Hacer malabares para sobrevivir

Juan Ortega Buznego es el mendigo oficial del Paseo

El vasco, como lo conocen sus amigos, cuidando el perro de una clienta que ha entrado a comprar a Carrefour.
El vasco, como lo conocen sus amigos, cuidando el perro de una clienta que ha entrado a comprar a Carrefour. La Voz
Eduardo de Vicente
07:00 • 24 nov. 2019

Representa la imagen del mendigo moderno con sus zapatillas de deporte, su chupa de cuero, sus calcetines de cuello bajo, el teléfono móvil en el bolsillo, bien afeitado y oliendo a colonia. Qué lejos de aquella estampa de los mendigos antiguos que vivían mostrando sus miserias y sus heridas a la gente en las romerías y en las puertas de los templos.



Juan Ortega Buznego es un profesional renovado que no necesita contarle a nadie sus penas para conseguir unas monedas. Es mendigo como podía haber sido albañil o camarero o como hace veinte años ejercía el arte del malabarismo lanzando mazas y pelotas de goma al cielo y echando fuego por la boca como si fuera un dragón. Ahora sigue haciendo malabares, pero con las manos en los bolsillos. Como por arte de magia se gana, moneda a moneda, el pan de cada día, sin necesidad de rasgarse las vestiduras ni de hacer juegos de manos, ni de levantarse del suelo. “La gente es muy generosa en Almería y me ayuda mucho. Me conoce desde hace muchos años y sabe que puede confiar en mí”, asegura. 



Dice que llegó por primera vez a Almería hace más de veinte años, cansado de la humedad de Bilbao y huyendo de los recuerdos y de la soledad. “Desde los trece años me quedé sin padre y sin madre y después murieron mis tres hermanos, por lo que no tuve otra salida que echarme a la calle con la mochila a cuestas después de escaparme del reformatorio”, cuenta. 



Dormir sentado

‘El vasco’ llega temprano a su lugar de trabajo y a veces, mientras espera o mientras le guarda el perro a una clienta del supermercado, se permite el lujo de dar una cabezada. Como no tiene jefe ni nadie que le mande, es dueño de su sueño. De los tiempos en los que se ganaba la vida haciendo juegos malabares le ha quedado una buena dosis de habilidad y flexibilidad que le permiten sentarse, cruzar las piernas, y quedarse dormido como una estatua entre el ruido de los coches.



‘El vasco’, como lo conocen sus amigos, tiene su oficina en el corazón del Paseo, frente a la puerta de Carrefour, al lado del kiosco de prensa de Alberto ‘el argentino’. Todos los días, a las nueve en punto, instala su alfombra en el suelo, coloca la toalla de las limosnas y espera con paciencia a que lleguen esas almas caritativas que le ayudan a sobrevivir. Con el tiempo se ha ido ganando una clientela fija y son muchos los que acuden a él para que les cuide el perro mientras entran a hacer la compra al supermercado. Hay quien le trae una plato de comida o una bolsa de ropa o el que le pone un billete de diez euros en la mano para que se vaya a su casa y deje de coger frío. “Hay mucha gente buena en Almería, gente que no me pregunta por qué no me busco un trabajo ni qué hago pidiendo en medio de la calle. Yo no pido para hacerme rico ni para vivir del cuento. Pido para poder comer al menos dos veces al día y para ir curioso”, asegura.



Juan acaba de estrenar vivienda. Con un amigo alemán se ha establecido en una casa antigua del barrio de la Alcazaba y la ha ido arreglando poco a poco. Se siente feliz con su hogar y también con su trabajo. Allí, frente al Carrefour, se ha ganado el puesto y la confianza de un grupo de amigos con los que coincide a diario: Alberto el del kiosco de prensa, Goyo, el jipi argentino que vende ropa en la esquina de la calle Castelar, y Manolo Morales, el vendedor ambulante que siempre tiene media docena de chistes a mano para compartirlos con los colegas.



Juan ‘el vasco’ no es un mendigo pedigüeño de los que ponen la mano y suplican una limosna. Llega a su puesto de trabajo, se sienta y ve pasar el río de la vida, sin inmutarse,  como si fuera un árbol. Lo que sí hace es cuidar las formas y cuando está en el tajo procura no sacar el móvil para que nadie se confunda.



Ahora viene la mejor época del año, cuando la gente suele ser más generosa. En las vísperas de Navidad no hay un día en el que no regrese a su madriguera con dos bolsas bien cargadas de comida


Temas relacionados

para ti

en destaque