La magia de coleccionar estampas

Por septiembre se imponía la fiebre del álbum de fútbol, que con devoción íbamos rellenando

Niños del barrio de las Mellizas jugando con las estampas.
Niños del barrio de las Mellizas jugando con las estampas. La Voz
Eduardo Pino
07:00 • 10 dic. 2018

A los niños de antes nos gustaba tanto coleccionar que nos pasábamos la infancia haciendo colecciones inútiles, que al menos a mí, eran las que más me cautivaban. Los de mi calle éramos fanáticos de las chapas de las botellas de cerveza, por lo que recorríamos los bares cercanos recolectando del suelo nuestros pequeños tesoros.




Coleccionábamos estampas, piedras de colores que cogíamos en la playa, caracolas marinas, palos de polo, bolsas de pipas vacías y hasta aquellas historietas que salían dentro de los chicles Bazoka, que eran los chicles más duros del mundo. En mi calle vivía un niño que se llamaba Ramón que le dio por juntar bombillas de la luz fundidas y cuando reunía veinte o treinta, se entretenía en ir por el barrio haciéndolas explotar en el silencio de la noche.




Los más instruidos coleccionaban sellos y minerales y la mayoría aquellas estampas con las que íbamos rellenando los álbumes de moda. Casi todas las colecciones llegaban al final del verano. Septiembre  era el mes de las colecciones. Sentíamos la necesidad de coleccionar como una forma de empezar con esa programación interior que ponía orden en nuestras vidas después caos del verano. Coleccionar nos obligaba a imponernos una disciplina, tan necesaria para afrontar las rutinas diarias y los nuevos proyectos.




Alrededor de esta necesidad de coleccionar que nos abordaba en  septiembre, se fue creando un mercado publicitario que aún hoy se convierte en bombardeo diario en los anuncios de las televisiones. Relojes de época, soldados de plomo de todas las guerras mundiales, vestidos de muñecas, coches en miniatura, barcos de guerra, dinosaurios, abanicos decorados a mano y las estampas de fútbol que aparecían todos los años a finales de agosto para anunciarnos el comienzo de la Liga.




Coleccionar las estampas de los futbolistas es un viejo ritual que empezó hace medio siglo con los cromos que salían en el chocolate. En Almería hay auténticos profesionales del coleccionismo, aficionados que guardan los álbumes como si fueran tesoros. Rafael García Siles es uno de ellos. Se ha especializado en fútbol y ha conseguido hacerse con todos los escudos de los clubes que han militado en categoría nacional, desde el Tornado Tres Cantos de Madrid, que milita en la Regional Preferente, al Teresiano de Malagón, provincia de Ciudad Real. Tiene, además, los pins de todos los clubes que han conseguido ser campeones de Europa y los escudos de la mayoría de los equipos que han competido en la provincia de Almería en los últimos veinticinco años. En un armario conserva también los álbumes de fútbol desde los años sesenta. Desde entonces ha mantenido la tradición de coleccionarlos cada temporada y sigue haciéndolo con la misma fe y la ilusión de cuando era un niño. Para los de su generación, ‘juntar’ estampas era la única forma de  verle las caras de cerca a los futbolistas, de conocer sus apellidos, los kilos que pesaban y su estatura, ya que en aquellos tiempos era difícil ver un partido televisado.




Una fecha importante para los coleccionistas de fútbol fue la temporada 1979-80, cuando el Almería subió a Primera División y sus jugadores aparecieron por primera vez en la historia en las estampas  que vendían en los quioscos. Los nombres de Juan Rojas, de Maxi, de Agustín Camacho, jugadores almerienses de la época, se mezclaban en los sobres con los mitos de nuestra infancia: Juanito, Santillana, Migueli, Rexach, Dani, Rojo....




Coleccionar las estampas de futbolistas era un ritual que se celebraba igual en los barrios  pobres que en los ricos. Los niños se igualaban a la hora de juntar cromos. Cada día, en las puertas de los colegios, se montaban improvisados mercados donde se cambiaban las estampas repetidas.  Era una religión de la que participaban también los padres, colaboradores fundamentales para completar las colecciones.




En barrios como Pescadería, donde todavía los niños no han perdido la costumbre de jugar en la calle, estos pequeños zocos infantiles se levantan en cualquier plaza y se mantienen antiguos ‘ritos’ como el de disputarse las estampas en juegos de habilidad tan primitivos como colocar los cromos a una distancia de varios metros, apoyados en la pared, y tratar de derribarlos lanzándole una piedra.


En la explanada frente a la iglesia de San Roque, los niños se citaban cada tarde para poner al día sus colecciones y tratar de conseguir el jugador que les faltaba para completar un equipo. Llegaba un momento, cuando ya faltaba poco para completar el álbum, que no era rentable gastarse el dinero en un sobre de estampas, por lo que el único recurso que les quedaba era acudir al mercado de intercambio o jugárselas al azar.


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