El genio almeriense del ajedrez

En el ataúd le colocaron un caballo blanco, el mismo con el que hacía diabluras en el tablero

Antonio Frías Giménez (1909-1997), a la izquierda, disputando el Campeonato Nacional de Ajedrez de 1947 en Valencia.
Antonio Frías Giménez (1909-1997), a la izquierda, disputando el Campeonato Nacional de Ajedrez de 1947 en Valencia.
Manuel León
07:00 • 26 may. 2019

Uno observa las fotos de Antonio Frías Giménez jugando partidas de ajedrez en la Terraza del Círculo y entiende entonces que algo pueda llegar a convertirse en una pasión turca; uno ve en esas imágenes a ese almeriense -que fue director general de la Caja de Ahorros durante más de una década- ensimismarse de tal manera con el tablero, con el movimiento, por ejemplo, de un alfil amenazando un enroque, con su bigote azabache, con su nariz prominente flotando sobre las piezas blancas y negras, y puede llegar a intuir lo que significa que, en un preciso momento, todo lo demás sobre. 



Durante muchos años, el ajedrez en Almería fue él: el primogénito de Santiago Frías Somohano, el dueño de la Confitería La Sevillana de la Puerta Purchena, que sin hacer ninguna carrera, ni pisar ninguna universidad, fue uno de los almerienses más brillantes de su tiempo. 



Fue el artífice del desarrollo en toda la provincia de la antigua Caja de Ahorros y Monte de Piedad (hoy Unicaja Banco) y el hombre que puso a Almería en el mapa del ajedrez nacional –el juego minoritario donde solo importa la inteligencia- con doce títulos provinciales, varios entorchados como campeón de Andalucía, semifinalista en dos ocasiones del Campeonato de España y artífice de dos tablas con el campeón del mundo, el soviético Alekhine. Solo sus responsabilidades profesionales como primer ejecutivo de la Caja de Ahorros en Almería, frenaron una carrera que le podría haber llevado a consolidarse como uno de los primeros ajedrecistas de la historia de este deporte en España.



Nació Antonio en 1909 en una casa sobre los altos de ese obrador que perfumaba de azúcar y canela el centro de la ciudad, en una familia de doce hermanos, todos dedicados a ayudar en ese negocio que contaba con los mejores maestros pasteleros de la ciudad, desde que se abrió al público a finales de siglo XIX. Allí creció, haciendo las tareas escolares, entre los suflés y los vapores de la nata, entre las ollas de chocolate hervido y el almíbar con el que cubría los bizcochos Diego Salvador, uno de los empleados más fieles de la casa.



Durante un tiempo, como en el negocio familiar sobraban manos con tantos hijos, Antonio entró de aprendiz en el negocio de Ultramarinos y Coloniales San Antonio que tenía Enrique López Andrés, en la calle Castelar, que aún continúa  su hijo. En esos años juveniles fue cuando Antonio Frías aprendió a mover las piezas  en el Club Lanchafri, donde también fue campeón de tiro olímpicoy en el Círculo Mercantil, en el que su padre fue presidente, hasta su muerte prematura en 1932.  Pero donde adquirió los grandes rudimentos de este juego del intelecto fue en Valencia y en Zaragoza, donde fue movilizado durante la Guerra y donde coincidió con grandes jugadores como  Rey Ardid



Cuando volvió en 1939, se casó con Lola Redondo, oriunda de Purchena, con la que se fue a vivir a la calle de La Palma y después de alquiler a final del Paseo, a una casona que daba también a la Rambla. 



Entró a trabajar en Sindicatos y al poco tiempo, en 1943, por su habilidad para los números, fue requerido como interventor por la Caja de Ahorros, para regularizar la contabilidad de una institución, cuyo saldo entonces era inferior a dos millones de pesetas, dedicándose casi en exclusiva, desde la Plaza Marín, al empeño de ropas. Por méritos propios fue escalando posiciones en el staff, como director gerente en 1958, y como director general en 1967, sustituyendo a Francisco Gómez Cordero. Fueron años de expansión de la Caja de Ahorros, en los que se fomentaba el ahorro y a muchos almerienses que venían al mundo lo primero que le hacían sus padres o los abuelos era abrirles una cartilla. Después empezaron a abrir oficinas en los pueblos, la primera en Albox, y a realizar promociones de viviendas sociales y guarderías, a través de la Constructora Santos Zárate. 



Cuando Antonio se jubiló en 1979, había en la entidad, antes de las fusiones con otras cajas andaluzas, un balance de más de 11.000 millones de saldo de ahorro, 80 oficinas y 500 empleados.


En el ajedrez, como en la vida, Antonio Frías siempre llevaba la iniciativa y cuando alcanzó el cénit de su carrera como ajedrecista fue en la década de los 40, cuando se dejó intoxicar por ese veneno que le persiguió toda su vida, antes de que sus responsabilidades profesionales le absorbieran casi por completo. Fue en 1943 cuando Antonio reorganiza la Federación Provincial de y dio comienzo el primero de los ocho torneos anuales de carácter nacional que se desarrollan en el Círculo Mercantil y que se pueden considerar como la edad de oro del ajedrez almeriense, según el maestro de la Federación Internacional, Pedro Jesús Ferrer.


En esas partidas, que se disputaban en agosto en la terraza del Círculo, en esos tiempos de cartillas de racionamiento, brilló como nadie Antonio Frías, resultando campeón en varias de ellas, junto a experimentados competidores como Francisco López Núñez, José Fausto Martínez, Ginés de Haro, José Carmona, Pedro Pinar, José María Artero y Fernando Roda. En algunas de esas ediciones jugó el entonces niño prodigio del ajedrez patrio, Arturito Pomar. En el verano de 1945 participó, Alexander Alekhine, que venía de ser campeón mundial y que se encontraba en España huyendo de la Guerra en Europa y al que Frías consiguió hacerle tablas en dos ocasiones.


Antonio viajaba entonces por España, en esos tiempos de penurias, para una veleidad como jugar al ajedrez. Disputó campeonatos en San Sebastián, Lisboa, Santander, Bilbao, Las Palmas. En 1947, cuando podía haber alcanzado la gran final española, tuvo que suspender el torneo para asistir al sepelio de su suegro. Durante un tiempo abandonó la alta competición y se congració también con la actividad de la pesca, primero yendo a pescar con la caña en bicicleta con su hijo Santiago a la zona de El Caballo, a un kilómetro de Aguadulce, y luego con su barco que anclaba en el Club de Mar. 


Con los años, Antonio, el gran campeón almeriense del tablero, fue perdiendo vigor competitivo, jugando simultáneas en pueblos como Albox o Roquetas, acosado por otros jóvenes talentos almerienses como Miguel Rojas, pero, en todo este tiempo, nadie ha conseguido igualar su palmarés cimentado en su creatividad al ataque y en su célebre defensa siciliana


Hasta su muerte en 1997, siguió acudiendo todas las tardes al Círculo a jugar con sus amigos Fernando Roda o Juan Bas, partidas que luego, por esa fiebre de jaque mate que llevaba dentro, continuaba en su casa de la calle Terriza o en su piso de veraneo junto al Patio Naveros


Una noche calurosa de julio, tras la partida y el vaso de whisky acostumbrado, ya no se levantó del sueño y la familia lo despidió en el cementerio colocando encima de su ataúd, para la eternidad, un caballo blanco, su pieza fetiche en el tablero, con la que volvía locos a sus rivales. 



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