Las noches de baile en ‘la Pacheca’

Eduardo de Vicente
07:00 • 23 jul. 2019

Mientras que en la ciudad sonaba la música de discoteca, mientras que los adolescentes se emocionaban con Dire Straits y descubrían los primeros discos de Triana, mientras iban apareciendo en escena los primeros pubes, en Pechina se puso de moda un local que reivindicaba el baile popular de las fiestas de los pueblos, la música de toda la vida que empezaba a quedar relegada para las verbenas rurales. Fue bautizado con el nombre de ‘la Pacheca’ en homenaje al famoso corral de Madrid que había popularizado el presentador Lauren Postigo en aquel programa ‘Cantares’, que tanto éxito tuvo en televisión. 



‘La Pacheca’ de Pechina dio sus primeros pasos dentro de la Plaza del Mercado, donde se improvisaba una pista de baile y un pequeño escenario con un batería, un guitarra y un acordeonista. 



Desde sus orígenes, aquel salón se convirtió en el santuario de las rumbas y los pasodobles, un rincón con sabor de fiesta de pueblo y ese aire familiar que tenían los bailes antiguos. No era una sala vanguardista ni un refugio para adolescentes. ‘Las Pachecas’ era el paraíso de los fines de semana para los matrimonios, donde reinaba una atmósfera de camaradería mezclada con ese ambiente rural que ya solo quedaba en las verbenas de los pueblos. 



Me acuerdo de la fama que llegó a tener este local durante aquellos años porque las mujeres que iban a la tienda de mi padre hacían comentarios los lunes, alabando el local y lo bien que se lo habían pasado en ‘las Pachecas’. Entonces existía un enfrentamiento pacífico, más teórico que práctico, entre los bailes ‘alocados’ de la juventud y el baile de toda la vida, el baile “como dios manda”, como se decía en aquel tiempo cuando los adultos hacían referencia a lo clásico.  Cuando los músicos atacaban las primeras notas de “Suspiros de España”, todas las parejas tomaban la pista y hasta los niños y las niñas buscaban pareja para bailar. De vez en cuando, la orquesta se animaba con un tango o con un vals para que los más atrevidos exhibieran sus habilidades. 



‘La Pacheca’ nació en la Plaza del Mercado hasta que dos de sus promotores, Santiago González Cantón y su mujer, Amelia, buscaron un local donde organizar mejor las fiestas. No hacían falta extravagancias ni el toque de un decorador de moda, era suficiente con una habitación decente para sala de baile, unas cuantas sillas y sus correspondientes mesas, unas bombillas de más para la iluminación extraordinaria y un centenar de banderitas de papel para engalanar el techo. Cualquier lujo sobraba cuando Antonio Pérez Caballero ponía en marcha el acordeón para que comenzara la fiesta.



En los inicios, cuando los bailes se organizaban en la Plaza del Mercado, eran las propias parejas las que se llevaban las bebidas, hasta que el salón tuvo un local estable con su bar reglamentario. Todo el mundo hablaba del éxito de ‘la Pacheca’. Su fama trascendía de los límites del pueblo hasta  contar con una clientela fija que se desplazaba desde la capital.



Las noches de los sábados se estiraban hasta el amanecer en aquel ambiente amable y auténtico donde las parejas se miraban a los ojos y la gente forjaba una amistad. El secreto de esta sala estuvo ahí, en esa atmósfera familiar que hacía recordar a aquellos bailes antiguos que se organizaban en los comedores de los cortijos bajo la vigilancia de los padres que velaban  por la integridad moral de las muchachas.



El Corral de la Pacheca de Pechina sufrió un golpe importante a comienzos de los años ochenta debido a una intoxicación alimentaria que sucedió en otro local llamado el Mesón de la Pacheca, situado en Viator. La noticia del periódico confundió sin querer a un negocio con otro.


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