El crimen almeriense que estremeció a toda España

Un puñal atravesó el corazón de Carlota Pereira, una rica abderitana, en la calle de La Justa

Recreada escena del Crimen de la calle de la Justa,aparecida en un periódico de la época, en 1861.
Recreada escena del Crimen de la calle de la Justa,aparecida en un periódico de la época, en 1861.
Manuel León
07:00 • 04 nov. 2018

Una célebre causa criminal -protagonizada por almerienses y casi desconocida por completo en esta provincia- sacudió al pueblo de Madrid  y conmocionó a España entera a mediados del pasado siglo XIX. Fue seguida en directo por decenas de personas que abarrotaban la sala de la Audiencia y relatada luego  por los gacetilleros, entre ellos un juvenil Galdós, en periódicos de la época como La Correspondencia de España o El Contemporáneo, como si fuera un folletín por entregas de esos que popularizaron Dickens y Balzac



Fue conocido ese sangriento y ruidoso episodio judicial, compuesto por 2.241 folios, como ‘El crimen de la calle de la Justa’, y fue el primer proceso que recibió una notable cobertura mediática -antes que el de Hortaleza- dando lugar a un debate sobre los límites de la prensa y las deficiencias del procedimiento criminal en una España anterior a la Revolución Gloriosa, cuando Madrid era aún Villa y Corte, encumbrando por la brillantez de sus exposiciones a notables juristas del momento como Pacheco y Aparisi.



El relato de este siniestro caso de homicidio arranca en 1849  -cuando Almería era aún una ciudad amurallada-  con el casamiento entre Gerónimo Gener Iribarne y Carlota Pereira, de 19 y 18 años respectivamente. Él era hijo de Gerónimo Gener, oficial de Aduanas de Almería y empleado de la Real Hacienda, un liberal, que contribuyó en 1835 con cuarenta reales a sufragar el cenotafio de los Coloraos. Y era sobrino de Antonio María Iribarne, vicepresidente del Liceo, quien de joven había estado implicado, junto a Vilches y Martínez Jurado, en la llegada de Los Coloraos a Almería.



El recién casado, a pesar de su juventud, era ya un caballero bien relacionado políticamente en la ciudad, con simpatías por el carlismo, y vinculado a  Luis González Bravo, capitán de la Milicia de Madrid. 



Carlota era oriunda de una familia de hacendados abderitanos, donde conservaba propiedades y bienes raíces. En 1854, Gerónimo fue nombrado administrador de rentas estancadas de Lorca y a esa población se trasladó el matrimonio junto a dos hijas nacidas de su enlace, Julia y Carolina. Dos años después regresó Carlota a Almería con sus hijas por las desavenencias que empezaron a cundir en la relación con su marido.



Gener, que unos meses después preparaba ya su vuelta a Almería, donde acababa de ser nombrado oficial del Gobierno Civil,aseguró haber recibido una carta anónima en la que se le daban noticia de que su esposa había contraído relaciones con un tal Federico Lavilla. Al principio no dio pábulo tras negárselo Carlota, pero poco a poco fue atormentándose con la duda. Una mañana que se encontraba afeitándose oyó pasos en la azotea y subió  y allí se encontraba su mujer leyendo una carta cifrada cuyo contenido consiguió entender luego, que estaba escrita por Lavilla y en la que se adjuntaba también su retrato.  Gener repudió a su esposa -a pesar de que él también había mantenido devaneos con una cómica y una criada- y, aconsejado por su abogado y amigo Onofre Amat, presentó demanda de divorcio ante el tribunal eclesiástico y viajó con ella a Madrid para encerrarla por dos meses en el convento de Las Magdalenas. A continuación se trasladó a buscar a Lavilla a Granada donde lo retó a duelo, quedando malherido de un trabucazo.



Carlota entregó un poder a su marido para que fuera vendiendo las casas de Adra y el pinar de San Roque, también de su propiedad y le imploraba que la dejara salir del convento  por mediación de su prima, Carmen Caraza, para poder ver a sus hijas en Almería.



Lo aprobó el marido y accedió a que sus hijas marcharan a vivir con su madre en Madrid, avecindándose en la calle de La Justa, una de esas travesías del viejo Madrid que desaparecieron con la construcción de la Gran Vía.


Carlota decidió revocar el poder otorgado sobre sus propiedades temiendo que hiciera uso inoportuno de ese dinero. Eso enfureció a Gerónimo y le hizo exclamar, según consta en el sumario que “su mujer y él no cabían juntos en este mundo” y que la haría regresar para que fuera víctima de la epidemia de cólera que empezaba a declararse en Almería. 


La noche del 29 de julio de 1861, unos meses después de esas amenazas de Gener, su esposa Carlota, caía al suelo  de la calle de La Justa, próxima al Callejón del Perro, víctima de una puñalada, junto a sus dos hijas, cuando volvía de visitar a su prima.


El agresor, salió huyendo, aunque fue apresado en la zona de Mesón de Paredes pasando a disposición judicial. Tras los interrogatorios, se verificó que se llamaba Eugenio López Montero, con cédula de vecindad en Almería, que había acudido a Madrid a buscar empleo como sirviente. Se hospedaba con otro  almeriense de Ohanes, que había servido en el ejército, Ramón Granados, y con el que había embarcado en el Puerto de Almería en el vapor Mercurio rumbo a Alicante y de allí en diligencia a Madrid.


Quedó acreditado por la sentencia de la Audiencia, que ambos  urdieron como sicarios el asesinato de Carlota, a cambio de dinero. Pero nada se pudo demostrar de la culpabilidad de su marido, Gerónimo Gener, a pesar de que pasó varios meses en prisión preventiva en el Saladero de Madrid, con continuas visitas de gerifaltes del Gobierno. Montero fue ejecutado a garrote vil y Granados fue condenado a cadena perpetua y pena de argolla. Gener quedó libre, a pesar de que toda Almería sabía a ciencia cierta que fue el instigador de ese añejo crimen de violencia machista que el tiempo ha borrado. Gener murió en 1872 tras fundar el periódico La Lealtad de inspiración carlista. 


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