Fausto, librepensador

Alberto Gutiérrez
07:00 • 10 ago. 2019

Todas las muertes son terribles –Woody Allen, con su sorna de siempre, dice que está en contra-, pero la de Fausto nos deja huérfanos de una voz singular, vitalista, preclara, inteligente y libre. Fausto fue un librepensador, un obrero de la inteligencia, como me dijo en una entrevista en La Voz, y un hombre lleno de vitalidad que rescataba a Benedetti para decir que “un instante es un copioso universo de un instante mayor, que es la vida”. Él la aprovechó en cada momento, como si fuera el último. 



La inteligencia de Fausto estaba indisolublemente unida al optimismo, al humor, a una manera de afrontar la vida, sabiendo, claro, el trágico final que nos espera. Y es que la inteligencia, que es la capacidad de resolver problemas, pero también la búsqueda de la bondad, debe estar conectada al optimismo, pues el problema de la muerte no tiene solución posible. De manera que para qué pensar en ella. 



Con estos mimbres, Fausto Romero-Miura, abogado, político, columnista, artista, pensador, se creó a sí mismo en lugar de buscarse a sí mismo, como decía George Bernard Shaw. Tuvo la iniciativa, la garra y el valor de la acción, de hacer cosas, de adelantarse a todo. Fue un actor y no un espectador de la vida, una persona que dejó huella en quienes lo conocimos y admiramos. 



Fausto fue muy libre en una sociedad que huye de la libertad, que se acomoda porque tiene las necesidades cubiertas y donde muchos hombres y mujeres se mimetizan con la comunidad por miedo a ser diferentes. Vivimos en una igualdad equivocada y cuando alguien dice o hace algo distinto “el infierno de lo igual”, que sostiene el filósofo alemán Byung Chul-Han, nos sorprende agazapado desde las redes sociales. “Las redes están matando al individuo”, me dijo Fausto en el salón de su casa, rodeados de miles de libros. 



Ya termino. Ayer, apenas unos momentos antes de conocer el desenlace por internet y sin saber sobre su verdadero estado, le preguntaba a un común amigo por él. La noticia fue una tremenda casualidad. Al principio de su enfermedad le telefoneaba pero no respondía. Lo entiendo. A menudo preguntaba a sus amigos más cercanos por él. Pero no me imaginaba que el final llegaría de esta manera.



Los hijos y nietos de Fausto deben estar seguros de que se ha marchado una persona irrepetible, un hombre de bien que tuvo el acierto de pensar y decir lo que quiso y cuando quiso porque creyó siempre en la libertad, en la inteligencia y en la vida. Las lecciones que nos deja son muchas, suficientes para que reflexionemos y nos planteemos vivir con pasión cada uno de los copiosos universos de un instante mayor, que es la vida. Descansa en paz, amigo Fausto, maestro.





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