La insoportable levedad de un póker de perdedores

La opinión del director de La Voz de Almería, Pedro M. de la Cruz

Pedro Manuel de La Cruz
07:00 • 17 nov. 2019

El martes participé en ´La ventana” de la cadena SER y el coordinador de la tertulia lanzó dos retos al aire: el primero, resumir en un titular el resultado electoral; el segundo, valorar el preacuerdo alcanzado ese mediodía por PSOE y Unidas Podemos.



“El personalismo de Sánchez e Iglesias lleva en volandas a la extrema derecha al Congreso” fue el titular que elegí para definir un perfil provocado por la nueva aritmética electoral con que se abrirá la legislatura y, en cuanto a la valoración del acuerdo para la investidura, lo consideré obligado en el fondo (que nadie les lleve a engaño: no había otro posible porque el PP nunca se abstendría para hacer presidente a Sánchez), pero una vergonzante impostura de quienes lo firmaron y un insulto a la inteligencia de una ciudadanía que ha asistido sorprendida al bochorno de comprobar cómo lo que no se pudo acordar en los seis meses que separan mayo de noviembre se alcanzara en los sesenta minutos que duró la conversación entre Iglesias y Sanchez veinticuatro horas después del cierre de los colegios electorales. 



Socialistas y podemitas (IU ni ha pintado, ni pinta ni pintará nada en la confluencia izquierdista) estaban obligados a entenderse asumiendo y practicando sin rubor una de las mejores sentencias de Churchill cuando afirmó, con tanto cinismo como acierto, que la mejor dieta para un político era comerse cada mañana las palabras que habían defendido la tarde anterior. Eso y no otra cosa es lo que han hecho los dos líderes ayer enfrentados hasta el desprecio y hoy encantados de haberse reencontrado. 



Durante seis largos meses el dúo Pimpinela de la política española ha estado de gira por todos los platós mediáticos pregonando su desamor para, en apenas sesenta minutos, acabar dando un último recital en el que exhibían alborozados su reencuentro. La desconfianza y el insomnio, dos patologías cargadas de desasosiego emocional, fueron barridas por el viento menos sentimental de la aritmética parlamentaria en el umbral que va entre la noche y el sueño, ese instante de la madrugada del lunes en el que Pedro y Pablo se dieron cuenta que, o alcanzaban un acuerdo, o acababan picando piedra en la oposición si se repetían ¡por tercera vez! las elecciones. 



Nada une más que el miedo a perder el poder que se tiene o al que se aspira. Pedro y Pablo se desprecian, pero Sanchez e Iglesias se necesitan y no son el honor o las convicciones sentimientos que habiten en el alma de los que protagonizan el espacio tribal de la política. No lo habitaron en Casado y Rivera cuando pactaron con la extrema derecha de Vox por el poder -y solo por el poder-, y sería de una ingenuidad conmovedora dudar de que Sánchez e Iglesias no fueran capaces de hacer lo mismo



Por eso extraña escuchar ahora los sonidos apocalípticos de quienes pregonan la llegada de las siete plagas sobre España si se consuma el pacto para la investidura y hay gobierno de coalición. El tiempo demostrará la capacidad o impericia del próximo consejo de ministros pero, hasta entonces, conviene alejarse tanto de los que saludan su posible llegada dominados por el fervorín eufórico de un domingo de ramos como de los que, revestidos de alarmismo, ya han llegado al viernes santo y ven a España crucificada. Demos tiempo al tiempo en un país en el que todo va tan deprisa que siempre estamos al borde del atropello.  



De aquel abril de euforia en el PSOE y Unidas Podemos a este noviembre de urgencias podría escribirse un tratado sobre la capacidad intelectual de quienes lideran la política española. Si algo ha quedado claro desde el 28 A al 10 N es que estamos gobernados (y aquí incluyo a la oposición) por políticos (¿adolescentes caprichosos quizá mejor?) más cerca del esnobismo marketiniano que de la solidez y el razonamiento responsable.



Han sido todos tan inteligentes que han logrado la cuadratura del círculo: partir cada uno de salidas distintas y distantes para acabar coincidiendo en el espacio indeseado de la derrota. Porque, más allá de argumentarios exculpatorios prefabricados todos, menos Abascal, han perdido.  


