Los niños de la cerveza y el vino dulce

Nos daban una caña para que nos abriera el apetito y un vaso de vino con una yema de huevo

El niño José Manuel Sánchez Martínez tomándose una caña de cerveza como un adulto en la barra del histórico bar ‘El Puente de Hierro’.
El niño José Manuel Sánchez Martínez tomándose una caña de cerveza como un adulto en la barra del histórico bar ‘El Puente de Hierro’.
Eduardo de Vicente
00:29 • 21 jun. 2019 / actualizado a las 07:00 • 21 jun. 2019

En el armarico de la cocina de mi casa se guardaba una botella de aquel vino endulzado que llevaba impreso en la botella una etiqueta con la imagen de una monja. Se hizo muy popular en los años sesenta gracias al anuncio de la tele en el que unos niños salían cantando: “Queremos quina, Santa Catalina”



Lo anunciaban como un reconstituyente, como un producto milagroso para los que habían perdido las ganas de comer. Mi madre, cuando llegaba la hora de ponernos la ropa corta y comprobaba que seguíamos tan delgados como el verano anterior, sacaba la botella del escondite y nos preparaba un brebaje enriquecido con una yema de huevo. Había que tomarlo una hora antes del almuerzo para que nos abriera el apetito, pero a veces el efecto era el contrario porque para muchos niños el premio del vino dulce se transformaba en un castigo cuando se le añadía la yema de huevo y acabábamos con el estómago revuelto.



El truco de aquella bebida que llevaba dentro quince grados de alcohol  era la estampa de la monja que presidía la botella. No podía sentar mal a nadie si era cosa de santas, por lo que nuestras madres nos lo daban con tanta naturalidad como si nos estuviéramos bebiendo un vaso de leche. Yo no recuerdo que el vino dulce antes de las  comidas me abriera el apetito o me sirviera para coger kilos, lo que sí sé con certeza es que después de tomarme aquel chupito las piernas me temblaban, los ojos se me llenaban de brillo y me entraban ganas de cantar. 



En otras ocasiones, sobre todo los domingos, existía la costumbre en muchas casas de comprar una botella de cerveza para compartirla durante la comida. En mi tienda para poder llevarse una de litro el cliente tenía que devolver el casco, de lo contrario se le cobraba un pequeño impuesto. La cerveza formaba parte también de nuestras bebidas cotidianas y cuando íbamos al bar de nuestro barrio era normal que los niños también se tomaran una caña como si fueran adultos. Todavía tengo grabado en la memoria del paladar, el sabor que me dejaron las primeras cañas que con nueve o diez años me  tomaba en el bar Casa Juan de la calle de la Almedina. El placer de la primera bocanada de la cerveza de barril entrando en la boca, y el regusto dulce de aquellas tapas de gambas con tomate que la señora Remedios preparaba en la cocina. 



Recuerdo también haber tomado de niño alguna que otra copa de anís con limón, que me preparaba mi madre antes del desayuno, creyendo que era un buen remedio para las molestias de estómago, algo así como un desinfectante interior. 



En mi calle había un vecino que aseguraba que no había mejor medicina para el resfriado que una pastilla de aspirina con una copa de coñac antes de meterse en la cama. A veces, cuando se paraba en la puerta de mi casa a hablar con mi padre, yo pensaba para mí: “Ya se ha vuelto a resfriar el vecino”, a juzgar por el perfume de su aliento. 



Teníamos también la creencia de que era preferible beberse una cerveza que tomarse una Coca Cola, tan de moda en aquellos tiempos. Nadie sabía de qué estaba hecho aquel refresco de los americanos, como nadie supo jamás la fórmula de aquella otra moda que nos vino con el nombre de ‘Bitter Kas’, la alternativa a los que no querían probar el alcohol.



El ‘Bitter Kas’ empezó a popularizarse en Almería a finales de 1977, cuando una botella de aquel líquido rosado costaba doce pesetas. El éxito de la bebida se debió en gran medida a que su sabor amargo, acentuado por la rodaja de limón que se le añadía en el vaso, permitía que se mezclara bien con la comida, especialmente con las tapas de los bares. Un ‘Bitter Kas’ fresquito con una tapa de jibias te podía dejar tan satisfecho como si te tomaras una caña


Unos años después, a comienzos de 1981, las tiendas empezaron a llenarse de otro invento, la cerveza sin alcohol, que en un principio se comercializaba exclusivamente en envase de lata.


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