yo me hice la tonta cuando me tocó hablar, es lo mejor.”


Almería y su reconocimiento
“Yo no necesito reconocimientos. Conservo una cantidad considerable de mi obra que he ofrecido al ayuntamiento y que ha rechazado.”  En el museo de Doña Pakita su único cuadro comparte sala con otro de su amiga Francisca Soriano. El mismo que intentó cambiar por otro a su gusto, completamente gratis o, en última instancia, limpiar y renovar el marco del existente sin éxito. Fue integrante y fundadora del Instituto de Estudios Almerienses porque la requirieron, de lo que se siente muy orgullosa. 


Última pincelada

“A las artistas jóvenes les recomiendo que sean ellas mismas, que miren hacia fuera y después hacia dentro, que hagan de la naturaleza su diccionario. Ya no pinto, todo lo que tenía que decir ya lo he dicho.”


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