Rivera pudo ser Cesar y acabó en nada

Rivera porque ha visto cómo la gloria es tan efímera como la brevedad irremediable del olor del jazmín. Lo tuvo todo y se ha quedado en nada. Algún día se estudiará en las facultades de Ciencias Políticas cómo se pueden cometer tantos errores en tan poco espacio de tiempo. Entre Cesar y nada eligió la peor salida despreciando a quienes, desde dentro de su partido, le avisaron de que los idus de noviembre le conducirían al pudridero. Pudo ser vicepresidente y sentar a varios de los suyos en el consejo de ministros alcanzando, así, su razón de ser objetivada desde el nacimiento de Ciudadanos en que el gobierno de España no dependiera ni se sometiera al chantaje de los nacionalistas. Y lo despreció. Pudo haber alcanzado la alcaldía de Madrid (con la proyección que eso hubiera tenido para su partido) utilizando el mismo argumento contra la corrupción y el clientelismo que utilizó en Andalucía (¿o es que el PP de la Púnica y de Gurtel es menos corrupto que el PSOE de los ERES?) y eligió el camino equivocado. Tuvo en sus manos debilitar a su competidor, el PP de Casado del que tan cerca se quedó en abril, y, con sus decisiones estratégicas, lo único que consiguió fue fortalecerlo reduciendo a Ciudadanos a un mayordomo servil de los populares. Rivera ha demostrado que como táctico es un caos, pero como estratega un desastre 


Vox cercará al PP

Casado porque, además de su insuficiente subida (no ha alcanzado los cien diputados a los que, como mínimo, aspiraba) ha visto crecer la amenaza de una ultraderecha a la que ni supo ni quiso combatir y con la que, más allá del corto plazo, tendrá que enfrentarse si no quiere sentir más cerca aún su aliento. Vox ya no es un apéndice del PP, se ha convertido en un rival con el que tendrá que competir para ser más radical, o confrontar para desmontar su argumentario de todo a cien. 


El desdén con que el PP contemplaba al partido de Abascal (son nuestros chicos y más pronto que tarde volverán, pensaban muchos) se tornó en preocupación durante la campaña y ahora ya se ha convertido en miedo. El PP tiene que definir lo que quiere ser: o un partido de centro derecha o un partido cómplice de la derecha extrema y, en esta disyuntiva, no deberían olvidar que, entre el original y la copia, el votante acaba optando por el original. Sin echar en el baúl del olvido que el Vox de antes del 10 N no va a ser el mismo que el del ´día después´. El repique de campanas en aquellas comunidades en las que, con su apoyo, gobiernan los populares comenzará a sonar con el ruido inquietante de las exigencias. Ya no non sus ´chicos hiperventilados de patrioterismo´, ahora son sus competidores y ya no seguirán el guion previsto 


El Podemos más débil será el más fuerte

Iglesias continúa recorriendo el camino decadente que inició cuando su asalto a los cielos quedó reducido al lirismo cursi de los que se creen dioses en la tierra. La matemática parlamentaria y la torpeza de Sánchez le ha sacado de la UVI y le va a llevar a los altares, pero no debería olvidar, tan atraído por los cielos, que desde el Antiguo Testamento era en ellos donde al final acababan siendo sacrificados.


Gobernar obliga a convivir con la contradicción propia y la decepción ajena y esa es una factura que, antes o después, pero siempre, acaba llegando al cobro. Podemos va a navegar en un mar azotado por el oleaje de las renuncias, la marejada provocada por las corrientes internas y la asunción de que casi nunca es posible que las cómodas proclamas de las plazas se vean trasladadas a la restrictiva incomodidad del Boletín Oficial del Estado. En pocos meses aprenderán la distancia, la enorme distancia que separa predicar y dar trigo.


El peronismo político y sentimental de Iglesias y Montero queda muy chic en las manifestaciones, pero la mesa del consejo de ministros es otra cosa. Sin olvidar la paradoja de que quien evitó que Montero fuese vicepresidenta es el mismo que seis meses después y con la misma oferta que entonces le empujo a oponerse, ahora la acepta y, ay, le hace a él vicepresidente. Qué extraña paradoja.


La osadía ilimitada de Sánchez

En cuanto a Sánchez su osadía es ilimitada. O al menos tan ilimitada como su capacidad de cambiar de posición. Al contrario que Jorge Manrique cuando escribió “Ni miento ni me arrepiento, ni digo ni me desdigo”, el presidente en funciones no tiene escrúpulos en defender con la misma vehemencia una cosa y la contraria. Miente tan sinceramente que hasta él mismo se lo cree.


Durante la semana que hoy termina he leído decenas de análisis sobre el resultado electoral y centenares de opiniones sobre el pacto alcanzado (inevitable, nadie estaba dispuesto a propiciar una opción distinta, no había otra salida; salvo el delirio de otra repetición que hubiera entronizado a la extrema derecha), pero de todos esos argumentos, de todas esas opiniones, me quedo con la viñeta publicada por El Roto el jueves en El País y que queda reproducida en esta página: dos hombres (Sánchez e Iglesias) abrazados, pero no porque se estimen, sino para no caerse.


La única duda que albergo es quién de los dos traicionará antes al otro y cuándo. Al tiempo.     


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