50 años en el corazón de Piedras Redondas

La botica de Rosa María García cumple sus bodas de oro tras medio siglo de vida en el barrio

Rosa María Garcia, junto a su hija Cristina y el resto de su equipo.
Rosa María Garcia, junto a su hija Cristina y el resto de su equipo.
Manuel León
07:00 • 03 sept. 2019

Cuando Rosa María García abrió su pequeña botica una mañana de septiembre de 1969, Piedras Redondas daba sus primeros pasos como barrio, en la periferia más periférica de la ciudad. 



Había surgido ese caserío humilde y pintoresco, de casitas de planta baja con macetas en el alféizar, de la iniciativa de Enrique Alemán, el constructor más en boga de la Almería de entonces.



Debía de ser 1964 o 1965, cuando ese montículo soleado, donde solo habían habido chumberas y algún cortijo, frente a la gasolinera de Las Lomas, se fue preñando de hogares formados, sobre todo, por mineros de Rodalquilar, que tras el cierre del yacimiento de cuarzo se fueron trasladando a la ciudad para que sus hijos tuvieran la oportunidad de estudiar. 



A ese medio centenar de iniciáticos habitantes de Piedras Redondas, la mayoría oriundos del Campo de Níjar, se les fueron después uniendo las casas que la ONCE compró para sus vendedores de cupones y gente de los vecinos barrios de Los Almendros, de Torrecárdenas que querían contar con una sencilla casa barata con agua corriente. 



Al principio, como en la Macondo del barro y la cañabrava, solo eran dos calles paralelas y alargadas -Sierra de Fondón y Sierra de Monteagud- y en ésta última, fue donde Rosa instaló su primitivo despacho de farmacia. 



Rosa, la eterna farmacéutica de Piedras Redondas, la que nunca ha querido abandonar el barrio y trasladar la farmacia a pesar de haberlo podido hacer, nació en Albanchez, hija del gerente de la empresa de mármoles de Nicasio Pérez, antes conocida como la Fábrica de los ingleses. 



Allí se crió Rosa, junto a una de sus mejores amigas que era la hija del farmacéutico del pueblo, Gonzalo Fernández de Castro. Y allí, entrando en la rebotica y viendo cómo se preparaban las fórmulas magistrales, admirando los anaqueles repletos de tarros de hierbas medicinales, pesando los sobres de bicarbonato en la báscula, fue como le germinó la vocación por ser farmacéutica. 



Estudió en las Jesutinas y tras acabar la carrera en Granada, plantó su bandera profesional en ese barrio recién inaugurado del que nada sabía. 


Allí, durante 50 años que se cumplen ahora, ha desarrollado Rosa toda su vida profesional, conociendo poco a poco a los vecinos, a las familias, como único centro sanitario del barrio. “Yo lo que quiero es que Piedras Redondas se conozca por su gente, por su buena gente, que no es un barrio conflictivo como a veces se da a entender por la marihuana, los cortes de luz o los Okupa”, aclara Rosa, que celebra sus bodas de oro en el barrio que la vió nacer como profesional. 


Durante todos estos años, uno de los personajes más entrañables del barrio ha sido su mancebo Sandalio Buendía, hijo de un empleado de las minas, que conocía todos los secretos del barrio, y que colgó la bata cuando ya no pudo seguir adaptándose a las novedades de la informática, él, que toda su vida se había guiado por el orden alfabético para encontrar los medicamentos. 


Con el tiempo, Rosa, se mudó de ubicación y abrió un local más grande en la calle Sierra de Gredos, detrás del Colegio Angel Suquía y de la Iglesia de los Jesuitas: una nueva botica, más moderna, con la ayudantía de su hija Cristina, pero con el mismo hálito de botica de barrio, como esas tiendecillas de ultramarinos que aún se empeñan en seguir abiertas, como la de Diego, la de Felisa, como la de Carmen -ahora María del Mar- la de las verduras.  Iconos del progreso como Mercadona, como Cajamar, abrieron también establecimiento en Piedras Redondas, pero no tuvieron la paciencia de continuar, como tampoco hubo paciencia para terminar el ambulatorio prometido, del que, como recuerdo amargo de lo que pudo haber sido y no fue, solo perdura una estructura esquelética de hormigón. 


Lo que sí resiste en todo su esplendor, como el primer día es la vieja botica de Rosa, allí, en esa Piedras Redondas, con esa gente humilde de barrio, con la que ha ido creciendo de la mano durante los últimos 50 años. 



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